Tanto
tiempo de espera había merecido la pena. Muchas trabas por el camino
felizmente superadas gracias a nuestro tesón y constancia habían
dado su fruto. Diego y yo hacíamos un gran equipo y me alegraba
mucho pensar que pronto seriamos un equipo de tres.
Los
tristes tiempos habían quedado atrás, cuando después de múltiples
pruebas médicas, ante la imposibilidad de lograr un embarazo
fructuoso, nos confirmaron lo que más temíamos, mi imposibilidad de
tener hijos.
Los
embarazos conseguidos hasta ahora, abortados a los pocos días, no
eran tales embarazos, mi óvulo supuestamente fecundado, no reconocía
ese hecho. Un trastorno genético hacía que generase óvulos sin
ADN, por lo tanto, aunque un espermatozoide llegase al centro del
óvulo y comenzase una mitosis, allí no había nada, faltaba mi
carga genética. La fecundación in-vitro también era inviable, mi
útero también estaba afectado por esta enfermedad y no dejaría que
se implantase ningún feto en él, como mucho llegaría a los tres
meses de embarazo hasta que mi útero lo expulsase.
Por
eso, cuando aquella noche de verano abrimos la puerta después de que
alguien la golpease y la vimos allí en su capazo, tan linda, tan
pequeña, tan sola... se nos iluminó la vida. Vimos nuestra gran
oportunidad de poder ser padres.
En
cuanto la tuve en mis brazos sentí que ya nada podría separarme de
ella, y cuando llegó la policía a recogerla, sentí un dolor tan
grande y amargo que me generó un estado de ansiedad por el que
tuvieron que tratarme.
Y
ahí comenzó nuestra lucha. Después de infinidad de trámites,
papeleos, estudios psicológicos y visitas de los servicios sociales,
habiendo superado todo óptimamente, se nos concedía la adopción.
Habían
pasado tres años desde la primera vez que había tenido en mis
brazos a la pequeña Eli, y la quería ya tanto que no imaginaba la
vida sin ella. Mañana sería el gran día, nos entregarían a
nuestra hija.
Esa
noche apenas dormimos, los nervios no nos dejaban. Cuando conseguimos
relajarnos lo suficiente como para ser capaces de conciliarlo, ya
casi era por la mañana.
A
la hora indicada, estábamos a la espera de nuestra trabajadora
social muy cerca de la casa de acogida, ella tenía que estar
presente en la entrega y no se hizo esperar. Nerviosos nos dirigimos
hacia allí.
En
cuanto abrieron la puerta y la vi, no me lo podía creer, estaba
divina con sus bucles rubios... era preciosa y me agaché
ofreciéndole mis brazos para que se acercase, y ella sonriendo lo
hizo. La estreché y la bese sintiéndola mía para siempre...
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