Siempre
me había apasionado todo lo relativo a lo paranormal, había leído
muchos libros al respecto y había visualizado infinidad de vídeos
de supuestas apariciones, pero yo, nunca me había encontrado en
alguna situación que me hiciese entrever que podría haber algo
después de la muerte. Ni siquiera el fallecimiento repentino de mis
padres en un accidente de tráfico me dio la posibilidad de encontrar
algo relacionado. Nunca cesé en mi empeño, si realmente había
algo, yo lo encontraría.
Un
día al ir a trabajar, coincidí con una bella joven que parecía ir
en la misma dirección, no di más importancia al asunto, hasta que
un día y otro comenzamos a coincidir en nuestra rutina diaria.
Una
mañana me decidí a hablarle, preguntándole si era nueva en el
barrio, a lo que ella respondió que sí, aunque hacía unos cuantos
años había sido residente en la zona. Realmente me resultaba
familiar, pero no acertaba a descubrir de qué.
Todos
los días hacíamos el recorrido juntos hasta nuestros respectivos
trabajos. Hablaba poco y sonreía mucho, era misteriosa y eso me
intrigaba y me volvía loco. Empecé a sentir por ella algo especial
y decidí invitarla a cenar esa noche en mi casa. Esperaba que ella
se abriese a contarme algo de su vida, lo único que sabía es que
trabajaba en las oficina de suministro de aguas.
Aceptó
la invitación, incluso me pareció entusiasmada. Esa noche cociné
para ella, quería sorprenderla y aprovecharía para proponerle una
relación formal.
A
las diez puntual llegó Susana, con un precioso vestido blanco de
gasa que resaltaba su belleza. La cena transcurrió tranquila y
divertida.
Finalmente
llegado ya el postre, cogí su mano y le confesé mis sentimientos.
Ella no pareció sorprenderse y sonriendo me dijo que ya lo sabía, y
me haría un regalo especial, me regalaba eso que tanto ansiaba. Ella
me había escogido a mí, -sería su compañero para toda la
eternidad-.
Me
asustó la manera como lo dijo además tenía la sensación de que
esa frase tenía doble sentido. Una corriente eléctrica llegó a mi
mano a través de ella, entrando por todo mi cuerpo y sentí terror.
Y
la recordé. Yo no era más que un adolescente. Calle abajo hubo un
accidente, habían atropellado mortalmente a una joven, la hija de
nuestros vecinos, que incapaces de superar esa triste pérdida
decidieron mudarse de ciudad para comenzar una nueva vida.
Ella
me había elegido a mí, ese mundo que tanto me entusiasmaba ahora
sería mi cárcel, sería prisionero de mi curiosidad. Compañero de
Susana para toda la eternidad.
A
los pocos días, dada la imposibilidad de comunicarse conmigo y mi
falta de asistencia al trabajo, la policía se presentó en mi casa
alertados por mis amigos y mis compañeros de trabajo. Entraron en mi
casa y allí estaba yo, sentado en la mesa de comedor con mi cabeza
apoyada sobre la tarta de chocolate y una expresión terrorífica
marcada en mi rostro. No fueron capaces de determinar la causa de mi
fallecimiento, el informe de la autopsia ponía “muerte súbita”.
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