miércoles, 9 de octubre de 2013

"SOLEDAD MORTAL"

Caminaba despacio de regreso a casa, después de haber dejado a mis dos pequeños en el colegio. Una pena muy honda inundaba mi alma, ni siquiera las risas de mis hijos me sacaban esa amargura que había nacido dentro de mí, y que día a día parecía más grande. Era tanta la tristeza que me embargaba, que tenía la sensación de que todo el mundo podía detectarla contagiándose de la misma.

Nuestra relación había sido perfecta, no había nada que me dejase entrever que Luis no estaba bien conmigo. Siempre había sido atento y complaciente en mis necesidades, con seguridad yo había tejido una tupida tela delante de mis ojos que no me dejó ver la realidad. Ni las absurdas y repetitivas reuniones a las que había tenido que acudir en los últimos meses me habían hecho sospechar nada raro, pues tal era su comportamiento a su regreso -con seguridad sintiéndose culpable-, colmándome de besos y haciendo uso del amor con tanta pasión, que jamás hubiera imaginado que otra mujer estaba ocupando mi lugar.

“Son cosas de la vida”, “yo no lo busqué”, “ocurrió sin más”, habían sido sus absurdas e hirientes palabras de disculpa, que se clavaban en mi corazón como un afilado cuchillo. No estaba preparada para esta ruptura y jamás lo estaría.

Los días pasaban sumiéndome en una muerte agónica y lenta. Había perdido el interés incluso en mis hijos, víctimas inocentes de esta situación. Eran todavía muy pequeños y no entendían porqué mamá ya no jugaba con ellos, y que cada día al regreso del colegio en vez de llevarlos al parque como de costumbre, los recluía en casa rogando silencio y tranquilidad. Los acostaba muy temprano buscando esa soledad dolorosa que cada día me acompañaba, siendo mi más firme compañera, hundiéndome cada día más en un pozo sin fondo.

Pensamientos pasados de momentos felices me devolvían a la triste realidad en pocos segundos, desquebrajando mi vida para siempre. No podía seguir así, los niños sufrían conmigo y por mí.

El suicidio se me pasó por la cabeza, pero no podía dejar a mis dos angelitos que eran lo que más quería en mi vida, con un padre para el que ahora su prioridad absoluta era esa bella joven que solo pensaba en salir de cena y asistir a exuberantes fiestas. Además dejarlos sin madre podría ser algo traumático para ellos, todavía me necesitaban mucho.

Como me dolía tomar esta decisión, pero era lo mejor que podía hacer por los tres, mis hijos deberían estar siempre conmigo, con su madre.

Dispuse todo para esa misma tarde, después de recogerlos en el colegio, los llevaría a merendar por ahí e iríamos a dar una vuelta hasta el zoo, quería que se sintiesen felices por última vez.

Se mostraron entusiasmados con la idea, y disfrutamos como nunca lo habíamos hecho, verlos sonreír no tenía precio y pensamientos contradictorios paseaban por mi mente. ¿Por qué me sentía así? ¡Los niños eran lo más importante! Claro que Luis también lo era, pero ¿quién pesaba más en mi vida? Mis hijos sin duda, pero mi marido era la piedra angular de la familia, sin él todo se venía abajo, y no me veía fuerte y capaz de afrontar una vida sin él.

Cuando llegamos a casa, los metí en la bañera. La alegría inundó el baño, ¡cómo me gustaba verlos así de sonrientes! ¡Mami, mami, dame el patito de goma! ¡mami, te quiero! Palabras que pesaban en mi cabeza como una losa. Pero no me sentía mala, ni cruel por lo que iba a hacer, era lo mejor para nosotros...

Deshice unas pastillas de diazepam que me habían medicado, y las añadí a leche que iban a tomar, no quería que sufriesen, no podría soportarlo... La cantidad era suficiente para que enseguida se durmiesen y la muerte los viniese a recoger sin tardanza...

Los metí en mi cama y me acosté con ellos acariciándoles y diciéndoles cuanto los amaba. Sus ojos comenzaron a cerrarse y en un momento estaban dormidos, sabía que en breve su vida se evaporaría y solo esperaba que realmente hubiese algo más para poder reunirnos los tres. Cuanto los quería, era un amor tan grande que no me hizo sentir culpable por lo que estaba haciendo, siempre juntos, ese era nuestro destino...


Tomé el resto de pastillas que me quedaban, no se cuantas eran, pero muchas... y me volví a tumbar entre ellos, abrazándolos con mucho amor, y enseguida comencé a notar como los ojos me pesaban, y una sensación extraña me envolvió en un manto de sueño eterno...

2 comentarios:

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    Saludos !!
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