martes, 24 de septiembre de 2013

"LA MADRE DEL MAS ALLÁ"


El día del nacimiento de su primer hijo, fue el día más feliz de sus vidas. Habían estado dos años buscando un embarazo que parecía no llegar. Y ahora Alfonso y Sonia regresaban a su hogar con el pequeño bebé recién nacido. En casa esperaban ansiosos todos sus amigos y familiares que habían organizado una gran fiesta de bienvenida para el pequeño Yago.

Los primeros días fueron un poco caóticos, biberones, pañales y esos molestos gases que parecían acentuarse durante la noche sin dejar dormir a nadie. Todo era un período de adaptación de los padres hacia el hijo, y del hijo hacia la nueva vida.

Cuando el bebé tenía dos semanas Sonia despertó sobresaltada, había alguien en la habitación del pequeño, a través del interfono le pareció distinguir una voz femenina que susurraba algo sin llegar a entenderse. Se levantó rápidamente aproximándose a la habitación de su hijo, pero allí no había nadie. Yago descansaba plácidamente, seguramente había sido alguna interferencia...

Sin dar importancia al episodio continuaron con su vida cotidiana, hasta que una tarde la joven madre se acercó a la habitación para comprobar como estaba el rey de la casa. Dormía felizmente, pero algo le llamó la atención, la mecedora antojo de su esposo, se movía delicadamente como si alguien estuviese acunándose, pero no había ninguna ventana abierta ni nada que pudiese facilitar ese movimiento.

Esa misma noche, los interfonos trajeron de nuevo las palabras de una mujer que ahora más claramente tarareaba el cántico de una nana. En esta ocasión se dirigieron los dos corriendo al cuarto infantil. El pequeño Yago estaba despierto sonriendo con su vista fija en un punto hacia lo alto de la cuna. Sonia lo cogió en sus brazos detectando que algo no iba bien en aquella habitación. Era algo inexplicable, llevaban cinco años viviendo en esa casa y nunca habían percibido nada extraño. Esa noche el bebe la pasó en la habitación de sus padres.

Al día siguiente era sábado y habían decidido trasladar la habitación del niño al cuarto de invitados. Mientras Alfonso se encargaba de la pequeña mudanza. Sonia después de llamar por teléfono a la agencia que les había vendido la casa, consiguió una cita con el agente que había llevado la gestión asegurando que era un tema urgente que apremiaba.

Se habían citado en una hora en un café que había muy cerca de su casa. Una vez reunida con él, le contó al detalle todo lo ocurrido. Solo quería saber quienes habían sido los que con anterioridad -desde su construcción hacía quince años- habían habitado en ella. El joven agente no sabía mucho del tema, la casa les había entrado nueva cuando ellos la habían adquirido, y los anteriores eran una pareja joven sin hijos que se habían deshecho de ella ya que les iba muy grande. Aún así muy atento quedó en hacer averiguaciones al respecto, y con urgencia y a la mayor brevedad posible les diría algo.

El sábado transcurrió un poco agobiante para la pareja, Yago no dejó de llorar en todo el día, y solo parecía tranquilizarse cuando se acercaban a lo que hasta ahora había sido su habitación. Hicieron una prueba adentrándose en la misma, y el niño no solo se calmó, sino que comenzó a sonreír con la mirada perdida a ninguna parte. Acordaron que dada la hora que era, esa noche la pasarían en casa, pero al día siguiente se trasladarían a la casa de los padres de Alfonso hasta que todo se aclarase, no era que creyesen en temas paranormales, pero estaba claro que algo fuera de lo normal estaba ocurriendo allí.

El conseguir dormir a Yago en su nueva habitación fue una tarea ardua, y cuando lo consiguieron ya era tardísimo y estaban agotados, así que se fueron a la cama sin olvidarse de conectar el intercomunicador del bebe. A las cinco de la mañana las risas de su hijo los despertó, escucharon atentamente durante unos segundos cuando una voz dijo -ven con mama mi pequeño-. Se levantaron tan velozmente que Sonia tiró la lamparita de su mesilla.

Cuando llegaron no había nadie, se acercaron a la cuna con la idea de llevarse de nuevo al pequeño junto a ellos, pero... ¡no estaba allí!

Las horas siguientes fueron angustiosas, Sonia sufrió un ataque de nervios tal, que tuvieron que sedarla para que descansase un poco. La policía no halló huellas ni nada que hiciese entrever el posible intrusismo de alguien en el hogar familiar. Todo estaba perfectamente cerrado y la alarma conectada. ¿Cómo podría haberse colado alguien? Era inconcebible y misterioso. La policía abandonó la casa sin pistas posibles, abriendo un expediente para iniciar la investigación. Para cuando se fueron, ya se encontraban en casa los padres de Alfonso.

Les relató minuciosamente todo lo que había ocurrido desde la llegada de Yago. Asegurando que nunca hasta ese momento habían notado nada siniestro en el hogar. Eran las seis de la mañana y la desesperación se palpaba en el ambiente. Rosa su madre, que había escuchado con especial atención todo el relato de su hijo, se levantó del sillón en silencio, acercándose a su bolso que había dejado apoyado en la meseta de la cocina. De nuevo con ellos acompañada de su móvil, explicó a su hijo que conocía una persona que con toda seguridad podría ayudarlos. Era una buena amiga desde que eran pequeñas, y había encaminado su vida hacía la parapsicología, siendo muy reconocida en ese sector, la llamaría ahora mismo.

Alfonso pensó que nada tenían que perder, era un mundo que desconocía por completo, seguramente por que nunca había creído en esos temas. Pero se sentía impotente ante la desaparición de su hijo, y no podía estar esperando sin más a que la policía averiguase algo.

En una hora, Salomé la amiga de su madre llamaba a la puerta. Sonia seguía dormida, los del servicio médico que la había atendido en casa, habían asegurado que dormiría del tirón siete u ocho horas. Lo que les dejaba un tiempo por delante para saber que estaba ocurriendo allí.

En cuanto se adentró en la vivienda, su cara primero sonriente se mutó en un gesto de desaprobación e incomodidad. Después de los saludos pertinentes y de volver a contar la historia. Salomé se dirigió a la primera habitación del niño.
  • Percibo mucho dolor y amor en este espacio -dijo contrariada-. Sentándose en la mecedora quedó como en trance, con los ojos cerrados y meciéndose en la misma.

Su cara iba dibujando distintos gestos, desde una gran sonrisa, a un ceño fruncido con la boca torcida. Musitaba palabras incomprensibles mientras no dejaba de balancearse.

Después de unos minutos de silencio, pareció salir de ese estado de concentración total. Levantándose se dirigió hacia el joven padre asustado y nervioso, cogiéndole las manos transmitiéndole serenidad, comenzó con su explicación.
  • El mal no está en la casa mi querido amigo, el mal está en la mecedora, ¿de dónde la habéis sacado?
  • Yo la compré en un anticuario -dijo confundido- pero no se a quien ha pertenecido...
  • Eso da igual, los muebles antiguos en ocasiones, guardan terribles secretos, y no solo eso, a veces albergan la esencia o el espíritu de su dueño, si es que por algún motivo algo los ha ligado. En este caso, perteneció a una joven madre que pasaba horas arrullando a su bebe en esta mecedora, hasta que la fatalidad hizo que el pequeño enfermase, falleciendo a las pocas horas. La pena golpeó atrozmente a esta mujer, y ya nadie fue capaz de separarla de este asiento que llegaría a ser su tumba. Aquí murió acunando a un niño que ya era invisible en sus brazos.

Alfonso se asustó muchísimo, si ya la vida daba miedo en ocasiones, lo desconocido resultaba atroz. Según la medium, ese fantasma había cogido a su hijo trasladándolo a otra dimensión. La única salida era conseguir que Sonia saliese de ese trance en el que ahora se hallaba sumida, y se mostrase lo suficientemente lucida como para dirigirse a ese ente con el fin de que les devolviese a su hijo. De madre a madre habría más posibilidades de llegar a buen fin.

Acordaron dejarla dormir un poco más, lo ideal sería que despertase por ella misma, pero no podían esperar tanto. Cabía la posibilidad de que el espíritu se alejase tanto de allí adentrándose profundamente en la nada, que la comunicación pudiera llegar a ser imposible.

Al cabo de dos horas, la ansiedad ya podía con ellos. Alfonso despertó con cuidado y con mucho amor a su esposa. Estaba un poco ida pero parecía centrada, consciente de la realidad. Salomé le explicó la situación muy claramente, dejando evidente que en ella estaba el poder recuperar a Yago.

Se situaron todos en la habitación. Sonia en la mecedora y el resto apartados hacia la entrada del cuarto. Como le había explicado la espiritista, comenzó a hablar al espectro que había raptado a su pequeño.
  • Se que tú mejor que nadie me puede entender, has sido madre y la desgracia se cebó en ti arrebatándote a tu hijo. No hay dolor más grande para una madre que la perdida de un hijo, es un dolor insuperable peor que si te arrancaran las entrañas en vida. Tu tienes a mi hijo, y yo me estoy muriendo de pena. No permitas que otra persona pase lo mismo que tu pasaste. Entrégame a mi hijo, y busca tu camino para encontrarte con el tuyo. Te está esperando en algún lugar, pero tu pena no te ha permitido avanzar para poder reunirte con él, dejándote conectada a esta mecedora.

Un grito atroz retumbó por toda la casa acompañado de un llanto quejumbroso y apenado. Era tanta la tristeza y el dolor que transmitía que los allí reunidos lo sintieron dentro de ellos.


Una luz brillante e intensa iluminó la habitación y de repente apareció una mujer que portaba en sus brazos a Yago, entregándolo a su madre angustiada y llorosa que extendió sus manos para recibirlo con todo el amor del mundo, musitando un gracias muy sincero.

Salomé se dirigió al fantasma intentando aconsejarla para que hallase su camino, solo descansaría en cuanto tuviese a su bebe en sus brazos. ¡Busca la luz! -decía ella- ¡y al final del camino estará esperándote tu hijo!

El alma de la mujer, que por momentos parecía ser más bella, sonrió agradecida y se esfumó. Salomé extenuada se sentó en el suelo, explicándoles que por fin había hallado el camino, y que se hallaba próxima a su hijo.

Quemaron inmediatamente la mecedora en el jardín, y las cenizas las echaron en el mar, tal y como les había aconsejado Salomé. El informe policial quedó cerrado, aunque no parecían creer la historia que les habían contado, menos mal que la parapsicóloga había colaborado en alguna ocasión con ellos y dando una declaración minuciosa parecieron quedar conformes.

La vida continuó tranquila viendo crecer al pequeño Yago.

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