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viernes, 25 de octubre de 2013

"UN PERFECTO DESCONOCIDO"

Lo observé lascivamente, iba detrás de él hacia mi trabajo, y sin poder evitar perderme en su bonito trasero, desvié un poco mi camino, no me importaba tener que volver más tarde sobre mis pasos. Me sentía cautivada y atraída por aquel atractivo desconocido que llevaba mis pasos hacia donde él iba. Aproveché un semáforo en rojo donde nos paramos, para terminar de embelesarme con él. Cuerpo perfecto, rostro bello y sensual... definitivamente era para mí. Después de cruzar se adentró en un edificio de oficinas, pero no estaba nada perdido, buscaría la forma de encontrarme con él y le hablaría. Su destino y el mío seguían la misma trayectoria, de eso estaba segura.

A la mañana siguiente, salí a la misma hora de casa para intentar encontrarme con el hombre de belleza sublime que tanto me había atraído. Y allí estaba él, destacaba en medio de la gente como un dios del Olimpo. Era alto y fornido; aunque iba vestido de traje, se apreciaba perfectamente un cuerpo atlético bien formado; su piel era morena al igual que su pelo, y sus ojos brillaban con una intensidad propia de una estrella y de un color negro como jamás había visto. Iba sin afeitarse, una barba incipiente de dos días le daba un aire sofisticado y seductor.

Me puse a su altura, algo tenía que hacer para iniciar una conversación. Me tiré de lado contra él, haciendo el ademán de que me torcía un pié, y él galantemente me sujetó de una caída que yo no había previsto, había puesto tanto ímpetu en la torcedura que me hice daño de verdad.
  • ¿Estás bien? -me preguntó amablemente-.
  • Sí -respondí azorada- Lo siento -continué mientras me desprendía de sus brazos- Olía maravillosamente bien, y llené mis pulmones con su aroma para recordarlo mas tarde-.
  • No tienes que disculparte, encantado de que hayas tropezado contra mi -dijo sonriendo, mostrando unos dientes endiabladamente blancos y perfectos-.
No pude evitar ruborizarme, e intenté ocultarlo agachándome para tocar mi pie lastimado. Sin mediar palabra se agachó conmigo encontrándose nuestras manos en mi tobillo.
  • No ha sido nada, tan solo una pequeña torcedura, tengo los tobillos muy elásticos -dije mientras nuestros ojos se encontraban, había deseado tanto ese momento de estar tan cerca de él, y ahora no sabía ni que decirle...-.
  • ¿Puedes caminar sin problema? -preguntó clavando sus ojos en los míos-.
  • Si, claro -me sentía completamente acobardada, su sola presencia me ponía muy nerviosa. Esperaba que no pensase que era una chica tonta, en mis pensamientos había sido tan valiente y a la hora de la verdad me sorprendía el mostrarme tan tímida-.
Seguimos juntos el camino hasta llegar al edificio donde el día anterior había entrado. Fue una corta conversación en la que solo se digno a preguntarme si trabajaba por allí cerca, a lo que respondí afirmativamente sin dar más reseñas.
  • Bueno, yo me quedo aquí -me dijo estrechándome la mano mientras su mirada se posaba en mi de manera muy penetrante turbándome de nuevo-. ¡Espero encontrarte mañana de nuevo!
  • Es probable -contesté mostrando un falso desinterés-.
De camino hacia mi trabajo me llame una y mil veces estúpida, todo lo que había planeado se había convertido en una situación ridícula, me sentía avergonzada, no sabía si al día siguiente tendría el valor de hacerme la encontradiza de nuevo con él, no había sido capaz de entablar una conversación en condiciones, ni siquiera sabía aún su nombre, ¡pero qué tonta! Qué buena ocasión desperdiciada...

Pasé el resto del día muy malhumorada sin hablar con nadie en el trabajo, conocían de sobra mi carácter, así que sabían que cuando estaba así, lo mejor era no dirigirme la palabra.

Por la mañana, amanecí de mejor humor, pero cuando estaba desayunando una llamada de trabajo terminó por estropearme el día. Debía de ir lo antes posible a la oficina, un problema informático requería mi presencia urgente. En otra situación no me hubiese importado, pero hoy estaba completamente decidida a hablar con él, finalmente el joven desconocido no debía de ser para mi...

Salí antes del trabajo, y dado lo temprano que era decidí acercarme al centro para recoger a una amiga e ir a tomar algo juntas, quizá buscaría su consejo... Cuando pasé por al lado del edificio donde trabajaba él, tropecé con alguien que salía apurado de allí. ¡No me lo podía creer! ¡otra vez en sus brazos! Salió con tanta fuerza que si no me agarra hubiese acabado en el suelo.
  • ¡Vaya! ¡Lo siento! Parece que el destino lo ha tomado con nosotros -dijo riendo-. ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
  • No -dije sonriendo también-. Estoy bien.
  • Perdona, salí desenfrenado porque iba a llevarle unos impresos que le acaban de quedar olvidados a un cliente -dijo mostrándome las hojas que llevaba en la mano- pensé que si apuraba lo encontraría por aquí-.
  • ¡Ah bueno! Pues no te entretengo, corre tal vez lo pilles.
  • No, si da igual, ya volverá, no te preocupes. ¿Ya has salido del trabajo? -preguntó con curiosidad-.
  • Si, hoy salí antes. -respondí-.
  • ¿Haces algo?  ¿tienes tiempo para tomar algo?, yo solo tengo que subir estos papeles y ya estoy libre -no me lo podía creer, me estaba invitando a tomar algo-.
  • La verdad que no tengo nada que hacer, iba a matar el tiempo dando una vuelta -mentí, aunque tampoco era una gran mentira, no había quedado con mi amiga, ella no sabía que la iba a ir a buscar-.
Pasamos el resto de la tarde y parte de la noche juntos. Una química especial se palpaba en el aire, era una atracción mutua y mágica, no tenía duda alguna, y ese día comenzó una bonita relación de la que esperaba un gran futuro. Era algo distinto a lo que hasta el momento había tenido, y una dulce sensación me decía que ésto, solo era el principio.


viernes, 18 de octubre de 2013

"DESTINO INCIERTO"

El repentino fallecimiento de mis padres, me llevaba hacia un destino por el que no me quería dejar llevar. Mis abuelos paternos habían solicitado mi custodia, y el juez se la había concedido sin tener en cuenta mis argumentos, ellos que jamás se habían preocupado por nosotros ni por mi existencia, aparecían ahora como de la nada reclamándome.

Supongo que su buena situación económica, había tenido mucho que ver. Era una familia rica, muy reconocida y con buena reputación. Mi tía Laura, hermana de mi madre, había perdido el juicio de la custodia, con gran pena para mi.

Aquí en el pueblo lo tenía todo, la casa de mis padres, mis tíos y primos, mi colegio, mis amigos, y sobre todo a Frank. Ya había cumplido los diecisiete, un año más que yo, y era un muchacho divertido, responsable y gran estudiante, sabía que si él quería podría conseguir lo que se le antojase, poseía grandes cualidades que le permitían desarrollar cualquier cosa que se propusiese.

Mis últimos días con él, antes de la muerte de mis padres, habían sido muy especiales, pasábamos mucho tiempo juntos y nuestra amistad había llegado un poco más allá... un primer beso había sellado un amor que hacía tiempo que sentíamos, sin que ninguno se hubiese atrevido a hablar de ello hasta ese momento. Me hacía sentir especial y muy dichosa, pero entonces fue cuando un terrible accidente, hundió mi vida para siempre. Como si no fuese poco la perdida de los seres más importantes de mi vida, ahora me arrebataban todo lo que me quedaba.


Mañana era el terrible día, mis abuelos me vendrían a buscar a primera hora de la mañana, así que después de preparar mis maletas, corrí veloz a encontrarme con Frank. Nos abrazamos sin decir nada, comenzando a llorar a un son melancólico y rabioso. Me iba muy lejos, Charleston se encontraba a quinientos kilómetros del pueblo, lo que iba a dificultar el poder vernos a menudo.

Promesas sinceras volaban en el aire, y le creía, su amor era mío, y aguardaría ansioso nuestros breves encuentros. Parte de las vacaciones escolares las pasaría en el pueblo, el juez consideraba que no debían arrancarme de mis raíces, ni de mi gente, eso no sería bueno para mi, así que permitió que mi tía disfrutase de una custodia casi compartida, en la que ella llevaba la parte más pequeña. Además él buscaría, en cuanto acabase sus estudios, una universidad cerca de Charleston para así poder estar más cerca. Nos despedimos con gran dolor y amargura, a la espera de unos días que con seguridad se nos harían eternos, prometí escribirle en cuanto llegase, para poder tener un contacto aunque fuese mínimo.

La mañana amaneció muy lluviosa, armonizando con el ambiente que allí se respiraba. Mucha gente había venido a despedirme y entre ellos estaba él, mi amor, mi futuro, mi desdicha...

Me despedí de todos de manera rápida e inicié mi partida, no soportaba el dolor que sentía viendo a todos con lágrimas en los ojos, y más especialmente a Frank. Me adentré en el gran coche de alta gama de los abuelos, sintiendo tanto odio hacia ellos que pensé que lo podrían percibir.

El abuelo cogió mi mano intentando tranquilizarme, y sonriendo, expresó palabras de ánimo, diciéndome que allí sería muy feliz, que no dudase en pedir todo lo que me hiciese falta. Ellos me cuidarían mucho, preocupándose de todas mis necesidades. La abuela sin embargo, tenía una dura expresión en su rostro, que intuí que era así por naturaleza, me miró un momento con desagrado y de manera altiva me dijo que secase esas feas lágrimas de mis ojos, que no me iban a llevar a ningún matadero. Me dolió su indiferencia, tan solo era una cría de dieciséis años, que acababa de perder a sus padres y a la que ahora cruelmente, arrancaban de su entorno.

Vivían en una preciosa y gran mansión a las afueras de la ciudad, con un gran terreno alrededor de la misma, en el que solía perderme para llorar en silencio, la abuela me había prohibido terminantemente llorar en su presencia. Era muy dura, y nunca demostró ni un ápice de cariño hacia mí. Continuamente se ensañaba conmigo, diciéndome que mi madre les había robado a mi padre, único heredero de la empresa familiar y todos sus bienes, pensando que quizá había arreglado su vida casándose con él, pero ellos lo habían desheredado, por hacer caso omiso a sus consejos y a sus advertencias, para ellos mi madre era una buscona aprovechada, y yo callada, me tragaba mi dolor... no era así, se querían mucho y el suyo, había sido un amor verdadero.

Me inscribieron en un “colegio de señoritas”, donde debería aprender buenos modales y a ser refinada, además de exigirme unas buenas notas. No los defraudé, siempre había sido extraordinaria en mis estudios y allí no iba a ser menos. No soportaba a esas chicas presuntuosas y orgullosas, pero me respetaban por ser la nieta del hombre más rico de la ciudad. Sus negocios navieros habían sido muy provechosos, enriqueciéndolo en muy poco tiempo.

Nunca me faltó de nada, preciosos vestidos colgaban en mi vestidor, conjuntados con zapatos y botas variadas y de diversos colores. Pero no era feliz, ansiaba estar con Frank, lo necesitaba a mi lado, mis días pesaban como grandes losas de piedra maciza, y aún quedaban dos meses para las vacaciones de invierno, de las cuales, una semana la pasaría en el pueblo.

Nos fuimos escribiendo, preciosas y románticas cartas en las que nuestro amor se fue fortaleciendo a través de nuestras letras deseosas. Me contaba sus vivencias en el instituto y lo que haríamos en cuanto yo regresase. Yo le mentía, diciéndole que estaba bien, que los abuelos eran muy buenos conmigo y que tenía muchas amigas. No quería que se preocupase por mi bienestar, ya la situación en si, era bastante tortura.

Pasaron dos años así, con breves encuentros que aprovechábamos al máximo, disfrutando de unos días felices, dando paso después a la amargura de la despedida. Frank consiguió una beca en la Universidad de Charleston, quería hacer arquitectura y yo sabía que tenía cualidades de sobra para conseguirlo. Comenzamos a vernos más a menudo, afianzando nuestra relación, con la firme promesa de casarnos en cuanto el acabase la carrera y encontrase un puesto de trabajo.

La abuela seguía renegando de mí, haciendo caso omiso de cualquier cosa que yo les contase, así que no sabía como poder hablarle de Frank. El abuelo sin embargo, era cariñoso conmigo, y en alguna ocasión me pidió que no guardase rencor hacia ella, había sufrido mucho cuando mi padre se había ido de casa, convirtiéndola en una dura mujer con malos sentimientos hacia los demás, pero que realmente, me quería. Cosa que dudé, sus ojos no me decían eso, más bien detectaba una tremenda rabia hacia mi. Le hablé a él, de Frank, de nuestros sentimientos y nuestras vistas de futuro. El, cogiéndome las manos, me dijo que él mismo se preocuparía de decírselo a la abuela, pero que antes, quería conocerlo, no iba a permitir que me casase con un muchacho cualquiera, tenían una reputación que deberían de cuidar, gracias a Dios, la carrera que había elegido, al abuelo le había complacido, y a través de sus contactos en el futuro, podría conseguirle un buen puesto de trabajo.

Concertamos una primera visita para ese miércoles, la abuela tenía reunión, como todas las semanas, con sus amigas, para jugar al bridge. Llegó puntual a la cita, con aspecto intachable, sus modales eran correctos y naturales, y pareció agradar al abuelo. Pasamos la tarde charlando, primero de cosas instrascendentales, supongo que el abuelo, quería cogerlo en algún punto flaco, cosa que no consiguió. Después le preguntó que esperaba del futuro para él. Y respondiendo con seguridad, le dijo que esperaba una vida conmigo, cuidándome y protegiéndome, sin que nada me faltase. Para ello buscaría un buen trabajo con un buen sueldo, quería la mejor vida para nosotros. El abuelo entusiasmado, le dio un fuerte apretón de manos, ¡le había dado el visto bueno! Sonreí hacia Frank, intentando aportarle seguridad.

Lo demás llegó de manera desencadenada, el abuelo se preocupó de hablar con la abuela, dando un buen voto a favor de Frank, intuía un buen futuro para los dos, asegurándole que no era un hombre interesado. Finalmente ella aceptó nuestro compromiso. Pero la vida es muy cruel en ocasiones, y nos enfrenta a duros tragos difíciles de superar. La muerte se ceñía otra vez sobre mi vida. Un atraco cerca del campus, dejó a Frank herido de muerte, cuando lo encontraron, estaba con un soplo de vida, había perdido mucha sangre y ya nada pudieron hacer por él.

La tinieblas se cerraron sobre mi, sumiéndome en una tristeza abismal, dejándome caer en una gran depresión. El abuelo preocupado, comenzó a invitar a la casa, al hijo de un amigo, sabía que estaba interesado en mi desde el primer día que me había visto y confiaba en que él fuese capaz de sacarme de aquel agujero en el que me hallaba sumida. Las primeras veces, no quise bajar a estar con ellos, me quedaba aislada en mi habitación con mis pensamientos, era lo único que me apetecía hacer. La abuela sin embargo, jamás demostró un mínimo sentimiento de lástima o de cariño hacia mi.

Una tarde enfadado el abuelo, me obligó a bajar con ellos para tomar un café. No podía seguir pasando mis días aislada del mundo, eso me mataría, necesitaba rodearme de gente para intentar superar esa pérdida que me torturaba.

A desgana, bajé a la sala, y en cuanto lo vi algo nuevo brotó en mi interior. Unos preciosos ojos azules, llenos de dulzura escrutaban mis pasos vacilantes. Eran transparentes y denotaban una persona romántica y llena de bondad. Se puso en pié cuando el abuelo nos presentó, y cogiendo mi mano con cuidado, murmuró un encantado que penetró en mis oídos recorriendo todo mi cuerpo.

Me hizo sentir a gusto en su compañía, y al mismo tiempo me sentía mal por Frank, pero sabía que él querría que buscase mi felicidad. Comencé a frecuentar de su compañía cada tarde que venía a nuestra casa, creando un lazo de amistad, que muy pronto creció dando lugar a unos sentimientos que parecían mutuos.

Pronto comenzamos a salir, y dejándome llevar por esos sentimientos que comenzaba a sentir, descubrí a una gran persona, cariñosa y detallista. En un año estábamos prometidos, poniendo enseguida fecha para nuestra boda.

La abuela parecía satisfecha con este compromiso, llegando incluso a descubrir en su boca algo parecido a una sonrisa, la tarde que estábamos preparando las invitaciones de boda.

La vida parecía sonreírme ahora, aunque sabía, que Frank estaría siempre en mi corazón, un trocito era para él...

viernes, 11 de octubre de 2013

"ACCIDENTE SENTIMENTAL"

El día prometía... me había quedado dormida, así que vistiéndome el primer traje de chaqueta que encontré en el armario, salí disparada de casa. El tráfico estaba imposible, ir en coche sería un atraso, llegaría antes a pié. Si hubiese ocurrido otro día no tendría importancia, pero hoy el jefe me necesitaba desde primera hora, esperábamos la visita de unos ejecutivos extranjeros que nos podrían facilitar una gran operación que mejoraría y mucho las expectativas de la empresa.

Corrí con mis tacones calle abajo, solo me quedaban diez minutos, lo suficiente si nada me frenaba en el camino. Tenía el edificio en frente, solo me quedaba atravesar dos calles y llegaría a mi destino.

Las prisas y el nerviosismo no me dejaron ver un coche que pasaba cuando me disponía a cruzar la última calle, impactando contra él, salté por los aires empotrándome de manera brutal contra el suelo, quedando inconsciente. Antes de caer, recuerdo ver la cara de la conductora que con expresión horrorizada se vio impotente para evitar el percance.

Desperté en el hospital dolorida y contusionada, pero al parecer no había roto nada -has tenido mucha suerte- me había dicho el doctor. Allí estaban papá y mamá asustados y preocupados, jamás les había dado un disgusto hasta ese día.

Con ellos estaba una joven que me resultó familiar, aunque de primeras no fui capaz de identificarla. Se presentó como la culpable del atropello -entonces recordé la imagen de la conductora antes caer al suelo- estaba sinceramente sentida y acariciando mi mano no hacía más que pedirme perdón.

Me contó que iba apurada ya que se había quedado dormida -que casualidad- y que cuando me vio ya estaba encima del coche. No guardaba rencor hacia ella, ya que no la consideraba culpable, yo también había tenido parte en el desenlace.

A partir de aquel día nos hicimos inseparables. Mientras estuve en el hospital, cada tarde me visitaba quedándose el resto del día conmigo, y cuando me dieron el alta y me fui para casa, me pidió permiso para poder ir a verme.

Eramos incondicionales compartiendo todo juntas. Me sentía muy a gusto con ella, éramos muy afines. Estábamos las dos solas sin ninguna relación sentimental, así que el tiempo era para nosotras. Era increíble, pero incluso ningún muchacho me había hecho sentir tan bien ni siquiera me había divertido tanto antes, por eso debió de ser que mis relaciones siempre eran cortas, no encontraba el chico que conectase bien conmigo, me aburría mucho con ellos y acaba dejándolos.

Sin darme cuenta me fui distanciando de mis amigas, compartiendo todos mis momentos con ella, entablamos una amistad que parecía ir mucho más allá. Cuando no estábamos juntas el teléfono era nuestra unión, pasando horas colgadas del mismo. Nunca había echado tanto de menos a una amiga cuando no estábamos juntas...


Y llegó el verano sonriéndonos con su sol esplendoroso, más ligeras de ropa y más felices que nunca continuábamos nuestra amistad. No podía evitar mirar para sus bellos y erectos senos que se dibujaban debajo de aquel top blanco que llevaba aquella tarde... nunca me había pasado semejante cosa y me sentía extraña. Su roce me excitaba de manera chocante, pero no le hubiera dado más importancia sino fuese por la manera como ella comenzó a mirarme... Sus ojos recorrían mi cuerpo cuando ella pensaba que yo no me daba cuenta, y cuando me hablaba se clavaban en los míos haciéndome sonrojar. Sentí que algo en nosotras había cambiado.

Una noche que habíamos ido a bailar, comenzó a hacerlo a mi lado de manera muy sensual, rozándome con sus pechos y tocándome muy sutilmente. Mi cuerpo comenzó a experimentar un nivel de excitación que nunca había sentido; dejándome llevar por aquella música y aquel baile que resultaba tan erótico comencé a tocarla también mientras el ambiente festivo nos envolvía. Sin saber como ocurrió, en un momento dado me besó. Sentí su lengua dentro de mi boca y no pude menos que corresponderle, me gustaba lo que sentía y quería más...

Abandonamos el local presas de una gran calentura y con impaciencia nos fuimos a su casa. Allí comenzamos a besarnos de manera dulce primero, pasando después a hacerlo con gran frenesí. Me dejé llevar por esa sensación tan placentera sin pensar si lo que estábamos haciendo estaba bien o mal, realmente poco me importaba, nunca nadie había conseguido elevar mi nivel de lujuria de esa manera, deseaba ardientemente acostarme con ella y sentir su esencia más profunda...

Ya en la cama nos revolcamos tocándonos por todas partes, saboreando cada rincón de nuestro cuerpo, y pensé -quién mejor que una mujer para saber darme el placer que necesito-. Nunca había disfrutado tanto, ella sabía como y donde acariciarme para ponerme al límite, en un plácido juego que duró un par de horas...

Por la mañana al despertar nos fundimos de nuevo en nuestro incipiente amor, gozando de manera insuperable. Después hablamos de nuestra situación, para ella no era la primera vez, pero por lo que me dijo, jamás como conmigo; para mí, sí fue la primera, y le conté como habían sido mis relaciones con los chicos y como no había encontrado satisfacción con ninguno, y ahora entendía porqué...


Iniciamos una nueva vida juntas, totalmente placentera para las dos. Lo que nos duró dos años, estábamos bien juntas, pero yo ansiaba experimentar más en este nuevo mundo que me había sorprendido de manera grata, y la abandoné dejándola amargada, me sentí cruel, pues ella lo había dado todo por las dos y yo no le había correspondido como debiera, pero mi camino era otro, y si el destino tenía algo planificado para nosotras, ahora no era el momento, ya llegaría... Ahora mismo tenía una nueva vida llena de placeres por vivir...


jueves, 3 de octubre de 2013

"AMOR TORTUOSO"

Las discusiones se sucedían con total asiduidad, siempre había sido así, prácticamente desde el principio de nuestra relación. Pero estos últimos días iban mucho más allá, las faltas de respeto eran constantes, insultándonos con palabras que no quiero ni nombrar y comenzaron a sucederse episodios de golpes y empujones por las dos partes. Un día se nos iría el tema de las manos y ocurriría algo grave.

¿Valía la pena todo ésto por unos momentos sublimes de placer? Nuestras relaciones sexuales eran increíbles. Había conocido buen sexo, pero como el que mantenía con Jordi jamás, ¡era insuperable! Conocía mi cuerpo mejor que yo, sabía donde tocarme y como moverse para elevarme la lívido de manera brutal. Y yo conocía perfectamente el modo de excitarlo de tal manera que perdía el control, mis orgasmos en cada relación se repetían una y otra vez, provocando en él unas sensaciones de gozo que le hacían disfrutar aún sin eyacular.

Después de cada bronca sabíamos como íbamos a terminar, revolcándonos en cualquier sitio dando rienda suelta a nuestra pasión, deleitándonos de cada beso y cada caricia, saboreando el momento como si pudiese ser el último, y como si fuese la primera vez que sentíamos tal excitación nos entregábamos al acto en una copulación impulsiva y febril.

Pero había llegado nuestro final, desde el momento que nos faltamos al respeto la relación no tenía futuro. Lo amaba locamente y él a mí, pero una pareja que se está haciendo daño continuamente no puede conformarse con el buen hábito en la cama, lo nuestro se reducía simplemente a eso, grandes momentos sexuales y una convivencia pésima.

La última discusión ya fue el colmo, todo comenzó por algo tan trivial como la cena. No parecíamos ponernos de acuerdo sobre lo que cenar, Jordi quería pedir unas pizzas y yo optaba por no gastar y preparar algo ligero en casa. Así que sin llegar a un entendimiento, comenzamos a insultarnos sucediéndose enseguida los episodios de empujones. Cuando nos dimos cuenta nos estábamos golpeando con brutalidad, cayendo al suelo y continuando allí nuestra guerra, hasta que Jordi sujetándome por los hombros y mirándome a los ojos frenó la lucha.

¿Qué estamos haciendo María? ¿Qué clase de pareja hacemos? Te quiero con locura, pero no quiero esta vida... Tenía razón, el punto y final había llegado, realmente no se porque habíamos aguantado tanto. Años de faltas de respeto y golpes. No éramos una pareja de verdad. Eramos solo sexo.

Aquel domingo nos despedimos, con lagrimas en los ojos pero sabiendo que era lo mejor que podíamos hacer el uno por el otro. Con la promesa de no sucumbir a la tentación de llamarnos para complacer a nuestros cuerpos una vez más...

Pasaron diez años desde la última vez que nos habíamos visto, en mi recuerdo él estaba siempre presente, añoraba nuestros momentos en la cama y es que no había encontrado a ninguno que ni siquiera se le aproximase. Pero pensé en algo más, nos habíamos ido a vivir juntos demasiado pronto, y nos faltaba la madurez que nos aporta la vida. Nos conocimos en el momento equivocado. 

Una tarde de verano, después de salir del trabajo, me acerqué a un centro comercial que habían inaugurado hacía unos días en la ciudad, aún no había tenido ocasión de visitarlo y puesto que no tenía otra cosa que hacer me acerqué hasta allí.

Después de curiosear las tiendas y comprar alguna cosa, subí a la planta tercera, allí estaban los locales de hostelería y aprovecharía para cenar algo. Mi sorpresa fue mayúscula, sentado en la barra de uno de los locales estaba él.

Me acerqué despacio observándolo, estaba charlando animosamente con el chico que estaba detrás de la barra. Unas canas se asomaban en los laterales de su pelo y pequeñas arrugas comenzaban a vislumbrarse en su rostro, lo que le daba un aire muy atractivo. 

Un hola tímido inició la conversación. Se levantó sorprendido al verme y me abrazó con mucha ternura. Nos sentamos en una mesa y comenzamos a charlar de como nos habían ido las cosas. Al igual que yo no había encontrado a la chica adecuada y actualmente no estaba con nadie.

Enseguida mostramos nuestros sentimientos que aún parecían perdurar dentro de nosotros, nos habíamos echado mucho de menos todo este tiempo, y el que no fuésemos capaces de cerrar el libro y comenzar con uno nuevo decía mucho. Decidimos comenzar de nuevo, poco a poco sin precipitar las cosas, y sobre todo apartando el sexo de momento hasta estar seguros de como transcurría nuestra relación.

Y pareció funcionar, aguantamos seis meses sin mantener relaciones sexuales, ¡todo un logro!, y un año más en irnos a vivir juntos. La madurez nos había sentado la cabeza y nos había aportado una nota de tranquilidad y sensatez, ahora las cosas nos iban muy bien, eramos mas juiciosos y prudentes en nuestros actos y opiniones, sin dejar que los malos entendidos y la ira marcase nuestra vida.

En nuestra plenitud, llegó el colmo de la felicidad completa a nuestra casa, un regalo que complementaba nuestra vida a la perfección y que nos hizo mejores personas. Lidia y Pedro, nuestros mellizos iluminaron nuestros corazones, terminando de fortalecer lo que habíamos creado. Un hogar pleno de paz y felicidad.

miércoles, 2 de octubre de 2013

"LA ESPERA"

Lo sentía muy dentro de mí, en mi alma, en mi corazón... En cada recoveco de mi cuerpo que él había tocado y besado, residía... Todo me lo recordaba, mi dulce Sam, desde una canción, unos versos, una sonrisa... Todo era él.

Vivir en aquella casa era una tortura diaria, todos me habían aconsejado que la vendiese y me buscase otra para alejarme de aquel dolor que lentamente me estaba matando, pero no podía hacerlo... Era la casa que habíamos comprado juntos y sabía a ciencia cierta que Sam estaba allí conmigo, esperando a que llegase mi hora para volver a encontrarnos y no separarnos jamás.

Solo esperaba que ese momento no tardase, no lograba superar su pérdida que me había dejado sumida en una triste soledad. Ya nada me ilusionaba, nada me importaba... Algo tan simple como los recuerdos del pasado junto a él me permitían pasar los días, dejándome en trance por horas, reviviendo una y otra vez nuestros encuentros.

Seguíamos conectados, toda la vida lo habíamos estado y conseguía acertar a sentir sus caricias y sus besos cerrando mis ojos... Mi querido Sam... que atrocidad nos han hecho separándonos así con toda una vida por delante... Si alguien o algo tenía el poder sobre la vida y la muerte, era muy cruel. Un amor tan mágico y sincero no se puede separar así... La muerte lo alejó de mí, dejándome desgraciada y moribunda, cada día mi vida se evaporaba un poco más... Se puede morir de tristeza, ahora lo se y no hay nada ni nadie que pueda evitarlo. No quiero medicación, no quiero amigos, solo lo quiero a él conmigo...

El día estaba próximo, lo sentía... quizá era la debilidad que atenazaba todo mi cuerpo, ya no comía ni bebía y mi descanso se había reducido a esos pequeños instantes de ensoñación donde me veía disfrutando de mi amor, “mi Sam...”. Por momentos acertaba a descubrir su rostro, mirándome sonriente y transmitiéndome con su mirada mucha paz y tranquilidad.


Y allí me encontraron, en aquel sofá convertido en mi nicho, envuelta en aquella manta de cuadros rojos resultando ser mi mortaja, y por fin pude refugiarme en sus brazos para siempre... 

lunes, 30 de septiembre de 2013

"SACRIFICIO"

Conocí a Jaime en una boda a la que estábamos los dos invitados por parte de la novia, pero hasta ese momento no habíamos coincidido nunca. María era amiga de los dos y ese día al presentarnos fue la primera testigo de la increíble conexión que ejercíamos el uno sobre el otro desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron.

Pasamos el resto de la boda juntos, charlando y riendo. Era divertido y me hacía sentir tan bien que creía estar soñando. Nuestros cuerpos se armonizaban bailando cono si fuésemos dos mitades equitativas. Cuando al amanecer nos despedimos, sentí como si ya llevase tiempo en mi vida. No quería irme para casa, necesitaba sentir su presencia y su protección. ¿Como alguien que acababa de conocer podía causar ese efecto en mí?

Quedamos en vernos por la noche para cenar juntos y no parecía llegar la hora. Nunca estuve tan ansiosa esperando una cita. Dormí casi todo el día esperando que así pasase más rápido el tiempo.

A partir de aquel día ya no nos separamos, no pasaba un día en el que no quedásemos para hacer algo juntos, era una necesidad vital igual que el respirar. Coincidíamos en aficiones, gustos y forma de ser, dos partes iguales no se complementaban mejor que nosotros. En la cama era tal el vínculo que nos unía que era suficiente un solo roce o una caricia para elevarnos la lívido a su nivel mal alto, disfrutando de nuestros encuentros en un goce sublime, rematando con un estallido de pasión descontrolada y lujuriosa que nos hacía perder el control de forma dulce y ardiente. Solo pensar en el me excitaba de tal manera que tenía que llamarlo por teléfono y contárselo, lo que enriquecía la calidad de nuestra relación. Era sexo continuo pero no obsesivo, en el que un beso era suficiente para ponernos a mil, buscando un escondite donde dar rienda suelta a nuestra pasión.

Al cabo de tres meses decidimos irnos a vivir juntos, era algo tan perfecto que temía que fuese irreal y que la convivencia lo estropease. Pero no fue así, todo lo contrario, cada día nos amábamos más disfrutando de las cosas que hacíamos en común fortaleciéndonos como pareja. Tenía dos hijos de un matrimonio anterior que no suponían un problema para mí, cuando venían a casa los recibía con cariño, tratándolos como si fuesen míos, y eso se reflejaba en los niños que venían siempre ilusionados lo que satisfacía plenamente a Jaime.

Una mañana de verano recibí una llamada de teléfono, era algo que había estado esperando hace tiempo, y que había quedado olvidado en mi memoria, con toda seguridad debido al gran momento sentimental que estaba viviendo.

Era la oportunidad de mi vida. El Hospital General de Manhattan me hacía una oferta como cirujano vascular. Era una gran oferta, gran sueldo con seguro médico y vivienda. No podía rechazarla, era lo que siempre había soñado.

No sabía como decírselo a Jaime, estaba segura de que no podría dejarlo todo por venirse conmigo, sobre todo por sus hijos. No podía ponerlo en esa difícil situación. Él era muy importante para mi, pero pensándolo fríamente ahora estábamos bien pero, ¿y mañana? ¿Y si renunciaba por él para nada? Era lo que siempre había esperado, una oportunidad única. Así que con resignación, tomé una decisión que dolía inmensamente.

En cuanto llegó Jaime del trabajo me mostré esquiva y ausente. Él preocupado me preguntó que me pasaba y yo destrozada por dentro mentí diciéndole que había otra persona, que se había cruzado en mi camino sin buscarla y que había surgido algo mágico.

Necesitaba sus besos, sus abrazos... pero no podía dar marcha atrás, había tomado una determinación y seguiría con ella hasta el final. Jaime se sentó en el sofá destrozado y echando sus manos a la cabeza lloró con tanto dolor que me rompió el alma. Me sentía cruel pero en ese momento consideré que era lo mejor. Cogiendo algunas de mis cosas, me fui de allí mientras lágrimas de amargura brotaban de mis ojos.

Llevaba ya dos meses en Manhattan sin haber logrado superar la ruptura. Estaba segura que él era el hombre de mi vida y que lo que nosotros habíamos mantenido, jamás lo volvería a encontrar.

Alguien llamó a la puerta, no esperaba a nadie y cuando abrí la sorpresa fue mayúscula. Allí estaba Jaime, con un precioso ramo de rosas rojas, lo abracé comenzando a llorar arrepentida, ¿cómo podía haber abandonado a la persona que a ciencia cierta era para mi?

Me contó, que María había hablado con él, explicándole como había ocurrido todo y el porqué de mi comportamiento. Estábamos los dos mal y era más de lo que ella podía soportar, así que rompiendo su promesa hacia mí, reveló mi secreto, lo cual agradecí.

Hablamos de la situación y de como yo había tomado las riendas del asunto, sin dejar que él pudiese decidir. Acepté sus reproches, debería haber sido valiente y no ocultarle la realidad. Me sorprendió su decisión, se venía conmigo. Su ex-mujer había aceptado en dejar venir a los niños en cada una de las vacaciones, y como decía él, además un día se harían mayores y volarían, no valía la pena arriesgar tan bonito amor por un futuro incierto.

Sabía lo que suponía para él separarse de sus hijos, lo cual hacía que valorase todavía más lo nuestro. Y amándonos como siempre comenzamos un nuevo futuro para siempre ya fortalecidos.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

"ASIGNATURA PENDIENTE"

Todos guardamos algún muerto en el armario, secretos inconfesables que de saberse pondrían en peligro nuestra estabilidad, nuestros amigos o nuestro matrimonio. La línea que divide la bondad de la maldad es tan difusa que a veces, cuando la razón y los sentimientos chocan y se interfieren, la pisamos sin darnos cuenta y sin querer; a veces no se puede luchar contra la naturaleza y como decía Oscar Wilde, la mejor manera de librarse de la tentación es sucumbir a ella.

Conocí a Sandra en un chat hace ya muchos años, cuando internet todavía era inocente y buceábamos en la red en busca de nuevas formas de comunicación. Me gustaba escribir, contar historias y piropear y halagar a las mujeres; estar detrás de una pantalla me desinhibía hasta hacer desaparecer mi timidez. Hay que decir que me manejaba bien y que tenía a unas cuantas chicas pendientes de todas aquellas bonitas cosas que sabía decirles.

Era un juego que no iba más allá de la simple diversión, no conocía a nadie en persona, ni siquiera en fotografía, solo existíamos aquellos minutos en los que nos conectábamos al chat. Luego cada uno tenía su vida y desaparecíamos de la de los demás hasta el día siguiente.

Sandra era la reina del “saloon”, sabía contar historias de encuentros fortuitos con hombres de los que se enamoraba, de amores de bar en los que una mirada acababa llevándola a la cama o de lujuriosos trayectos en el asiento de atrás de un coche mientras el taxista espiaba por el retrovisor; escribía con estilo e imaginación sabiendo muy bien dónde estaba la línea que ponía límite al erotismo.

Fue ella la que me asaltó en privado no recuerdo con qué excusa, conversaciones banales que servían para entretener las horas muertas de la tarde. Luego fui yo el que, unos días más tarde, hizo lo mismo para evitar el bullicio del canal general y buscar un poco de tranquilidad. Al cabo de un tiempo, casi sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en confidentes el uno del otro y desahogábamos allí nuestros problemas y nuestras inquietudes, nos hicimos amigos, nos conocimos sin vernos ni saber uno del otro más que la descripción que cada uno quiso hacer de sí mismo, aunque llegados a aquel punto lo físico era lo de menos. Pero teníamos curiosidad.

Un par de meses más tarde nos intercambiamos unas fotos y fue cuando comprendimos que al otro extremo del hilo había una persona real, de carne y hueso, completamente diferente de lo que nuestra imaginación nos había hecho creer. Sandra lucía una media melena rubia y una piel morena tostada por el sol, unos ojos oscuros y aquellos labios carnosos que yo jamás había imaginado; esbelta y escotada, parecía estar posando para mí. Sin embargo estoy seguro de que de no haber sido tan guapa me habría gustado lo mismo.

Ahora me paro a pensar y creo que en aquel momento no era consciente del camino que estaba siguiendo, simplemente jugábamos; del consuelo y las confidencias, del teclado y de las fotos, pasamos al teléfono y a la excitación, las conversaciones fueron caldeándose como en un devenir natural, como si todos aquellos pasos que íbamos dando estuvieran programados de antemano. Hablábamos por las tardes, cuando yo quedaba libre de mi turno en la fábrica y mi mujer iba a recoger a los niños a la escuela, nos contábamos lo que nos haríamos el uno al otro el imaginario día en que estuviésemos juntos; ambos sabíamos que los más de mil kilómetros que nos separaban eran un seguro contra cualquier clase de tentación real.

La fogosidad del principio, el descubrimiento de aquella extraña relación secreta, duró unos meses, quizá medio año, para luego ir enfriándose poco a poco, distanciando las llamadas, ocupándonos de otras cosas, de la vida, de la realidad… A pesar de ello y de algunos años transcurridos, jamás perdimos el contacto y de tarde en tarde, como buenos amigos que éramos, nos llamábamos para ponernos al día de nuestras vidas o nos cruzábamos de vez en cuando en algún otro chat para recordar aquellos días en los que hacíamos arder los cables del teléfono con nuestras palabras encendidas de deseo.

La vida da muchas vueltas y al doblar la esquina te mira con ironía a los ojos y se ríe de ti y te ofrece en bandeja de plata lo imposible. Quizá cinco o seis años después de aquello recibí un día una llamada de Sandra que no esperaba, estaba saliendo de la fábrica y me sorprendió.
  • ¿No crees que va siendo hora de que nos conozcamos? -me dijo- Estoy de vacaciones en tu ciudad con mi familia, puedo escaparme una hora, ¿me invitas a un café?
El teléfono me quemaba en las manos, estaba sucediendo lo imposible, ¿Qué iba a pasar, nos defraudaríamos el uno al otro, sería Sandra la misma Sandra con quien había compartido confidencias y sexo telefónico o en persona sería diferente? Asentí, claro que me iba a tomar ese café con ella, salí corriendo a casa a darme una ducha, a comer algo y a esperar.

Sandra, con la excusa de ver a un viejo amigo de estudios, había dejado a la familia viendo un museo y quedamos en una cafetería céntrica fácil de encontrar. Cuando llegué me esperaba sentada en una mesa del fondo y a pesar de mis dudas, reconocí aquella sonrisa nada más verla. Nos saludamos temerosos, con dos castos besos en la mejilla y un abrazo, charlamos de los viejos tiempos tanteándonos el uno al otro tratando de comprender si ahora, cara a cara y varios años después, seguíamos sintiendo algo de aquel deseo del que tanto habíamos hablado.

La hora acordada pasó en un suspiro, ¡teníamos tanto de que hablar y tan poco tiempo! Sandra era ahora menos rubia, tenía el pelo más largo, pero conservaba aquellos ojos y la hermosura de un cuerpo firme que no correspondía a su edad. Yo estaba más viejo, las canas y una reciente y larga crisis matrimonial me habían derrotado, me encontraba triste y confuso con la vida en una encrucijada de la que no sabía cómo salir.

Al marchar, cuando salimos de la cafetería, pasé tímidamente un brazo por su hombro y ella me correspondió abrazando con el suyo mi cintura; entramos en el coche, nos miramos y sin hablar nos lanzamos el uno sobre el otro en una serie de besos desesperados que parecían no tener fin. Una hora no es nada, pero fue suficiente para que ambos pudiéramos comprobar que no había apenas diferencia entre la imagen que nos habíamos hecho el uno del otro y cómo éramos en realidad. Seguíamos deseándonos.

Arranqué, estábamos cerca del museo pero antes de llegar al punto de destino, donde le estaba esperando la familia, paré el coche otra vez.
  • Quiero besarte, quiero tocarte aunque sea unos segundos, sabes que esta puede ser la última vez que nos veamos... -le rogué melancólicamente-
Volvimos a besarnos, nuestras manos recorrieron a tientas nuestros cuerpos, el suyo era firme, suave, caliente… Apenas uno o dos minutos y la dejé a unos metros del lugar donde la esperaban; saludé sin bajarme del coche y me fui.

Después de aquel encuentro furtivo la vida volvió a la rutina, al trabajo y a aquella sensación de vacío que me asfixiaba desde las últimas discusiones en casa; era como si ya nada tuviera sentido, como si solo me quedara arrastrarme el resto de mi vida como me había arrastrado para salvar una familia. Lo malo de hacerlo una vez es que luego ya nunca más puedes levantarte. Quizá había sido un error, el último error, pero ya era tarde para rectificar. No sé si aquel estado me sirvió de excusa o si todo el sufrimiento y el sacrificio de tantos meses soportando insultos, desprecios y vejaciones psicológicas cambiaron mi forma de pensar; deseaba a otra mujer y no sentía ningún remordimiento.

Mantuvimos el contacto como antes de nuestro encuentro, nos enviábamos correos electrónicos de vez en cuando, casi siempre recordando aquel día, aquellos besos, el temor que ambos tuvimos de decepcionarnos, la alegría de ver que éramos como creíamos que éramos, los momentos de aquella pequeña pasión en el coche… En casa las cosas volvían casi a la normalidad después de más de un año de crisis, nos queríamos otra vez, pero mi conciencia ya no volvió a ser la misma; pensé que si pasas por delante de una pastelería y te comes un pastel no tiene por qué afectar a quien no lo sepa. Ojos que no ven…

Si la primera vez fue el destino, la segunda vez fue el diablo el que se puso de nuestra parte. Meses después recibí otra llamada inesperada:
  • Mi empresa me envía toda la semana a Madrid a un curso de reciclaje, tenemos una asignatura pendiente, ¿Cómo andan las conexiones de trenes desde tu ciudad?
  • Creo que me puedo escapar el fin de semana, mi mujer está en el pueblo con los niños...

  • Si vienes soy tuya en cuerpo y alma...








lunes, 23 de septiembre de 2013

“MELANCOLIA”

Llevaba una semana sin verlo y sin hablar por teléfono. Lo que en principio fue un alivio, se tornó en una mezcla de sentimientos rotos que me causaban nostalgia y tristeza.

Todo había comenzado con una tonta pelea, las más intensa hasta ahora, lo demás habían sido pequeños enfados sin importancia y que ni siquiera era algo habitual en nosotros. Quizás por ello la bronca había causado tal resultado.

Ahora era consciente de lo que amaba a ese hombre y de lo mucho que lo necesitaba. Extrañaba sus besos, sus abrazos, sus caricias. Melancólicamente recordaba nuestros encuentros sexuales tan placenteros y el hacerlo me excitaba sutilmente.

El enfado había sido un absurdo. Después de una romántica cena, cuando nos hallábamos esperando a que nos sirvieran el café, descubrí en una de las mesas del fondo a mi ex-pareja Nico. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que disculpándome un momento de Luis, me acerqué a su mesa con ánimo de saludarlo. Habíamos estado ocho años juntos y aunque la relación no cuajó sentía por él mucho cariño, era buena persona y siempre me había tratado muy bien. Lo que en principio iban a ser unos minutos, se volvió casi  media hora.

Cuando regresé a la mesa, pude atisbar una expresión de disgusto en el rostro de Luis. Pidiendo la cuenta me sugirió el irnos para casa. Ya en el coche comenzaron los reproches, dejando caer que estaba liada con Nico. Una vez en casa ya fue insostenible, gritos e insultos por ambos lados, lo que acabó con mi decisión de romper con él invitándolo a que abandonase el domicilio conyugal. Sin mediar palabra preparó una maleta con algunas de sus pertenencias diciéndome que en unos días ya pasaría a recoger el resto, y se marchó...

Desde ese día no volví a saber nada de él, me sentía muy apenada y afligida. Decidí llamarlo por teléfono, tomaría el paso puesto que Luis se había ido de nuestra casa porque yo lo obligué.

Descolgué el teléfono y marqué su número, comunicaba. Volví a intentarlo y el resultado fue el mismo. Colgué pensando tristemente que quizá estaba hablando con alguna chica, yo lo había apartado de mi lado.

Me refugié en el sofá envuelta en una manta, no porque hiciese frío, simplemente ese "acocho" me hacía sentir un poco mejor en compañía de esa soledad que me torturaba.

Alguien llamó a la puerta y cuando abrí, estaba Luis allí plantado, tan guapo y atractivo como de costumbre. Un simple “hola” fue su saludo y yo le respondí invitándolo a pasar.

Mi corazón iba a mil, a pesar de que él parecía indiferente y ausente. No me miraba y eso me dolía amargamente. Me preguntó mirando hacia el suelo como me encontraba y mi respuesta fue un “mal” muy lastimoso.
  • Vengo a recoger mis cosas -me dijo- y también estoy mal -continuó en un susurro- ¡Te echo de menos Tania! ¿qué es lo que nos pasó? ¡Eramos la pareja perfecta!
  • Te quiero Luis -no pude menos que decir- y me está volviendo loca esta situación ¡no puedo vivir sin ti! -dije mientras unas lagrimas resbalaban por mis mejillas-.


Ahora sí me miró a los ojos, con mucha dulzura secó con sus dedos las lagrimas de mi rostro, y me besó con tanta ternura y tanto amor que me hizo estremecer, era como si nada hubiese pasado. Elevándome en sus brazos me dirigió a nuestro dormitorio, y allí me poseyó con una pasión arrebatadora haciéndome sentir que realmente estábamos hechos el uno para el otro, conectados ya de por vida.

jueves, 12 de septiembre de 2013

"EL REGRESO"

Mañana sería un gran día, el día más esperado de toda mi vida. Es curioso como la vida en ocasiones, te desvía del camino que llevabas tan felizmente, guiándote hacia un destino que no termina de complacerte, para finalmente volver a llevarte hacia tu origen.

Tenía ocho años cuando mis padres y yo tuvimos que hacer las maletas y escapar a otra tierra a labrarnos un futuro. Una mala gestión por parte de mi padre, nos había llevado a la ruina, perdiendo todo lo que habíamos conseguido hasta el momento.

Vivíamos en un pequeño pueblo de pescadores y recordaba con añoranza los baños en la playa con mis amigos, los días de colegio, y las fiestas de Navidad con la familia. Pero lo que más melancolía me causaba, era una niña dos años más pequeña que yo, pecosa y casi siempre con coletas. No era habitual en la pandilla, pero sólo Dios sabe la razón de aquella nostalgia hacia ella.

Y llegó el día, embarcamos desde Alemania con destino a Santiago de Compostela, no me gustaba viajar en avión, pero nunca desee tanto el estar subido en este aparato. En Santiago ya nos estaban esperando un montón de familiares deseosos de vernos y abrazarnos. Acomodándonos en el coche cogimos destino a Marín, mi tierra.


Estaba todo muy cambiado, pero la casa de mis abuelos parecía seguir igual, ahora sería nuestro hogar. Miré hacia el puerto y ahí estaba ella, creo que la habría reconocido aunque pasasen quince años mas. Esas pecas y ese pelo ahora sin coletas eran inconfundibles. Ella me miró sonriéndome y caminando hacia ella sabía que Dios la había dispuesto para mi.

"RENACER"


Hacía treinta y seis horas de la desaparición de nuestra pequeña Carol. No dejaba de culparme ¿por qué había tenido que dejarla sola? No tenía mas que tres años. Tan sólo fue un instante, pero lo suficientemente largo para que arrancasen a mi hija de mi lado. ¿Por qué no la llevé conmigo cuando entré de nuevo en la casa a recoger el móvil olvidado? La dejé desamparada en el jardín...

Recordaba esa mañana, se había despertado con su alegría tan característica, sus manitas se habían alzado para que la aupase, la cogí en mis brazos y llené de besos esas sonrosadas mejillas.

Era un día especial, teníamos que ir al aeropuerto a recoger a sus abuelos paternos que venían de EE.UU. a conocer a su preciosa nieta. Motivos laborales habían impedido esa ocasión hasta este momento.

Escogí su mejor vestido, uno de color rosa de sisas, con puntilla blanca en la falda, adornado con lazos de satén blanco a ambos lados de su cintura, y como complemento, unas sandalias blancas. La peiné colocando un precioso broche con forma de mariposa con brillos sobre su pelo dorado.

Salí de mi ensoñación, Alex mi marido, me abrazaba cariñosamente, no sentía por parte de él ningún tipo de resentimiento, me besaba tiernamente en la frente. Mis suegros también intentaban animarme, se mostraban amorosos y fraternales conmigo.

Un dolor agudo recorría mis entrañas y una mano invisible apretaba mi garganta ahogándome; me sentí desfallecer, pero no podía, tenía que ser fuerte por ella. Me acurruqué mas en los brazos de mi esposo y el me correspondió con un abrazo mucho más intenso, transmitiéndome seguridad.
Mientras, el inspector que llevaba el caso se acercó a la salita, y aunque habíamos dejado la puerta abierta, la golpeó suavemente para hacernos saber que estaba allí.
  • ¿Podría hablar con ustedes un momento? -preguntó con entusiasmo-, hay novedades.
Pegué un salto en el sofá, y me desprendí del tierno abrazo de Alex.
  • ¿Ha aparecido mi pequeña? -pregunté con lágrimas en los ojos-
  • Parece que sí Lucía, una mujer ha entregado en comisaria a una niña que concuerda con la descripción de Carol. Nos ha dicho que sólo hace 2 semanas, perdió a su hija de una triste enfermedad, y que cuando vio a Carol le recordó tanto a la suya fallecida, que no pudo evitar llevársela. Después ya todo es confuso, parece que sintió remordimientos y decidió devolverla.
Comencé a llorar, mucho más que el primer día que la vi, cuando nada más nacer me la colocaron encima. Y cuando entró por la puerta, y corrió hacia mi gritando ¡mami! la alegría que sentí fue la más grandiosa que pude sentir en toda mi vida, la abracé con fuerza y sentí los brazos de Alex rodeándonos a las dos, convirtiéndonos en solo uno.

LA MUSA



Sentía la lluvia repiquetear en mi ventana, aún me preguntaba que hacía allí, no había sido buena idea. 

La soledad me atormentaba y había decidido venir a pasar unos días a la cabaña que tenían mis padres en la montaña, con idea de relajarme e intentar recuperar la inspiración que me había abandonado el mismo día que Clara se había ido de mi lado. Mis ilusiones puestas en ella y en nuestra relación se veían truncadas, yo me sentía como un vagabundo que no sabía donde ir, todo parecía desmoronarse a mi alrededor...

Desde hacía seis meses, el mismo día en que Clara me dejó, no había sido capaz de añadir una letra a mi novela. Yo, el mismo hombre alegre y tenaz lleno de ideas que bullían por mi cabeza buscando escapatoria, me encontraba ahora en un túnel sin salida. Estaba bloqueado, incapaz de dar continuidad a mi trabajo. Mi cabeza siempre había ido más rápido que mis manos, mi editor me felicitaba por la rapidez con la que llegaba a terminar un nuevo libro.

Y ahora el tiempo apremiaba; o acababa ya la novela o tendría que devolver el adelanto que me había dado mi editor; dinero que ya había gastado en alcohol y mujeres y que pensándolo fríamente no me habían satisfecho ni lo mas mínimo.

Mi madre bromeaba diciendo que lo que yo necesitaba era una nueva musa que me trajese de vuelta la inspiración, pero eso era imposible. Clara había dañado de tal forma mi corazón que ya era irrecuperable. Y pensé que realmente me daba igual acabar la novela o no, me resultaba indiferente morir de pena o de inanición.

Pero la vida es muy caprichosa y nunca sabemos lo que tiene reservado para nosotros. A la mañana siguiente me disponía a preparar las maletas para volver a la ciudad, pediría a mis padres que me prestasen el dinero para devolver al editor, me rendía y me sentía cobarde, pero me daba igual.

Alguien llamó a la puerta y si no fuese por la insistencia seguramente no hubiese abierto, lo que menos me apetecía era recibir visitas.

En cuanto abrí la puerta sentí como si entrase en otra dimensión. Allí estaba ella, la mujer mas hermosa que jamás hubiera imaginado conocer. Había sufrido una avería en su coche no muy lejos de la cabaña y necesitaba utilizar el teléfono. Fuera llovía con fuerza y ella estaba calada, así que lo menos que podía hacer era, -además de dejarle usar mi teléfono- ofrecerle un café caliente y algo de ropa para que pudiera cambiarse. Ella se mostró complacida por la invitación y algo me dijo que pronto me volvería la inspiración.

Me la devolvería mi nueva musa...