- ¡Mamá, estoy embarazada!
Me
cogió por sorpresa. Después de andar danzando de un chico a otro
sin encontrar estabilidad, había conocido a Rubén, un visitador
médico asiduo en la clínica dental donde trabajaba mi hija como
auxiliar.
Ya
había cumplido veinticinco años, -no es que fuese una cría-, pero
no llevaban más que seis meses juntos y yo no creía que se
conocieran lo suficiente como para tener un hijo. Finalmente, dada la
felicidad que irradiaba mi hija, no me quedó más remedio que
aceptarlo, realmente hacían muy buena pareja.
Habían
organizado para el fin de semana una pequeña fiesta familiar para
anunciar a todos la buena noticia, -opiné que me parecía un poco
precipitado, pero la última palabra era la de ellos-.
Y
llegó el día, mi hija lucía espectacular con el precioso vestido
de raso blanco que había escogido para la ocasión, sus ojos
relucían y transmitían esa dicha que ella sentía. Todo salió
genial, y entre aplausos y silbidos rodearon a la joven pareja para
felicitarlos personalmente.
Observé
a mi tía Susana, se había quedado apartada en un lado, arrimada a
uno de los árboles que apostaban en el jardín. Estaba seria y su
cara dibujaba un gesto de disgusto. Me acerqué a ella con el ánimo
de preguntarle que le pasaba, ella siempre había sido atenta y
alegre con la familia.
Según
me aproxime a ella sin darme tiempo a preguntar, me agarró de un
brazo y me pidió que la acompañase a un sitio tranquilo. Observé a
mi hija, estaba rodeada de familiares y amigos charlando
animadamente, no me iba a echar de menos aunque me ausentase un rato.
Nos
dirigimos a la trasera de la casa y nos sentamos en un banco situado
delante del pequeño estanque, las ranas croaban encima de las hojas
de los nenúfares, dando un aire relajante y calmado al ambiente. Le
pregunté que es lo que pasaba y con semblante serio comenzó con su
relato, pidiéndome antes de comenzar que no la interrumpiese para
nada hasta el final.
- Hace muchos años, muchísimo antes de que tu nacieras, la madre de tu tatarabuela siendo muy joven, se enamoro de un muchacho del pueblo. Por aquel entonces él tenía novia, aunque no tardó mucho en dejarla por comenzar una relación con ella. Eran muy felices juntos y anunciaron la boda enseguida. La otra muchacha presa de celos y de rabia, estando un día reunidos con amigos y vecinos en la plaza mayor, durante las fiestas del pueblo, le echó una maldición a ella por considerarla culpable de su ruptura. Todo el mundo pudo escucharla -¡a ti que me has quitado lo que yo más quería te maldigo, pero no solo a ti, a todas tus descendientes féminas, vosotras las de tu familia, en cuanto lleguéis a ser abuelas moriréis antes de un año, sin poder disfrutar de vuestros nietos” -dicho esto, abandonó la plaza y nunca más se le volvió a ver-.
Me
quedé contrariada y pensativa, mi madre había fallecido cuando mi
hija había cumplido dos meses, y creía recordar que mi abuela lo
había hecho a los pocos días de mi nacimiento.
- Tía, eso que me cuentas ¿es cierto? -pregunté aturdida por toda esa información tan extraña-.
- Si -contestó seriamente-¿por qué crees que yo no he llegado a tener hijos? Tu madre ha sido una irresponsable por tenerte, yo se lo avisé, pero ella quería ser madre, no le importaba sacrificar su vida, le pedí que te lo contase todo y que tu decidieses si querías tener descendencia, pero me lo prohibió. Ahora te lo cuento, no te lo dije antes por que tu madre me lo hizo jurar, no sé por que le hice caso... -dijo entre dientes-.
- Todas las descendientes han ido falleciendo al llegar su primer nieto, no hay escapatoria posible -dijo mientras se levantaba sollozando dirigiéndose al interior de la casa-.
Me
quedé un rato allí, pensativa. No le iba a decir nada a mi hija, no
podía romper su ilusión, pero seguro que algo podría hacer...
todas las maldiciones tienen solución -pensé-.
A
la mañana siguiente, quedé con mi amiga Isabel para tomar un café
y contarle todo lo que mi tía me había explicado. Agradecí su
silencio mientras yo relataba todo lo que sabía, y al acabar me
abrazó aportándome un poco de consuelo y cariño. Ella tenía una
amiga de nombre Queta que echaba las cartas, quizás con un poco de
suerte podría ayudarme.
Reunidas
las tres después de leerme las cartas y pedirme que le contase toda
mi historia, me dijo:
- Entiendo que os han arrojado un hechizo muy potente, pero debo de informarme y pedir consejo a mis colegas, mis medios son muy limitados, nunca me he visto envuelta en algo así. No te preocupes, encontraremos la manera de deshacer la maldición.
Pasó
una semana sin tener noticias de Queta, aún había tiempo, pero la
situación me causaba mucha ansiedad. Mi hija llegó a creer que el
embarazo no me había hecho ilusión.
- Si cariño, claro que me ha hecho ilusión, estoy feliz sobre todo por ti, por verte así de radiante, solo me encuentro cansada, quizás tenga algo de anemia, iré mañana al médico a hacer una revisión -mentí-.
Al
cabo de tres semanas me llamó Isabel, teníamos una entrevista con
la “medium”, estaría acompañada de una de sus colegas, la más anciana, considerada la bruja con más habilidades en el
oficio. Mañana sería el encuentro.
A
las cuatro de la tarde como nos habían citado, allí estábamos
puntuales a la cita. El encuentro sería en el gabinete de la bruja
Nadia, así se hacía llamar. Pero la expresión de las dos no
parecía muy alentadora. Comenzando a hablar Queta me dijo:
- No es posible deshacer el encantamiento, es demasiado fuerte y resistente, sólo hay una solución para romperlo, pero esa salida tiene un desenlace fatal para ti.
- ¿Qué solución? -pregunté angustiada mientras Isabel me cogía una mano para transmitirme tranquilidad-.
- Este hechizo es demasiado poderoso -continuó la vieja adivina- probablemente ha sido creado en un akelarre, una sola sería incapaz. Nosotras somos brujas buenas, solo ejercitamos magia blanca y aunque tenemos algunas nociones de magia negra, es un tema que se nos escapa de las manos. Aún así, encontramos el remedio para romper la maldición, como te decía Queta no tiene un buen final para ti, pero sí para tus descendientes femeninas. Deberás sacrificar tu vida, suicidándote antes del nacimiento de tu nieto, así se habrá roto el ciclo y se dará por finalizada vuestra condena. Sentimos no poder ayudarte, pero es lo único que se puede hacer...
El
mundo se hundía a mis pies, yo no tenía salvación, de una forma o
de otra había llegado mi final, la gran diferencia es que salvaría
a mi hija y a sus descendientes aunque no llegase a conocer a su
hijo, mi nieto.
De
camino a casa le comenté mi decisión a Isabel, no se mostró
sorprendida, lo intuía, y como madre que era me entendió. Le hice
prometer que jamás revelería este secreto, debería llevarlo hasta
la tumba. Me despedí de ella para siempre, lo iba a hacer ya, ¿para
que alargar el sufrimiento? ¿cómo podría ver a mi hija y a mi
marido sabiendo que sería la última vez? No, de ninguna manera,
mejor no verlos y hacerlo ya.
Llegué
a mi casa, y llené la bañera junto con aceite esencial de azahar,
me sumergí acompañada de una copa de vino blanco. Introduje en mi
boca un montón de pastillas sedantes y las hice resbalar por mi
garganta acompañadas del líquido blanco.
Sentí
como poco a poco el sueño me reclamaba, y visualicé un túnel con
una inmensa luz al fondo donde me parecía apreciar dos figuras
femeninas ¿quizás mi madre y mi abuela? Sin duda eran ellas,
escuché una voz inconfundible, la de mi madre:
- ¡Has sido muy valiente pequeña! ¡estoy orgullosa de ti! ¡tengo un regalo que seguro que te gustará...!
Y
la vi... en el vientre de mi hija pude contemplar a mi preciosa
nieta, y me sentí muy feliz, ahora podía descansar en paz...
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