La
oportunidad había sido única, una preciosa y gran casa en las
afueras a tan solo treinta minutos de la ciudad. La venta urgía por
traslado laboral de los antiguos dueños, era algo inmediato y
querían dejar zanjado lo de la casa antes de su partida.
Paul
y Sofía habían aprovechado la gran oportunidad, dejando una señal
en cuanto la vieron, no podían dejarla escapar. Se vendía sin
muebles, salvo un armario antiguo de color azul, con las puertas
pintadas a mano en beige en las que se apreciaba un dibujo ya difuso
de un jarrón con flores, la parte de arriba era desigual haciendo
dos arcos que se iban elevando desde las esquinas hasta encontrarse
en el centro. No era muy bonito y aunque su primera idea era
deshacerse de él, finalmente acordaron conservarlo en alguna
habitación que no usasen, probablemente con el tiempo un anticuario
pagase una jugosa cantidad por el mueble.
El
primer día en la mansión fue agotador para los dos, cajas y muebles
por todos lados, desorden generalizado y normal dada la situación, y
aunque unos cuantos amigos se habían desplazado hasta allí para
echarles una mano y dejar el máximo de cosas montadas y colocadas, a
la noche todavía quedaban unas cuantas cajas por el medio.
Ya
en cama agotados después de estrenar como era debido el dormitorio
haciendo uso del matrimonio, se durmieron enseguida. A las tres de la
madrugada Sofía despertó sobresaltada por un golpe retumbante,
seguido de un sonido similar al de unas pisadas, Paul dormía
tranquilamente así que desprendiéndose con cuidado del abrazo de su
marido, se levantó de la cama, la temperatura había bajado
notablemente, hacía frío y se notaba una corriente de aire.
Vistiéndose la bata, salió al pasillo, quizás les había quedado
alguna ventana abierta.
Revisó
habitación por habitación, encontrando en cada una de ellas los
ventanales cerrados. Llegó a la habitación que ocupaba el extraño
armario y se encontró con las puertas del mismo completamente
abiertas. Observó el interior por si algún pequeño animal hubiese
penetrado en la casa y se colase dentro, pero no vio nada, tan solo
acertó a descubrir una gran mancha en la base interior del armario. Al día
siguiente intentaría limpiarla.
Después
de revisar completamente las dos plantas de la casa sin encontrar
nada, volvió a su dormitorio, pensando que su mente quizá le había
jugado una mala pasada. Por la mañana le comentó el episodio a su
marido sin darle mucha importancia y él tampoco pareció
encontrársela.
En
cuanto Paul se marchó a trabajar, Sofía subió al cuarto acompañada
de un cubo con agua jabonosa para madera, con intención de eliminar
ese pegote, era una pena, puesto que llegado el caso de querer
venderlo, en perfecto estado valdría el doble. Después de intentarlo
de mil maneras, la mancha se resistía, así que finalmente cedió en
el intento.
Los
días transcurrieron tranquilos en el nuevo hogar, terminando de
colocar todas la cosas, hasta que una noche otro ruido esta vez más
intenso despertó de nuevo a Sofía, su esposo dormía tan
plácidamente que le daba envidia, ya podía caer la casa que el no
se enteraría. Se mantuvo un rato acostada afinando el oído por si
escuchaba algo más o si tal vez lo que había escuchado había sido
producto de un sueño. Pero no, al poco rato unas pisadas parecían
recorrer el pasillo, ahora estaba plenamente segura... Unas puertas
se abrían y cerraban golpeándose suavemente, y la temperatura
pareció bajar de golpe, la piel se le puso de gallina, no sabía si
por el frio o por el temor que la amedrentaba.
Levantándose
atemorizada se dejó guiar por lo sonidos que la llevaban a la
habitación que contenía el armario. Allí la temperatura era
muchísimo más baja y se estremeció. Las puertas del armario
parecían tener vida propia yendo de un lado al otro sin descanso y
cada vez más rápido y con más fuerza. Se quedó clavada en el
suelo totalmente aterrada sin saber que hacer, quiso gritar para
llamar a su marido, pero de su boca no salía ningún sonido. De
repente, tras un golpe muy intenso, del interior del mismo salió un ente que se
dirigía a ella, parecía corresponder a un niño de corta edad. Por
fin consiguiendo despegar sus pies, dio media vuelta para huir
golpeándose la cabeza contra el marco de la puerta.
Lo
siguiente que recordaba era que estaba en la cama con un paño húmedo
sobre su frente y el bueno de Paul la acariciaba preguntándole que
le había pasado, puesto que al levantarse y no hallarla en la cama
la buscó encontrándola inconsciente en el suelo.
Relató
todo lo ocurrido intentando encontrar las palabras adecuadas, para
que su marido no pensase que estaba trastornada. Paul se rio ruidosamente, diciéndole que parecía una niña pequeña, que
seguramente se hallaba sugestionada por la nueva casa y el
extravagante armario, y que probablemente sería buena idea venderlo
ya para acabar con esas alucinaciones que la atormentaban.
Ante
la incredulidad de su esposo, Sofía dejó el tema. La próxima vez
lo despertaría para que contemplase con sus propios ojos lo que
estaba ocurriendo. Después de él se marchase al trabajo, bajó al
sótano a ordenar unas cajas que habían amontonado. En medio de
ellas, encontró una que no les pertenecía. La abrió con curiosidad
hallando en su interior juguetes, algunos comics, una baraja de
cartas infantil y una libreta con dibujos. El cuaderno tenía un
nombre “Izhan Andrews”. Parecía un niño alegre y divertido por
la cantidad de dibujos con infinidad de colores vivos que usaba,
según avanzaba la libreta, los dibujos se tornaron tristes y con
colores oscuros, y ella pensó en el pobre chiquillo ¿que le habría
pasado para ese cambio de actitud?
Entonces
la libreta saltó de sus manos golpeada por una fuerza invisible, a
continuación la baraja de cartas disparó las mismas una a una,
siguiendo después por los comics, el osito de peluche, los coches...
Se puso de pié observando el espectáculo dantesco y entonces lo vio
de nuevo. De pie delante de ella se hallaba el pequeño fantasma con
forma de niño, con aspecto serio y enfadado.
Asustada
se dirigió corriendo a las escaleras huyendo de allí, pero la
puerta no parecía abrirse, estaba bloqueada, y el ente ahora se
encontraba a su lado estirando su manita para tocarla. Ella gritaba
golpeando la puerta con sus puños pidiendo ayuda...
En
cuanto la tocó, comenzó a tener visiones: “Contempló a un
hermoso niño rubio de seis años jugando con sus coches en el suelo
de la sala muy animado y divertido, un hombre se acercó a él
levantándolo por las orejas y comenzando a golpearlo lo arrastró
hacia un armario cerrándolo con llave”. Era ese armario pensó
Sofía, el armario azul... Se sentó en un escalón del sótano,
intuyendo que el niño no había terminado de mostrarle todo.
Lo
siguiente que le mostró el pequeño era muy claro. “Jugando en el
jardín rompió con la pelota un pequeño tiesto decorado, y otra vez
ese hombre se acercó a él y con una violencia extrema comenzó a
zarandearlo y a azotarlo, conduciéndolo después al pequeño cuarto
dónde se encontraba el armario. Una vez allí, siguió golpeándolo
con saña hasta que la cabeza del niño se golpeó brutalmente contra
el marco de la puerta, -igual que ella, pensó Sofía- cayendo
desplomado al suelo completamente inconsciente lastimado en la
cabeza, de cuya herida manaba una cantidad de sangre considerable”.
“El
hombre -que supuso que era su padre- sin pizca de arrepentimiento ni
compasión, cogió al niño y lo zapateó hacia el interior del
armario, cerrándolo de nuevo bajo llave. Al cabo de unas horas
cuando el hombre regresó para sacar al niño de su encierro, se lo
encontró muerto, desangrado...”. Probablemente si hubiese recibido
atención médica, habría sobrevivido.
La
joven no pudo evitar sentir ternura hacia aquel pequeño que parecía
haber quedado atrapado entre los dos mundos, probablemente a causa de
una muerte precoz y violenta, con toda seguridad le estaba
solicitando ayuda.
Con
mirada triste ahora, el niño le enseño "como su padre cogiéndolo
en brazos de cualquier manera, lo bajó al sótano. Después de picar
la piedra en la esquina derecha del mismo a la altura de la ventana,
escavó un par de metros y allí depositó el cuerpo de su hijo con gran
indiferencia”.
Le
hubiera gustado poder abrazarlo con fuerza, demostrándole cariño y
tranquilidad, pero el pequeño ya no estaba allí. Se puso de pie y
abandonó el sótano que ahora le abrió a la primera, y no pudo
evitar sentir mucha tristeza por la vida que había llevado Izhan.
El
resto se desencadenó enseguida, después de llamar a su marido y a
la policía, desenterraron el cuerpo del niño. La autopsia demostró
que el cadáver tenía seis años, y que llevaba muerto
aproximadamente cuarenta años, la causa de la muerte había sido un
traumatismo cranoencefálico.
El
matrimonio se encargó de organizar un bonito funeral para el
pequeño, y durante el entierro Sofía sintió una mano que cogía la
suya, era él, que sonriendo murmuró un gracias muy sincero. El
armario fue quemado en el jardín y a ella le irritaba mucho que el
culpable no hubiese pagado su culpa en esta vida...
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