Llevaba
unos días, no recordaba cuantos, sintiéndome extraña, era como si
el tiempo careciese de importancia, de hecho los relojes de la casa
se habían parado todos a la vez, exactamente a las seis y diez.
Juan
y yo no estábamos yendo a trabajar y los niños no iban al colegio,
pero no conseguía recordar la razón, todo parecía normal y nadie
salvo yo parecía preocuparse. En ocasiones no me acordaba del día
de la semana en el que estábamos, pero nunca pregunté...
Días
atrás los pequeños estaban constipados, pero ya no había ni rastro
de la enfermedad y las migrañas que solían estar presentes en mi
vida habían desaparecido. Me preocupaba el no recordar la fecha de
mi última regla, ya teníamos tres niños y uno más sería una
locura, aún estábamos pagando la casa y el trabajo de Juan estaba
en el aire, iban a hacer una regulación de empleo debido a las bajas
ventas del último año. Nuestra vida estaba siendo una incógnita...
Pasábamos
el día sin hacer nada más que estar juntos, bien leyendo, viendo la
tele o jugando con los niños. No podíamos salir fuera puesto que
una espesa niebla llevaba días invadiéndonos, cubriendo el entorno
y dificultando la visión.
Las
noches eran angustiosas para mi, una noche y otra también se repetía
la misma pesadilla: Íbamos los cinco en el coche después de pasar
todo el día en el campo. Muy cerca de casa, en una curva, un camión
perdía el control alcanzándonos de lleno perdiendo todos la vida en
el trágico accidente.
Despertaba
sudorosa y asustada, y mi primera reacción siempre era ir a ver a
los niños para asegurarme de que estaban bien. Tras lo cual volvía
a la cama abrazándome a mi marido que me correspondía con fuerza
transmitiéndome tranquilidad.
Los
días pasaron sin que esa tupida niebla nos abandonara, decidida
abrigué a los niños para que salieran a tomar un poco de aire
fresco, nosotros los acompañaríamos no queríamos que se perdieran
en medio de ella.
Fuera
no se veía nada, pero necesitábamos salir un poco, llevábamos
mucho tiempo encerrados en casa. El jardín estaba húmedo y la zona
muy silenciosa, comenzamos nuestro camino hacia el frente, así
hallaríamos el portalón de acceso a la casa. Nunca habíamos visto
una niebla así, parecía que la pudiésemos acariciar.
Cuando
llegamos al portalón y lo atravesamos, nada reconocimos. La niebla
aunque hacia atrás aún seguía cubriendo nuestro hogar, hacia el
otro lado parecía desaparecer dejándonos una visión desconocida
para nosotros.
Unos
metros hacia delante un pequeño arroyo discurría entre unos
árboles, más allá unas casas familiares y pequeñas adornaban el
entorno. Parecía que estaban habitadas, así que con curiosidad nos
acercamos a ellas.
Varias
familias se encontraban por allí, niños jugando con sus perritos en
el jardín, madres y padres acompañando sus juegos y otros
arreglando las plantas o simplemente descansando en alguna hamaca.
Más allá disfrutamos de una vista maravillosa hacia el mar ¿desde
cuándo teníamos el mar tan cerca de casa? Todo era muy extraño...
Nos acercamos hacia una de las casas que estaban en la colina. Una
mujer estaba allí sentada en una mecedora con expresión dulce
saludándonos con la mano. ¿Nos conocía?
- Hola familia, -nos saludó la mujer-, me alegra mucho que por fin os hayáis decidido dejar vuestro hogar para hacernos una visita.
- ¿Nos conoce? -preguntó Juán-
- Pues claro, sois los nuevos, la familia Barrantes ¿no es así?
- Sí, -dije yo- pero no entiendo... ¿de qué nos conoce?
- Veo que estáis confundidos, no sabéis como habéis llegado aquí ¿verdad?
- Creo que nos confunde -expresó Juán- ya hace quince años que hemos comprado nuestra casa, y ahí vivimos -dijo señalando hacia la zona nebulosa donde estaba nuestra casa- aquí fuera si que todo parece nuevo.
- Estás desorientado Juan -habló la mujer- nosotros llevamos aquí más tiempo, los nuevos sois vosotros. Será mejor que entréis en mi casa, yo os explicaré.
Nos
adentramos en el hogar de la mujer, una casita cálida y acogedora.
Nos acomodamos en el sofá y comenzó con su relato:
- Hace pocos meses hubo un accidente, una familia entera pereció en él, exactamente a las seis y diez de la tarde. Y sus almas cambiaron de ubicación -decía mientras la piel de mi cuerpo comenzaba a erizarse-. Esta es la nueva tierra, la de la nueva vida, ¿entendéis?
¡Claro
que lo entendía! Mis pesadillas, los relojes parados, el no hacer
nada... todo tenía una explicación. Miré a mi marido y a los
niños, todos estaban asombrados entendiendo lo que nos había
pasado. Ese accidente fue el nuestro, en él fallecimos llegando
aquí. Pero... nuestra casa era la misma...
Como
si me hubiese leído la mente, la mujer siguió con su explicación:
- Aquí tenemos el poder de escoger nuestra vivienda, en vuestro caso al no ser realmente conscientes de vuestra muerte, volvisteis a vuestra casa de siempre. ¡Mirad! -dijo señalando a la zona donde se encontraba nuestro hogar.
La
niebla se estaba levantando a una velocidad descomunal, dejando
nuestra casa completamente a la vista. Ahora que sabíamos la verdad
esa niebla que nos ocultaba se estaba despejando.
Comenzamos nuestra nueva vida juntos, como debía de ser, no podía haber imaginado una manera mejor. Felicidad plena y eternidad nos aguardaban lejos de las penurias y los problemas de la vida terrenal. Nada jamás podría separarnos...
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