Una
luz intensa que lastimaba la vista me despertó esa noche. Tomy
dormía a mi lado sin ser consciente de lo que estaba ocurriendo en
nuestro dormitorio. Antes de que pudiera despertarlo dos brillantes
seres aparecieron como de la nada y sin mediar palabra uno de ellos
me tocó la frente haciéndome perder al momento la consciencia.
Cuando
desperté pensé que volvía de un sueño extraño, pero al observar
mi entorno la realidad me devolvió a un espacio que no reconocía.
Me hallaba en una fría y pequeña habitación con paredes en acero
inoxidable, sino fuese por el tamaño, pensaría que me encontraba
dentro de una nevera de una morgue. Una luz tenue envolvía la
habitación y yo me hallaba acostada en una especie de camilla,
completamente desnuda con tan solo una sábana de color gris -que
parecía ser el color predominante en aquel sitio- cubriendo mi
desnudez.
Descubrí
alguna marca de pinchazos en mi brazo derecho y algo retenía mi
cabeza, echando mis brazos hacia ella, aprecié un pequeño disco que
se ajustaba perfectamente a mi cráneo del que salían unos cables
que se conectaban a una especie de ordenador. ¿Estaría en un
hospital? ¿Me habría puesto enferma y me tenían aislada? Me sentía
muy asustada y llamé a Tomy sin encontrar respuesta.
No
tuve que esperar mucho cuando alguien entró en el pequeño cuarto,
un bello ser de aspecto humano se acercó a mí, era de una hermosura
soberbia. Su pelo era largo y excesivamente rubio, y sus ojos de un
azul tan claro que más parecían blancos; vestía un mono ceñido a
su cuerpo de un tejido brillante y elástico desconocido para mí. Me
dirigió una amplia sonrisa tranquilizadora dejando ver unos dientes
alineados de un blanco tan perfecto que parecía inhumano, -y así
debía de ser- pensé.
Me
retiró todo el cableado de la cabeza, y ayudándome a levantarme me
dijo:
- Humana, no tienes nada que temer, no vamos a haceros daño todo lo contrario, nuestra firme intención es ayudaros a encontrar una cura a esa terrible enfermedad que mata tanta gente cada día, el maldito cáncer, a lo que vosotros parece que no encontráis solución.
- ¿Y por qué yo? -pregunté temerosa-.
- Porqué tú contienes células cancerígenas que en el plazo de dos años desarrollarían la enfermedad. Pero no eres la única, tenemos más compañeros tuyos aquí, que al igual que tú son portadores de tan terrible enfermedad. Hace muchos años en nuestro mundo una enfermedad parecida se encargó de sesgar la población, aún así no tardamos tanto como lo estáis haciendo vosotros en encontrar la cura. Estamos a punto de encontrar el remedio, cuando así sea te devolveremos con los tuyos.
Lo
miraba anonadada, ¿era todo por ayudarnos? ¿qué interés podían
tener en ello? Transmitía buenas vibraciones, aún así no me fiaba
mucho de él.
- Puedes fiarte de mi -dijo leyendo mi mente-. Uno de los poderes de los que gozamos es la telequinesia, nada podéis ocultar en esa mente compleja que tenéis los humanos sin que nosotros seamos capaces de percibirlo. Somos un pueblo pacífico y buscamos la armonía en el universo. Estáis muy lejos de hallar la cura de esa enfermedad por eso nosotros os prestamos nuestra ayuda. No queremos nada de vosotros, sois un pueblo amigo y siempre lo seréis, un poco atrasados en vuestra evolución pero así mejor, sois imprevisibles y os atacáis entre vosotros, con seguridad grandes tecnológicas en vuestras manos generaría un caos que acabaría con vuestra raza.
Yo
estaba sentada en la camilla atendiendo inquieta su explicación,
tapando mi desnudez con la sábana. Dejando apoyado en una pequeña
mesa un mono igual que el que llevaba puesto, me pidió que me
vistiese. Estaría esperándome fuera.
El
mono se ceñía a mí como una segunda piel, era un tejido cálido y
de tacto dulce, pero no pude detallar el material del que estaba
hecho, no era algodón, ni licra, ni poliester...
Cuando
salí de aquel habitáculo él me estaba esperando. Me dijo que se
llamaba Dixtier Lex y que tenía treinta y cinco años, era teniente
de la nave y su especialidad era la medicina. Llevaban años
observándonos y estudiándonos, y mediante una maquina llamada
TR254, que emitía unas ondas ultrasonoras sin acústica, se habían
dedicado a buscar personas que tuviesen cáncer o estuviesen cerca de
padecerlo. Enseñándome el aparato, pude apreciar la diferencia
entre una persona limpia de células malignas y la que no. El monitor
dejaba ver unas imágenes parecidas a un ecógrafo moderno, pero en
tonos azules, en las que una persona enferma revelaba unas manchas en
su organismo de color anaranjado.
A
continuación me llevó a una sala en la que había más compañeros
de él. Me sorprendió la belleza de los seres del sexo femenino, sin
ellos eran hermosos, ellas lo eran más. Todos vestían igual y eran
muy parecidos, mismos rasgos físicos que apenas me permitía
distinguirlos. Allí se dedicaban a estudiar las células y buscar la
cura. En uno o dos días estaba previsto tener el remedio. Eran
amables de trato y transmitían mucha paz, pude respirar la esencia
que dejaban en el ambiente, adentrándose dentro de mí llenando mi
cuerpo y mi alma de una plenitud que me satisfacía.
Después
me llevó a otra zona, mientras íbamos hacia allí, aproveché para
preguntarle a mi nuevo amigo, dónde llegaría a desarrollar yo mi
cáncer. El tranquilizándome me contó que aunque eso no llegaría a
suceder, si siguiese mi vida sin que ellos participasen en ésto, lo
padecería en mi cabeza.
Llegamos
a un ala de la nave que distinguiéndose del resto que había visto,
no estaba vestida de gris. Las paredes eran blancas, distintos
sillones extraños y amplias pantallas de vídeo decoraban el
entorno. Allí descubrí a más humanos, charlando entretenidos unos
y otros visualizando alguna de las pantallas. Por lo que me explicó
Dixtier Lex lo que estaban viendo allí era su planeta, querían que
los conociéramos un poco y supiésemos como era su vida, se
encontraba alejado de nuestro alcance de visión a través de los
potentes telescopios de la Nasa, por lo que nunca lo habían
detectado.
En
los dos días siguientes mi unión a Dixtier Lex se hizo muy fuerte,
haciendo que no recordase a Tomy. El parecía encontrarse también
muy a gusto conmigo, aprovechando cualquier instante que tenía
libre, para venir a hacerme una visita. No se como ocurrió, pero el
segundo día cuando quise darme cuenta nos estábamos besando. Lo
hacían igual que nosotros, pero lo que yo sentí fue mucho más
fuerte que lo que había sentido jamás. Su mirada transmitió tanto
amor que me pareció que no cabía dentro de mi. Disculpándose
comenzó a explicarme que ya estaba todo listo, a la mañana
siguiente sería el día esperado y nos inyectarían un fluido que
acabaría con nuestro mal.
Esa
noche la pasé pensando en él, añoraba sentir sus besos y sus
caricias, y me preguntaba como sería el sexo. Sabía que era algo
imposible y eso no hacía más que elevar mi interés.
Cuando
vino a buscarme por la mañana, descubrí en su mirada un desazón y
una tristeza melancólica que me dolía terriblemente. La conexión
que habíamos creado permitía que nuestros sentimientos fluyesen de
uno a otro como en una transfusión. Cogiéndome de las manos y
mirándome a los ojos me dijo que me amaba, pero que no era posible,
nunca había querido que eso ocurriera, pero había cosas que no se
podían controlar, como mucho en cuatro o cinco días, en cuanto
comprobasen como reaccionaba a la medicación me devolverían a mi
sitio, no había posibilidad alguna en que pudiésemos estar juntos.
Esas palabras me causaron un gran dolor muy dentro, pero pensé que
solo por conocerlo y poder disfrutar de él unos momentos, habría
valido la pena.
Después
de juntarnos a todos en una gran sala provista de varias camillas,
fuimos pasando en grupos de diez a recibir el tratamiento. Al
finalizar nos reunieron pidiéndonos que no contásemos nada a
nadie, deberían permanecer en el anonimato, siempre estarían para
ayudarnos, pero desde fuera sin que nadie lo supiese. Uno de nosotros
era un médico, casualmente de la unidad de oncología, a través de
él mandaban la cura para el mundo humano, este médico sería de
manera oficial el creador de tan grande descubrimiento.
Mis
encuentros con Dixtier Lex eran cada vez más frecuentes, nos
abrazábamos y nos besábamos con una pasión arrebatadora, en varias
ocasiones estuvimos a punto de culminar nuestro amor. Yo lo deseaba
locamente y sabía que él a mí también.
Los
resultados de los análisis iban de maravilla, mis células iban
desapareciendo como por arte de magia. En dos días llegaría el
fatídico momento de despedirme de él, en el fondo deseaba que algo
saliese mal para poder permanecer allí, pero no era así...
El
día anterior a mi marcha, cuando me disponía para meterme en la
cama, llegó a mi habitación. La expresión de su cara denotaba todo
el dolor que sentía, sin decir nada me besó intensamente,
abrazándome a continuación en un tierno abrazo que duró un buen
rato. Los besos se sucedían dejando al descubierto los sentimientos
que nos unían, poco a poco fuimos desnudándonos dando rienda
suelta a nuestra pasión, entregándonos en un acto puro de amor
desmedido. Fue una experiencia única para mí.
La
despedida fue triste, no había sentido tanta aflicción en toda mi
vida, ni siquiera el día en que mi padre falleció me sentí tan
apenada. La melancólica me embargaba y aún lo tenía delante de mí,
lo añoraba y no sabía como sería mi vida a partir de ese momento.
Un beso fugaz terminó de firmar para siempre nuestro amor, su mirada
pareció transmitirme un poco de esperanza aportándome un poco de
confianza. A mi mente llegaron sus palabras, -volveré a buscarte en
cuanto sea posible, confía en mi, te quiero...-.
A
los cincuenta que habían abducido de distintas partes del mundo, nos
fueron dejando en nuestro lugar de origen, distintas naves partieron
de la nave madre hacia nuestro destino. Dixtier Lex no me acompañó,
mientras la pequeña nave se alejaba, sentía que una parte de mí se
quedaba allí.
No
se de que manera pudieron alterar el tiempo, pero volví a aparecer
en mi cama el mismo día de mi desaparición, así que Tomy no fue
consciente de lo que me había pasado.
Los
días pasaron y mi relación con Tomy fue de mal en peor, no
soportaba sus besos ni sus caricias y él cansado sin entender nada
se fue de casa, lo cual resultó un alivio para mi.
Había
echado en falta el período, pero pensé que quizá el sistema
nervioso después de todo lo ocurrido, me habría jugado una mala
pasada. Pero no fue así, el test de embarazo me dio una sorpresa con
sus dos rayas, y enseguida supe quien era el padre, mi instinto me lo
decía.
Después
de siete meses, cuando ya había perdido toda la esperanza de volver
a verlo, una noche de primavera desperté con la sensación de que lo
tenía a mi lado. Lo sentí tan cerca de mi que podía olerlo, salí
al jardín y en lo alto estaba la nave, nos venían a buscar,
estaríamos juntos el día que alumbrase a nuestro hijo. Mi cuerpo se
elevó sin miedo, impaciente por reunirme con él.
Cuando
lo tuve delante nos fundimos en un abrazo impaciente sin dejar de
besarnos, se agachó y besó mi prominente vientre, y mirándome a
los ojos me pidió perdón por la tardanza. Arduas negociaciones para
poder llevarme con él, habían retrasado el momento. Pero lo había
conseguido, por fin estaríamos juntos los tres.
Mi
vida en Pasionea fue la época más feliz de toda mi vida, y el día
que di a luz a nuestro pequeño Deliquea alcanzamos la cumbre de
nuestra felicidad.
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