El
día prometía... me había quedado dormida, así que vistiéndome el
primer traje de chaqueta que encontré en el armario, salí disparada
de casa. El tráfico estaba imposible, ir en coche sería un atraso,
llegaría antes a pié. Si hubiese ocurrido otro día no tendría
importancia, pero hoy el jefe me necesitaba desde primera hora,
esperábamos la visita de unos ejecutivos extranjeros que nos podrían
facilitar una gran operación que mejoraría y mucho las expectativas
de la empresa.
Corrí
con mis tacones calle abajo, solo me quedaban diez minutos, lo
suficiente si nada me frenaba en el camino. Tenía el edificio en
frente, solo me quedaba atravesar dos calles y llegaría a mi
destino.
Las
prisas y el nerviosismo no me dejaron ver un coche que pasaba cuando
me disponía a cruzar la última calle, impactando contra él, salté
por los aires empotrándome de manera brutal contra el suelo,
quedando inconsciente. Antes de caer, recuerdo ver la cara de la
conductora que con expresión horrorizada se vio impotente para
evitar el percance.
Desperté
en el hospital dolorida y contusionada, pero al parecer no había
roto nada -has tenido mucha suerte- me había dicho el doctor. Allí
estaban papá y mamá asustados y preocupados, jamás les había dado
un disgusto hasta ese día.
Con
ellos estaba una joven que me resultó familiar, aunque de primeras
no fui capaz de identificarla. Se presentó como la culpable del
atropello -entonces recordé la imagen de la conductora antes caer al
suelo- estaba sinceramente sentida y acariciando mi mano no hacía
más que pedirme perdón.
Me
contó que iba apurada ya que se había quedado dormida -que
casualidad- y que cuando me vio ya estaba encima del coche. No
guardaba rencor hacia ella, ya que no la consideraba culpable, yo
también había tenido parte en el desenlace.
A
partir de aquel día nos hicimos inseparables. Mientras estuve en el
hospital, cada tarde me visitaba quedándose el resto del día
conmigo, y cuando me dieron el alta y me fui para casa, me pidió
permiso para poder ir a verme.
Eramos
incondicionales compartiendo todo juntas. Me sentía muy a gusto con
ella, éramos muy afines. Estábamos las dos solas sin ninguna
relación sentimental, así que el tiempo era para nosotras. Era
increíble, pero incluso ningún muchacho me había hecho sentir tan
bien ni siquiera me había divertido tanto antes, por eso debió de
ser que mis relaciones siempre eran cortas, no encontraba el chico
que conectase bien conmigo, me aburría mucho con ellos y acaba
dejándolos.
Sin
darme cuenta me fui distanciando de mis amigas, compartiendo todos
mis momentos con ella, entablamos una amistad que parecía ir mucho
más allá. Cuando no estábamos juntas el teléfono era nuestra
unión, pasando horas colgadas del mismo. Nunca había echado tanto
de menos a una amiga cuando no estábamos juntas...
Y
llegó el verano sonriéndonos con su sol esplendoroso, más ligeras
de ropa y más felices que nunca continuábamos nuestra amistad. No
podía evitar mirar para sus bellos y erectos senos que se dibujaban
debajo de aquel top blanco que llevaba aquella tarde... nunca me
había pasado semejante cosa y me sentía extraña. Su roce me
excitaba de manera chocante, pero no le hubiera dado más importancia
sino fuese por la manera como ella comenzó a mirarme... Sus ojos
recorrían mi cuerpo cuando ella pensaba que yo no me daba cuenta, y
cuando me hablaba se clavaban en los míos haciéndome sonrojar.
Sentí que algo en nosotras había cambiado.
Una
noche que habíamos ido a bailar, comenzó a hacerlo a mi lado de
manera muy sensual, rozándome con sus pechos y tocándome muy
sutilmente. Mi cuerpo comenzó a experimentar un nivel de excitación
que nunca había sentido; dejándome llevar por aquella música y
aquel baile que resultaba tan erótico comencé a tocarla también
mientras el ambiente festivo nos envolvía. Sin saber como ocurrió,
en un momento dado me besó. Sentí su lengua dentro de mi boca y no
pude menos que corresponderle, me gustaba lo que sentía y quería
más...
Abandonamos
el local presas de una gran calentura y con impaciencia nos fuimos a
su casa. Allí comenzamos a besarnos de manera dulce primero, pasando
después a hacerlo con gran frenesí. Me dejé llevar por esa
sensación tan placentera sin pensar si lo que estábamos haciendo
estaba bien o mal, realmente poco me importaba, nunca nadie había
conseguido elevar mi nivel de lujuria de esa manera, deseaba
ardientemente acostarme con ella y sentir su esencia más profunda...
Ya
en la cama nos revolcamos tocándonos por todas partes, saboreando
cada rincón de nuestro cuerpo, y pensé -quién mejor que una mujer
para saber darme el placer que necesito-. Nunca había disfrutado
tanto, ella sabía como y donde acariciarme para ponerme al límite,
en un plácido juego que duró un par de horas...
Por
la mañana al despertar nos fundimos de nuevo en nuestro incipiente
amor, gozando de manera insuperable. Después hablamos de nuestra
situación, para ella no era la primera vez, pero por lo que me dijo,
jamás como conmigo; para mí, sí fue la primera, y le conté como
habían sido mis relaciones con los chicos y como no había
encontrado satisfacción con ninguno, y ahora entendía porqué...
Iniciamos
una nueva vida juntas, totalmente placentera para las dos. Lo que nos
duró dos años, estábamos bien juntas, pero yo ansiaba experimentar
más en este nuevo mundo que me había sorprendido de manera grata, y
la abandoné dejándola amargada, me sentí cruel, pues ella lo había
dado todo por las dos y yo no le había correspondido como debiera,
pero mi camino era otro, y si el destino tenía algo planificado para
nosotras, ahora no era el momento, ya llegaría... Ahora mismo tenía
una nueva vida llena de placeres por vivir...
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