Hacía
quince años de la desaparición de la abuela sin que se hubiese
vuelto a saber nada de ella, y ahora nos encontrábamos enterrando al
abuelo, ¡qué solo debió de haberse sentido todos estos años! Lo
visitábamos con frecuencia, pero la compañía que se prestaban uno
al otro, no se podía sustituir.
A
mi mente volvió el triste día en que el abuelo nos llamó
desesperado, comunicándonos que la abuela había desaparecido.
Vivían en un precioso pueblo turístico a solo cuarenta kilómetros
de nosotros, rápidamente nos presentamos allí y lo encontramos
completamente abatido y desolado. Yo solo tenía doce años, pero los
suficientes como para percibir el tremendo dolor y la incertidumbre
que sentía él.
Ella
era una más de las varias desapariciones acaecidas en el pueblo en
los últimos años, todas mujeres, algunas extranjeras y otras
residentes. Había un supuesto asesino por la zona, pero no actuaba
de una manera regular, permaneciendo aletargado durante largos
períodos de tiempo. Nunca encontraron nada, ni cadáveres ni prueba
alguna, con lo cual jamás crearon un perfil.
Pasados
unos meses nos decidimos ir a poner en orden la casa de los abuelos
con intención de venderla, así que aprovechamos un fin de semana
largo para organizarlo todo y dejarla lista. Tiramos lo que
consideramos que ya no servía, y cosas de valor las embalamos para
llevarlas a nuestra casa. Nos sorprendió ver en un armario, mucha
ropa femenina que no recordábamos habérsela visto nunca puesta a la
abuela, pero no le dimos mayor importancia, tampoco al hecho de que
el abuelo supuestamente ya se había deshecho de todo lo de la
abuela, pero por alguna razón debió de querer conservar esas
prendas, puesto que nada más hallamos de ella...
El
sábado a la noche había quedado todo recogido y ordenado, lo que
nos dejaba el domingo libre. Papá me pidió que si por la mañana
temprano antes de bajar a la playa me acercaba con él al pequeño
granero que tenía el abuelo cerca de la casa, supuestamente estaba
vacío, pero quería asegurarse.
A
las nueve estábamos en pié y mientras mamá fregaba la loza del
desayuno, nos acercamos los dos hasta allí. Como suponíamos allí
no había nada, muchos años atrás el abuelo usaba ese espacio para
restaurar muebles antiguos, su gran hobby, pero en los últimos
tiempos la artritis había dificultado esa labor, así que se había
deshecho de todo.
Cuando
íbamos a salir, papá descubrió algo extraño en el suelo. Se
acercó y me llamó -mira, fíjate aquí la tierra ha sido removida-.
Pensamos que el abuelo habría escondido algo allí, su mente
últimamente andaba un poco senil y quizás algo que era de valor
para él se hallaba allí escondido.
Cogió
una pala y comenzó a escarbar, no tardó mucho en que algo se
asomase en medio de aquella oscura tierra. Horrorizados después de
apartar con las manos el polvo que estaba por encima, vimos una
calavera...
El
resto se desencadenó rápidamente. Avisamos a la policía y allí
mismo descubrieron el resto del cuerpo. Pero no solo eso, continuaron
con las labores de rastreo y excavación de todo el granero, llegando
a encontrar cuarenta y tres cuerpos más...
Mi
dulce abuelo, cariñoso y alegre que me cogía en brazos y me llenaba de besos cuando era pequeña, parecía ser el asesino que tantos
años había atemorizado y creado incertidumbre en la población, y
con seguridad la abuela se debía de encontrar entre aquellos huesos. Ese ángel al que tanto yo quería no era más que un aliado de la muerte...
Las
autopsias realizadas en los días siguientes, confirmaron nuestras
sospechas, todos esos restos correspondían a las mujeres
desaparecidas en el pueblo incluida mi abuela. Se suponía que ella
lo había descubierto y él asustado la había matado ofreciéndole
el mismo final que a todas sus víctimas.
El
porqué era una incógnita, algo que se llevo él a la tumba, nada
hacía suponer que él fuese un psicópata asesino de mujeres, pero
tristemente para nosotros lo había sido. Y esto me hizo pensar que
mucha gente esconde secretos, en ocasiones importantes, que podrían
dar un vuelco a nuestras vidas...
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