La
población había comenzado a caer enferma de manera galopante. Los
hospitales abarrotados no daban abasto a atender tanta demanda, y
habiendo establecido el estado de emergencia, se declaró en
cuarentena ya que no sabían que clase de enfermedad estaba diezmando
la ciudad. Médicos y enfermeras de otras localidades habían tenido
que trasladarse allí para dar apoyo, puesto que lo enfermos no
podían salir de aquel hospital.
Cuatro
miembros del centro de control de enfermedades infecciosas en Atlanta
se habían desplazado rápidamente para abrir una investigación y
así poder determinar a lo que se estaban enfrentando. Prioridad
absoluta requería el envío de muestras a la central, para que una
vez diagnosticado y aislado el virus, comenzasen con la confección
de un antídoto y posterior tratamiento.
En
el informe que les habían facilitado detallaba que el período de
incubación transcendía de dos a cinco días, tras lo cual, el
paciente comenzaba con un cuadro súbito caracterizado por fiebre
alta, postración, mialgia, cefaleas y dolor abdominal, durante el
tercer día comenzaban con diarreas acuosas, calambres y vómitos,
además en este día los enfermos presentaban también rostro
inexpresivo con los ojos hundidos, letargo y alteraciones mentales.
Al llegar el quinto día una erupción cutánea frecuentemente
hemorrágica recubría su cuerpo, además de una necrosis focal de
hígado, nódulos linfáticos, testículos, ovarios, pulmones,
riñones y órganos linfoides, comenzando con hemorragias del tubo
grastrointestinal, haciendo que el infectado sangrase tanto por la
boca como por el recto. Algo que les preocupaba especialmente era el
problema de sangrados abundantes causados por la punción de agujas,
lo que limitaba gravemente el uso de tratamientos inyectables que era
la manera más rápida de atacar el virus. La muerte acaecía el
séptimo día por colapso circulatorio a causa de los sangrados
múltiples.
Este
virus parecía ser letal, y se transmitía, si no estaban
equivocados, por contacto directo con líquidos corporales
contagiados: sangre, saliva, sudor, orina, vomito... gracias a Dios
habían seguido el protocolo aconsejado en estos casos desde el
primer día, haciendo uso de mascarillas, guantes y ropa adecuada, y
aislando a los enfermos en un ala determinada para ese uso, lo que
podía haber causado un mal mucho mayor.
Una
vez “in-situ” comenzaron con las autopsias, descubriendo además
de todo lo que ya les habían informado, la localización de cuerpos
eosinófilos en el hígado, y en los pulmones atisbaron indicios de
pulmonitis intersticial y endoarteritis de las arterias pequeñas. La
poca sangre que les quedaba se hallaba coagulada y presentaban una
alteración plaquetaria importante. Se hallaban confundidos, pero lo
que estaban viendo parecía ser una mezcla de distintas fiebres
hemorrágicas, desde el ébola, a la fiebre de Marburgo y la de
Lassa...
Después
de recoger distintas muestras, las enviaron con carácter urgente
para Atlanta, necesitaban confirmación para saber si lo que ellos
sospechaban era cierto.
El
dr. Thomas y la dra. Lucy, miembros del équipo, se trasladaron a la
casa del primer infectado, para intentar hallar las causas de la
fatal enfermedad. Sin encontrar nada sospechoso, recogieron distintas
muestras de alimentos y del agua de la traída para su posterior
análisis, enviándolas también.
Mientras
esperaban los resultados, su misión hasta ese momento sería la de
ayudar en el hospital, intentando aliviar el dolor de los enfermos.
En muchos casos los habían sedado, era tal el sufrimiento que los
postraba que no podían hacer de momento otra cosa.
El
director del hospital se reunió con ellos, quería saber si no había
algún tratamiento específico que ya hubiesen usado en otros casos
de virus calientes, para ir probando, el tiempo apremiaba y los
muertos se contaban por docenas... Pero no había nada, en concreto a
pesar de lo que se había creído en principio, se había demostrado
que el suero hecho a través de la sangre de supervivientes al virus
del ébola, no era efectivo en el tratamiento de la enfermedad.
El
resultado de los análisis realizados en Atlanta, no se habían hecho
esperar, el agua parecía ser la fuente de contagio, alguien había
depositado en la presa de la ciudad, cantidad suficiente para acabar
con toda la población, el dr. Thomas enseguida sospechó de un
antiguo compañero de trabajo, pero eso era algo que podía esperar,
además con seguridad desde el centro habrían dado la voz de alarma
al FBI, ahora su prioridad absoluta era hallar la cura.
Como
sospechaban era un virus mutado, aunque la base del mismo parecía
ser el del ébola. El genoma del bacilo tenía forma filamentosa,
constituido por cuatro tipos de proteína, lo que lo hacía
especialmente virulento.
Si
no habían sido capaces de hallar cura específica para ninguna de
las enfermedades hemorrágicas hasta ahora, ¿como lo iban a hacer?
En Atlanta trabajaban a marchas forzadas, sería un milagro
conseguirlo.
Pasaron
dos días sin encontrar nada efectivo, probaron distintos
medicamentos pero la gente seguía enfermando y falleciendo. Fue
entonces cuando la dra. Lucy recordó algo, reunida con sus compañeros, el
director y el jefe médico del hospital, les comentó que en el
congreso internacional de botánica en el año 1.998, el profesor
Maurice Iwu descendiente de una familia de curanderos nigerianos,
aseguró que los componentes de una planta habían sido eficaces como
terapia para el virus del ébola según distintas pruebas de
laboratorio, las moléculas flavinoides del extracto de la fruta de
la planta garnicia kola que se encuentra en Africa Occidental,
detenía el crecimiento del virus, reduciéndolo hasta hacerlo
desaparecer.
No
perdían nada por intentarlo, la propia doctora tenía en su poder en
estado seco el fruto de esa planta, y en seguida se lo hizo llegar a
su equipo para que aislando las moléculas creasen el posible
antídoto.
No
había tiempo para hacer pruebas de laboratorio, tendrían que
intentarlo directamente con los pacientes, y aunque en principio no
parecía efectivo, después del tercer día comenzaron a mostrar
mejoría disminuyendo en primer lugar las fatales hemorragias.
En
una semana el virus había desaparecido, y la recuperación -aunque
lenta debido al estado en que los dejaba sumidos esa enfermedad- era
total sin dejar apenas secuelas.
El
dr. Thomas le comentó a la policía sus sospechas sobre Oliver
Lucas, ex-compañero en el departamento de virus hemorrágicos, al
que habían despedido por alteraciones en su comportamiento,
sospechando que padecía de alguna enfermedad mental, nadie que
tuviese algún trastorno, por pequeño que fuese, podía trabajar
allí, ya que por sus manos pasaban muchas clases de virus peligros
para la humanidad.
Como
imaginaba, Oliver había sido el culpable de tal catástrofe que
podía haber sido mucho peor. Certificando que sufría de un tipo de
psicopatía, lo internaron en una prisión psiquiátrica de alta
seguridad. Gracias a la habilidad de la Dra. Lucy, habían creado un
medicamento que esperaban fuese efectivo para todo este tipo de
enfermedades, así que volvieron a su ciudad con el ánimo de seguir
sus estudios e investigaciones para crear un mundo mucho más seguro.
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