Desde
que tengo uso de razón he sido un infeliz, recuerdo a mi madre
siempre ausente arrimada a una botella de vodka. Mi padre
complementaba como podía las carencias de mi madre, pero sin llegar
a sustituirlas, eso era imposible, ese vacío reposaba en mi alma
dolorosamente.
El
fue siempre atento y cariñoso conmigo, asistiendo a cada partido de
fútbol que jugaba y presentándose puntualmente a las reuniones con
mi profesora. Pero mi madre simplemente no estaba, me ignoraba cada
nuevo día haciendo más grande la herida de mi corazón.
Mi
padre siempre me pedía que no guardase rencor hacia ella. La muerte
precoz de mi hermano mayor cuando no tenía más que cinco años, la
había sumido en una gran depresión apartándola por completo de
nosotros y de la vida real.
Compartíamos
esa ausencia ya que con él era igual y eso nos había unido
haciéndonos cómplices de una vida injusta y cruel. En multitud de
ocasiones me pregunté por qué aguantaba esa situación y no la
abandonaba, pero él la amaba intensamente y confiaba en que algún
día volviese a ser su alegre y bella esposa de años atrás.
El
día que me fui a la universidad, me sentí muy dichoso alejado de
aquella casa llena de malos sentimientos. Solo me apenaba mi padre.
Había conseguido la puntuación suficiente para hacer lo que siempre
había soñado, arquitectura. Y allí la conocí a ella.
Era
como un soplo de aire puro, alegre y vital, y con una belleza
atractiva y peculiar. Me entregué a ella en cuerpo y alma, era la
primera vez que recibía tanto amor por parte de una mujer. Un tupido
velo no me permitió ver la cruda realidad, seguramente debido a las
carencias afectivas que yo tenía. Solo fui un juguete para ella, uno
más en su colección.
A
partir de aquel día me desdoblé en dos personas, como el dr.
Jeckyll y Mr. Hyde. Por momentos predominaba en mi el hombre sensible
y bueno necesitado de cariño, y en otros, una bestia salía a relucir
sedienta de matar para calmar mi rabia hacia el sexo femenino.
Solo
iba a por ellas, no me importaba la edad ni el color de su piel. Ser
fémina era suficiente para que las torturase de mil maneras
posibles, ensañándome brutalmente, disfrutando en cada asesinato
sintiéndome pleno y satisfecho de mi hazaña.
Sabía
que un día me encontrarían y la pena sería la peor, pero me daba
igual, hasta ese momento seguiría matando para demostrar mi
resentimiento.
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