Habían
alquilado un pequeña casa alejada de todo. Necesitaban unos días a
solas aislados del bullicio y el estrés. Tiempo para ellos.
La
oportunidad se había presentado de la mano de Jonás, un compañero
de trabajo de Ian; pertenecía a su familia y llevaba años sin
habitarse. Estaba en buen estado aunque llena de polvo. Un día sería
suficiente para adecentarla ya que era pequeña, una habitación, un
baño y una cocina americana era todo su contenido, lo más
llamativo era el precioso porche con vistas hacia el acantilado, que
regalaba una visión espectacular del mar y de un antiguo faro en
desuso.
Había
pertenecido a un tío-abuelo de Jonás, que era el encargado del
funcionamiento del faro. Después de su muerte misteriosa nadie había
vuelto a vivir allí y el faro quedó abandonado.
La
limpieza de la casa no les había llevado más que medio día, así
que después de comer acordaron ir hasta el faro, se sentían como
dos chiquillos a punto de hacer una travesura.
La
puerta estaba abierta así que accedieron sin dificultad al interior.
Una sala los recibió con una mesa debajo de una ventana con su
silla, y una cama en el otro lado. No había más mobiliario.
Supusieron que allí no hacía vida, seguramente debido a la
cercanía de su casa.
Subieron
las escaleras de caracol que llevaban a la parte superior, allí
estaba todo el mecanismo de funcionamiento del faro. No eran grandes
entendidos en el tema, pero parecía funcionar a la antigua usanza,
una garrafa de acetileno tirada en un lado así lo hacía entrever,
aún no había llegado la electricidad a la torre.
Lisa,
curiosa por naturaleza, rebuscando por los cajones encontró una
preciosa caja de madera tallada que al abrirla sonaba una preciosa
melodía que envolvió el ambiente, en su interior contenía unas
cartas...
Ante
la negativa de Ian consiguió su propósito llevándose la caja, con
la promesa de que se la devolverían a Jonás a su regreso. Después
de un rato admirando las vistas, decidieron volver.
La
noche los envolvió con sus alas mágicas, encontrándose en una
pasión arrebatadora y sensual. Desde que habían llegado los niños
sus relaciones habían cambiado, no es que fueran peores, pero no
podían explayarse como a ellos les gustaba.
De
madrugada, algo despertó a Lisa, una potente luz iluminaba la
habitación por momentos. Despertó a su marido desorientada y para
cuando se asomaron a la ventana todo era oscuridad.
Él
la tranquilizó asegurando que sería algún avión o un helicóptero
que sobrevolaba la zona, incluso algún barco cercano a la costa que
pudo haber encendido un foco para apreciar algún obstáculo rocoso.
Sin dar más importancia al episodio, siguieron durmiendo en un
plácido abrazo.
Los
días siguientes resultaron plenos para la pareja, disfrutando del
entorno y las playas de la zona, buscando al llegar el atardecer la
soledad que tanto ansiaban. Las noches sin embargo se volvieron
insomnes para Lisa, despertaba asustada afirmando que veía luces y
presencias en la habitación. Cada noche sus sensaciones iban
empeorando, llegando a afectar a su comportamiento por el día,
mostrándose decaída y triste. Solo parecía relajada cuando
recostada en la hamaca del porche se dedicaba a leer las cartas que
habían encontrado en el interior de la caja.
Ian
intentando hallar una explicación a lo que le ocurría a su esposa,
intuyendo que esas cartas tenían mucho que ver, comenzó a
preguntarle que es lo que decían. Ella mirándolo con los ojos
brillantes comenzó a explicarte. Eran cartas de amor redactadas por
una mujer hacia su amante, con seguridad para el tío-abuelo de
Jonás, un amor prohibido por la familia de la joven; esos escritos
transmitían mucho sentimiento y amor, y una impotencia tan grande
por no poder hacer realidad sus deseos, que sus letras entraban en el
corazón igual que puñales afilados. En una de ellas, precavía al
hombre de que querían asesinarlo, que huyese lo más lejos posible,
pues si él moría, ella se mataría. En la ultima carta datada el
veintiuno de mayo de mil ochocientos ochenta, la muchacha rogaba que
se fuese, esa noche irían a por él asegurando nuevamente que su
suicidio sería lo sucesivo. No había más cartas posteriores.
Hablar
de las cartas entusiasmaba a su mujer, pasando después a una
situación de desamparo que lo asustaba. Le propuso ir de nuevo al
faro, quizás buscando encontrarían algo que confirmase lo que
finalmente había ocurrido. Tal vez allí dentro hallarían lo que
estaba atormentando y perturbando a Lisa.
Se
mostró radiante con la idea y acordaron que al día siguiente
iniciarían la búsqueda.
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