Llevaba
varios días sin pegar ojo por la noche, no recordaba ni cuantos.
Hasta ese momento nunca había sufrido de este trastorno que ahora se
me había presentado de manera inmediata y parecía que de forma
indefinida.
Ni siquiera la infinidad de pastillas que había probado, habían
surtido efecto y aunque me había marcado una rutina horaria no
conseguía conciliar el sueño.
Me
sentía ansiosa y nerviosa, se me olvidaban las cosas y ni recordaba lo que había hecho el día anterior, todo debido
probablemente a mis neuronas que estaban atrofiadas por la falta de
descanso nocturno. Llegó un punto en el que temía que llegase la
noche, me predisponía a no dormir y eso me causaba pavor. La noche
podía ser muy larga cuando uno no consigue refugiarse en el abrazo
de los sueños.
Me
miraba en el espejo y no me reconocía, había perdido peso, mi pelo
lucía sin brillo y mis ojos se habían hundido, alrededor de los
cuales se habían dibujado unos oscuros círculos negros, dándome un
aspecto enfermizo.
Mis
días discurrían con poco ánimo y cansada, acostada en el sofá
viendo la tele o leyendo un libro. Se me habían ido también las
ganas de comer. Todo era un cúmulo de cosas encadenadas que unas
llevaban a otras. Me sentía morir de manera lenta y agónica.
Sufría
de alucinaciones, o eso pensé, de repente me parecía ver alguna
persona por casa charlando y de repente ya no estaba. En otros
momentos recordaba estar en una habitación y sin saber cómo aparecía
en otra. Me estaba trastornando y no sabía como podría evitarlo.
¿Cuanto puede resistir una persona sin dormir? -me preguntaba
preocupada-, dos meses, tres...
Una
mañana hallándome en el sofá viendo las noticias, sentí a alguien
a mi lado, que me rozaba con suavidad. En cuanto la vi me resulto
familiar, la conocía, pero ¿de qué? ¿Era tal vez alguien que había venido a visitarme y ya no me acordaba? Ya no podía
fiarme de mi mente, me jugaba malas pasadas. Si era alguna conocida
entonces conocería mi mal, así que no dudé en preguntarle quién
era.
- ¿De verdad no me reconoces? -preguntó-.
- No, no me acuerdo, sino no te lo preguntaría, ¡ya sabes como estoy últimamente! -respondí con seguridad-.
- Llevo mucho tiempo esperando tu llegada, y no se por qué no has venido...
- ¿Mi llegada? ¿Es que había quedado en visitarte? -pregunté intrigada-.
- Pequeña, ¿en serio que no sabes quién soy? ¡Soy tu madre!
- ¿Mamá? -No recordaba exactamente, pero juraría que había fallecido-.
- Si hija, soy mamá, y creo que estás bastante confundida, este ya no es tu sitio...
- ¿No? ¿Que quieres decir mamá? Estoy loca y debo ingresar en un psiquiátrico ¿verdad? -afirmé, realmente debía de ser eso-.
- No cariño, verás... hace un par de meses sufriste un accidente, y como consecuencia de ello perdiste la vida. Confundida tu alma te trajo de vuelta a tu casa, por eso no dormías ni comías, es algo que ahora ya no necesitas. Pero tu sitio no es aquí, algo mejor te está esperando...
No
me lo podía creer, ¿estaba muerta? Lo que esa mujer que decía ser
mi madre me contaba, podría ser posible, pero ¿como saber la
verdad? Tal vez yo me hallaba loca de remate.
La
mujer me cogió de la mano y me señaló con el dedo hacia un lado.
Una gran luz comenzó a deslumbrarme y cuando conseguí habituarme a
ella, distinguí una especie de pasillo largo y al final lo que
parecía un gran prado verde, y había personas, algunas paseando por
él, otras, estaban esperando al final del túnel. Comencé a caminar
seguida de mi madre y entonces lo supe a ciencia cierta, estaba
muerta y ahora la inmortalidad me esperaba en el Edén.
¿Cuántos estaremos muertos sin saberlo...?
ResponderEliminarbuen argumento para un nuevo relato, jajajajajaja
ResponderEliminar