Los
abusos la acompañaban desde su más tierna infancia. Cualquier
excusa era suficiente para una gran paliza que la dejaba magullada,
herida e inconsciente por un rato, ahí es donde su padre se marcaba
el límite. Así que, comprendido el mensaje aprendió a hacerse la
desmayada en el momento justo, no demasiado pronto ya que su padre
podría darse cuenta, aún así, a veces eran tan violentas las
palizas que no le daba tiempo a fingir y se sumía en una oscuridad
muy dolorosa.
Había
comenzado a violarla a los nueve años. Las primeras veces habían
sido terriblemente agónicas, llegando a desmayarse a causa del
dolor, dejándola durante unos días sangrando y dolorida.
Lo
que más daño le hacían no eran las heridas físicas, sino las psíquicas.
Su madre se mostraba indiferente y consentidora de todas las
agresiones que su padre le infringía, sin demostrar ni un ápice de
pena por su hija.
Sentía
tanto odio por él a causa de todo lo que le hacía, como por ella
por permitir que la ultrajase y golpease de esa manera. Daba gracias
a Dios de no tener hermanos que pudiesen llegar a sufrir lo mismo que
sufría ella.
Las
faltas de asistencia en el colegio no parecían preocupar a nadie, sus
padres se habían encargado de comunicar al centro, que su hija sufría una enfermedad genética que la obligaba a pasar largas
temporadas en la cama presa de grandes dolores musculares, llegando a
adornar su cuerpo con morados impresionantes. Se cubrían las
espaldas por lo que pudiera pasar, así que nadie daba importancia
a los tremendos moratones con los que llegaba a clase en ocasiones.
Tantas agresiones habían mermado su carácter haciéndola solitaria,
por lo que no se relacionaba con nadie, no tenía amigos. En el
colegio la llamaban “la rara”.
Cuando
tenía trece años, echó en falta el período, no recordaba cuando
le había venido la regla por última vez. Y lo supo, estaba
embarazada, dentro de ella crecía un ser, hijo de su padre y no lo
quería... El final había llegado, ya no podía soportar más
vejaciones ni maltratos, tiraba la toalla ya que no veía salida
posible.
Redactó
un pequeño diario de su vida en tan solo tres días, detallando las
agresiones y violaciones que había sufrido por parte de su padre,
sin olvidarse de nombrar la indiferencia y permisividad de su madre
hacia todo lo que estaba pasando.
Por
la mañana en medio de sus libros metió el pequeño diario que
contenía la historia de su triste vida. Al finalizar las clases,
esperaría a que su profesora se marchase y lo metería en uno de los
cajones de su mesa, para que al día siguiente lo hallase. No tenía
intención de morir, sin dejarlos a ellos sin su castigo...
Como
había planeado, esperó en el aseo a que el colegio de desalojase y
cuando todo estaba en silencio, se acercó a su aula lentamente y
comprobó que ya no había nadie. La profesora se había ido, ya no
tenía allí ni su bolso ni su chaqueta. Introdujo en el cajón su
precioso diario, y abandonó el centro.
Era
la primera vez en su vida que se encontraba bien, feliz, radiante...
su venganza ya estaba en curso, esperaba que los detuviesen y les
diesen el mayor castigo posible, aunque nunca iba a aproximarse a lo
que ella había sufrido.
Con
suerte al llegar a casa no habría nadie, su padre aún estaría
trabajando y su madre tomando alguna cerveza en algún local. Cogería
una de las cuchillas de afeitar de su padre y dentro de la bañera se
cortaría las venas, no podía ser más doloroso que todo lo que ella
había pasado.
Mientras,
su profesora que había dejado su móvil olvidado en uno de los
cajones, había regresado. Al abrir el cajón lo primero que vio fue
un pequeño diario con dibujos de mariposas, cogió su móvil que se
había desplazado hacia el fondo y cerró el cajón. Iba a salir de
la clase y pensó en ese pequeño block, no era de ella, quizá
alguna de sus alumnas se lo había dejado olvidado y alguien lo había
depositado allí. Intranquila volvió sobre sus pasos y recuperó el
cuaderno.
Comenzó
a leer y tuvo que sentarse horrorizada de lo que esas letras le
relataban, ahora entendía todo... el comportamiento de la joven, sus
faltas constantes de asistencia... Era algo tan atroz que no lograba
entender, ¡como unos padres podían llegar a hacer algo así...!
Salió
corriendo con intención de dirigirse a casa de la niña, esperaba
llegar a tiempo, intuía lo que ella tenía pensado hacer ahora.
Mientras subía a su coche, llamó a la policía contando todo lo que
sabía y rogando que se presentasen enseguida en el domicilio ya que
con toda probabilidad tenía intención de quitarse la vida.
Cuando
llegó allí ya había un coche de policía, uno de los jóvenes
agentes estaba pidiendo por radio con urgencia una ambulancia. Ella
entró en la casa justo en el momento en que el otro agente le estaba
envolviendo sus muñecas con unos vendajes, intentando parar la
hemorragia. Ya la había sacado de la bañera y la tenía envuelta en
una toalla, estaba consciente y con la vista perdida. No pudo menos
que acercarse a la pequeña y abrazarla tiernamente, pidiéndole
perdón por no haber prestado atención ni haber entendido todos los
mensajes que su vida dejaban entrever.
Pasados
los meses, la profesora logró lo que siempre había soñado y la
vida no le había regalado, ¡una hija! Había conseguido que le
concedieran la adopción de la pequeña, ahora era su hija y su
obligación era ayudarla a superar su trágica vida. Gracias a Dios
había perdido el bebé que esperaba y la ayuda psicológica prestada
la estaba ayudando mucho, ahora estaba más feliz. Tan solo faltaba
superar la etapa del juicio en el que esperaban les cayesen a los dos
pena de muerte, y entonces su vida sería plenamente feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario