Las
discusiones se sucedían con total asiduidad, siempre había sido así,
prácticamente desde el principio de nuestra relación. Pero estos
últimos días iban mucho más allá, las faltas de respeto eran
constantes, insultándonos con palabras que no quiero ni nombrar y
comenzaron a sucederse episodios de golpes y empujones por las dos
partes. Un día se nos iría el tema de las manos y ocurriría algo
grave.
¿Valía
la pena todo ésto por unos momentos sublimes de placer? Nuestras
relaciones sexuales eran increíbles. Había conocido buen sexo, pero
como el que mantenía con Jordi jamás, ¡era insuperable! Conocía mi cuerpo
mejor que yo, sabía donde tocarme y como moverse para elevarme la
lívido de manera brutal. Y yo conocía perfectamente el modo de excitarlo de
tal manera que perdía el control, mis orgasmos en cada relación se
repetían una y otra vez, provocando en él unas sensaciones de gozo
que le hacían disfrutar aún sin eyacular.
Después
de cada bronca sabíamos como íbamos a terminar, revolcándonos en
cualquier sitio dando rienda suelta a nuestra pasión, deleitándonos
de cada beso y cada caricia, saboreando el momento como si pudiese
ser el último, y como si fuese la primera vez que sentíamos tal
excitación nos entregábamos al acto en una copulación impulsiva y
febril.
Pero
había llegado nuestro final, desde el momento que nos faltamos al
respeto la relación no tenía futuro. Lo amaba locamente y él a mí,
pero una pareja que se está haciendo daño continuamente no puede
conformarse con el buen hábito en la cama, lo nuestro
se reducía simplemente a eso, grandes momentos sexuales y una
convivencia pésima.
La última discusión ya fue el colmo, todo comenzó por algo tan trivial como la cena. No parecíamos ponernos de acuerdo sobre lo que cenar, Jordi quería pedir unas pizzas y yo optaba por no gastar y preparar algo ligero en casa. Así que sin llegar a un entendimiento, comenzamos a insultarnos sucediéndose enseguida los episodios de empujones. Cuando nos dimos cuenta nos estábamos golpeando con brutalidad, cayendo al suelo y continuando allí nuestra guerra, hasta que Jordi sujetándome por los hombros y mirándome a los ojos frenó la lucha.
¿Qué estamos haciendo María? ¿Qué clase de pareja hacemos? Te quiero con locura, pero no quiero esta vida... Tenía razón, el punto y final había llegado, realmente no se porque habíamos aguantado tanto. Años de faltas de respeto y golpes. No éramos una pareja de verdad. Eramos solo sexo.
La última discusión ya fue el colmo, todo comenzó por algo tan trivial como la cena. No parecíamos ponernos de acuerdo sobre lo que cenar, Jordi quería pedir unas pizzas y yo optaba por no gastar y preparar algo ligero en casa. Así que sin llegar a un entendimiento, comenzamos a insultarnos sucediéndose enseguida los episodios de empujones. Cuando nos dimos cuenta nos estábamos golpeando con brutalidad, cayendo al suelo y continuando allí nuestra guerra, hasta que Jordi sujetándome por los hombros y mirándome a los ojos frenó la lucha.
¿Qué estamos haciendo María? ¿Qué clase de pareja hacemos? Te quiero con locura, pero no quiero esta vida... Tenía razón, el punto y final había llegado, realmente no se porque habíamos aguantado tanto. Años de faltas de respeto y golpes. No éramos una pareja de verdad. Eramos solo sexo.
Aquel
domingo nos despedimos, con lagrimas en los ojos pero sabiendo que
era lo mejor que podíamos hacer el uno por el otro. Con la promesa
de no sucumbir a la tentación de llamarnos para complacer a nuestros
cuerpos una vez más...
Pasaron diez años desde la última vez que nos habíamos visto, en mi recuerdo él estaba siempre presente, añoraba nuestros momentos en la cama y es que no había encontrado a ninguno que ni siquiera se le aproximase. Pero pensé en algo más, nos habíamos ido a vivir juntos demasiado pronto, y nos faltaba la madurez que nos aporta la vida. Nos conocimos en el momento equivocado.
Una tarde de verano, después de salir del trabajo, me acerqué a un centro comercial que habían inaugurado hacía unos días en la ciudad, aún no había tenido ocasión de visitarlo y puesto que no tenía otra cosa que hacer me acerqué hasta allí.
Después de curiosear las tiendas y comprar alguna cosa, subí a la planta tercera, allí estaban los locales de hostelería y aprovecharía para cenar algo. Mi sorpresa fue mayúscula, sentado en la barra de uno de los locales estaba él.
Me acerqué despacio observándolo, estaba charlando animosamente con el chico que estaba detrás de la barra. Unas canas se asomaban en los laterales de su pelo y pequeñas arrugas comenzaban a vislumbrarse en su rostro, lo que le daba un aire muy atractivo.
Un hola tímido inició la conversación. Se levantó sorprendido al verme y me abrazó con mucha ternura. Nos sentamos en una mesa y comenzamos a charlar de como nos habían ido las cosas. Al igual que yo no había encontrado a la chica adecuada y actualmente no estaba con nadie.
Enseguida mostramos nuestros sentimientos que aún parecían perdurar dentro de nosotros, nos habíamos echado mucho de menos todo este tiempo, y el que no fuésemos capaces de cerrar el libro y comenzar con uno nuevo decía mucho. Decidimos comenzar de nuevo, poco a poco sin precipitar las cosas, y sobre todo apartando el sexo de momento hasta estar seguros de como transcurría nuestra relación.
Y pareció funcionar, aguantamos seis meses sin mantener relaciones sexuales, ¡todo un logro!, y un año más en irnos a vivir juntos. La madurez nos había sentado la cabeza y nos había aportado una nota de tranquilidad y sensatez, ahora las cosas nos iban muy bien, eramos mas juiciosos y prudentes en nuestros actos y opiniones, sin dejar que los malos entendidos y la ira marcase nuestra vida.
En nuestra plenitud, llegó el colmo de la felicidad completa a nuestra casa, un regalo que complementaba nuestra vida a la perfección y que nos hizo mejores personas. Lidia y Pedro, nuestros mellizos iluminaron nuestros corazones, terminando de fortalecer lo que habíamos creado. Un hogar pleno de paz y felicidad.
Pasaron diez años desde la última vez que nos habíamos visto, en mi recuerdo él estaba siempre presente, añoraba nuestros momentos en la cama y es que no había encontrado a ninguno que ni siquiera se le aproximase. Pero pensé en algo más, nos habíamos ido a vivir juntos demasiado pronto, y nos faltaba la madurez que nos aporta la vida. Nos conocimos en el momento equivocado.
Una tarde de verano, después de salir del trabajo, me acerqué a un centro comercial que habían inaugurado hacía unos días en la ciudad, aún no había tenido ocasión de visitarlo y puesto que no tenía otra cosa que hacer me acerqué hasta allí.
Después de curiosear las tiendas y comprar alguna cosa, subí a la planta tercera, allí estaban los locales de hostelería y aprovecharía para cenar algo. Mi sorpresa fue mayúscula, sentado en la barra de uno de los locales estaba él.
Me acerqué despacio observándolo, estaba charlando animosamente con el chico que estaba detrás de la barra. Unas canas se asomaban en los laterales de su pelo y pequeñas arrugas comenzaban a vislumbrarse en su rostro, lo que le daba un aire muy atractivo.
Un hola tímido inició la conversación. Se levantó sorprendido al verme y me abrazó con mucha ternura. Nos sentamos en una mesa y comenzamos a charlar de como nos habían ido las cosas. Al igual que yo no había encontrado a la chica adecuada y actualmente no estaba con nadie.
Enseguida mostramos nuestros sentimientos que aún parecían perdurar dentro de nosotros, nos habíamos echado mucho de menos todo este tiempo, y el que no fuésemos capaces de cerrar el libro y comenzar con uno nuevo decía mucho. Decidimos comenzar de nuevo, poco a poco sin precipitar las cosas, y sobre todo apartando el sexo de momento hasta estar seguros de como transcurría nuestra relación.
Y pareció funcionar, aguantamos seis meses sin mantener relaciones sexuales, ¡todo un logro!, y un año más en irnos a vivir juntos. La madurez nos había sentado la cabeza y nos había aportado una nota de tranquilidad y sensatez, ahora las cosas nos iban muy bien, eramos mas juiciosos y prudentes en nuestros actos y opiniones, sin dejar que los malos entendidos y la ira marcase nuestra vida.
En nuestra plenitud, llegó el colmo de la felicidad completa a nuestra casa, un regalo que complementaba nuestra vida a la perfección y que nos hizo mejores personas. Lidia y Pedro, nuestros mellizos iluminaron nuestros corazones, terminando de fortalecer lo que habíamos creado. Un hogar pleno de paz y felicidad.
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