
De repente, el viento trajo hacia mi, un precioso foulard blanco, con un aroma embriagador que se adentró en mi interior, sumiéndome en unas sensaciones plácidas y al mismo tiempo excitantes, que me obligaron a buscar enseguida a la dueña del mismo. Me subí a un banco para así tener una amplia visión de la zona, busqué en medio de la gente, la calle estaba abarrotada, era hora punta y además ruta peatonal en el centro de la ciudad. En medio del bullicio, descubrí a una preciosa joven de larga melena rizada, poseedora de un rostro angelical y perfecto. Ella buscaba desesperada su pañuelo y por sorpresa para mi, sus ojos cayeron en mi. Levanté mi mano, mostrando su pañuelo y ella me sonrió. Decidí entonces acercarme a su encuentro, sorteando a las distintas personas que encontraba por el camino, pero cuando llegué allí, ella no estaba, llevé mis ojos a mi alrededor, intentando descubrirla sin suerte. Recorrí un par de veces la calle con la esperanza de encontrarla, pero no fue posible... Me quedé allí parado aspirando el dulce olor que desprendía y con la misma, doblándolo con cuidado lo metí en el bolsillo, prometiéndome que la encontraría.
Pasó el tiempo y a pesar de mi esfuerzo por localizar a la bella joven, fui incapaz. Observaba a cada chica que encontraba en cualquier lugar al que yo iba, pero ninguna era ella. Cada noche, observaba y acariciaba aquel pañuelo con la esperanza de poder entregárselo. Algo nuevo había nacido en mi, y la impotencia no me permitió disfrutar de la vida como debería haberlo hecho. Pasaba de relación en relación sin encontrar a ninguna que me pareciese adecuada para mi, buscaba aquella esencia que desprendía el pañuelo, y aunque pasasen cien años, acabaría encontrándola, estaba seguro.
Después de la madurez, llegó la vejez, y hallándome solo y vencido, decidí entrar en una residencia de ancianos, por lo menos allí tendría otras personas con las que conversar y pasar el tiempo, ya que era lo único que me quedaba, "ver pasar el tiempo", al no encontrar a mi amada, todo dejó de importarme y me abandoné a la vida...
La sorpresa fue además de muy grata, imprevisible. En la sala de la televisión, descubrí a una mujer que se antojaba bella, muy hermosa... Cuando entré allí, levanto la mirada de la revista que estaba hojeando y me miró, en esos ojos ahora ancianos, descubrí a la joven que un día había perdido un pañuelo por capricho del viento. Estaba seguro, era ella, su imagen la tenía grabada en mi mente y en mi corazón... Me acerqué y le pedí permiso para sentarme a su lado, ella con una dulce sonrisa asintió, y comenzamos a conversar. Saqué de mi bolsillo, aquel pañuelo que había sobrevivido en perfecto estado al paso del tiempo, y se lo entregué, me miró asombrada y sonrió. Recordaba el día y ahora me recordaba a mi... Había intentado acercarse a mi con la intención de recuperarlo, pero cuando llegó, yo no estaba, buscó un poco en medio de la gente, pero enseguida se marchó, había mucha gente y el encontrarme, le pareció algo imposible...

Por mi parte, le conté al detalle mi vida, como ansié el poder tenerla conmigo y como la busqué por todas partes sin hallarla... Ahora estábamos juntos y aprovecharía los pocos años que nos quedaban, para hacerla feliz y dichosa, y para amarla como jamás nadie la había amado, la espera había sido larga, pero había valido la pena...