Conocí
a Jaime en una boda a la que estábamos los dos invitados por parte
de la novia, pero hasta ese momento no habíamos coincidido nunca.
María era amiga de los dos y ese día al presentarnos fue la primera
testigo de la increíble conexión que ejercíamos el uno sobre el
otro desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron.
Pasamos
el resto de la boda juntos, charlando y riendo. Era divertido y me
hacía sentir tan bien que creía estar soñando. Nuestros cuerpos se
armonizaban bailando cono si fuésemos dos mitades equitativas.
Cuando al amanecer nos despedimos, sentí como si ya llevase tiempo en mi vida. No quería irme para casa, necesitaba sentir su
presencia y su protección. ¿Como alguien que acababa de conocer
podía causar ese efecto en mí?
Quedamos
en vernos por la noche para cenar juntos y no parecía llegar la
hora. Nunca estuve tan ansiosa esperando una cita. Dormí casi todo
el día esperando que así pasase más rápido el tiempo.
A
partir de aquel día ya no nos separamos, no pasaba un día en el que
no quedásemos para hacer algo juntos, era una necesidad vital igual
que el respirar. Coincidíamos en aficiones, gustos y forma de ser,
dos partes iguales no se complementaban mejor que nosotros. En la
cama era tal el vínculo que nos unía que era suficiente un solo
roce o una caricia para elevarnos la lívido a su nivel mal alto,
disfrutando de nuestros encuentros en un goce sublime, rematando con
un estallido de pasión descontrolada y lujuriosa que nos hacía
perder el control de forma dulce y ardiente. Solo pensar en el me
excitaba de tal manera que tenía que llamarlo por teléfono y
contárselo, lo que enriquecía la calidad de nuestra relación. Era
sexo continuo pero no obsesivo, en el que un beso era suficiente para
ponernos a mil, buscando un escondite donde dar rienda suelta a
nuestra pasión.
Al
cabo de tres meses decidimos irnos a vivir juntos, era algo tan perfecto que temía que fuese irreal y que la convivencia
lo estropease. Pero no fue así, todo lo contrario, cada día nos
amábamos más disfrutando de las cosas que hacíamos en común
fortaleciéndonos como pareja. Tenía dos hijos de un matrimonio
anterior que no suponían un problema para mí, cuando venían a casa
los recibía con cariño, tratándolos como si fuesen míos, y eso se
reflejaba en los niños que venían siempre ilusionados lo que
satisfacía plenamente a Jaime.
Una
mañana de verano recibí una llamada de teléfono, era algo que
había estado esperando hace tiempo, y que había quedado olvidado en
mi memoria, con toda seguridad debido al gran momento sentimental que
estaba viviendo.
Era
la oportunidad de mi vida. El Hospital General de Manhattan me hacía
una oferta como cirujano vascular. Era una gran oferta, gran sueldo
con seguro médico y vivienda. No podía rechazarla, era lo que
siempre había soñado.
No
sabía como decírselo a Jaime, estaba segura de que no podría
dejarlo todo por venirse conmigo, sobre todo por sus hijos. No podía
ponerlo en esa difícil situación. Él era muy importante para mi,
pero pensándolo fríamente ahora estábamos bien pero, ¿y mañana?
¿Y si renunciaba por él para nada? Era lo que siempre había
esperado, una oportunidad única. Así que con resignación, tomé
una decisión que dolía inmensamente.
En
cuanto llegó Jaime del trabajo me mostré esquiva y ausente. Él
preocupado me preguntó que me pasaba y yo destrozada por dentro
mentí diciéndole que había otra persona, que se había cruzado en
mi camino sin buscarla y que había surgido algo mágico.
Necesitaba
sus besos, sus abrazos... pero no podía dar marcha atrás, había
tomado una determinación y seguiría con ella hasta el final. Jaime
se sentó en el sofá destrozado y echando sus manos a la cabeza
lloró con tanto dolor que me rompió el alma. Me sentía cruel pero
en ese momento consideré que era lo mejor. Cogiendo algunas de mis
cosas, me fui de allí mientras lágrimas de amargura brotaban de mis
ojos.
Llevaba
ya dos meses en Manhattan sin haber logrado superar la ruptura.
Estaba segura que él era el hombre de mi vida y que lo que nosotros
habíamos mantenido, jamás lo volvería a encontrar.
Alguien
llamó a la puerta, no esperaba a nadie y cuando abrí la sorpresa
fue mayúscula. Allí estaba Jaime, con un precioso ramo de rosas
rojas, lo abracé comenzando a llorar arrepentida, ¿cómo podía
haber abandonado a la persona que a ciencia cierta era para mi?
Me
contó, que María había hablado con él, explicándole como había
ocurrido todo y el porqué de mi comportamiento. Estábamos los dos
mal y era más de lo que ella podía soportar, así que rompiendo su
promesa hacia mí, reveló mi secreto, lo cual agradecí.
Hablamos
de la situación y de como yo había tomado las riendas del asunto,
sin dejar que él pudiese decidir. Acepté sus reproches, debería
haber sido valiente y no ocultarle la realidad. Me sorprendió su
decisión, se venía conmigo. Su ex-mujer había aceptado en dejar
venir a los niños en cada una de las vacaciones, y como decía él,
además un día se harían mayores y volarían, no valía la pena
arriesgar tan bonito amor por un futuro incierto.
Sabía
lo que suponía para él separarse de sus hijos, lo cual hacía que
valorase todavía más lo nuestro. Y amándonos como siempre
comenzamos un nuevo futuro para siempre ya fortalecidos.
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