jueves, 26 de septiembre de 2013

"RENUNCIA"

Desde mi infancia siempre había sido una rebelde. Acostumbraba a escaparme a las zonas prohibidas y allí agazapada espiaba a los humanos. Me llamaban poderosamente la atención, aunque físicamente eran como nosotros no tenían alas y eso los hacía muy extraños a la vista. Mamá siempre me precavía contra ellos, diciéndome que eran muy peligrosos, no sabían vivir en paz y armonía, y algo tan natural como la felicidad, un estado emocional habitual en nuestro pueblo, era algo puntual y pasajero para ellos.

Decían que la culpa había sido de Pandora, una mujer creada por el Dios Zeus, con el ánimo de castigar a Prometeo que le había robado el fuego al Dios entregándoselo a los hombres puesto que vivían en oscuridad, de esta manera abrieron los ojos y alcanzaron la sabiduría. Entregó una caja a la joven para que se la diese a Epimeteo, hermano de Prometeo, sabiendo que en sus manos no se conservaría cerrada. Pandora en cuanto se reunió con él presa de la curiosidad, abrió la caja que poseía todos los males posibles: envidia, avaricia, odio, enfermedades, dolor, pobreza..., sembrando la tierra de todos ellos, privando a los hombres de la inmortalidad.

Nuestro mundo era distinto, a pesar de vivir en la tierra nuestra magia nos protegía de las maldades que existían en la tierra, y salvo en ocasiones muy concretas y limitadas, no nos estaba permitido ayudar a los hombres.

En mis múltiples escapadas acostumbraba a vigilar a unos muchachos que con frecuencia se bañaban en el río, concretamente a uno de grácil sonrisa y mirada limpia y transparente de un azul tan intenso como el arrollo del poblado. Su rostro transmitía bondad y nobleza, cualidades que lo hacían distinto del resto. En ocasiones me parecía percibir que sentía mi presencia, buscando en medio de los árboles y de la vegetación.

Cuando llegaba el invierno todo se tornaba aburrido, no me dejaban salir del poblado, y aunque hubiese podido, sabía que no iba a encontrar a los jóvenes objeto de mi curiosidad. Esperaba con ansia los días de primavera en los que el sol comenzaba a calentar con fuerza y volvían los baños alegres y divertidos en el río.

Pasaron los años convirtiéndome en un hada muy hermosa, por lo que decían todos, pretendida por muchos en el poblado, pero no hallaba ninguno que me complaciese lo suficiente. Mi mente volaba hacia el humano que me cautivaba con su sola presencia.

El tiempo también había hecho mella en mi amor idealizado, ya que no venía tan a menudo como antes. Pasaba tristes días esperando su presencia hasta que algún día me sorprendía, en muchas ocasiones acudiendo solo al lugar.

Un día de esos en los que se había presentado sin compañía, salí de mi escondite, el castigo podría ser terrible si alguien se enteraba, sería desahuciada por mi raza arrancándome mis alas y desterrada. Pero verlo más de cerca y hablar con él merecía ese riesgo.

Estaba sentado en la orilla pensativo, tirando pequeñas piedras al río provocando ondas en cadena. Me acerqué sigilosa con intención de observarlo, no iba a hablarle, no era mi objetivo en ese momento, pero al segundo se giró.

Me quedé paralizada sin saber como reaccionar, pero levantándose con rapidez se acercó a mí. Parecía sorprendido y al mismo tiempo aliviado y con total confianza me dijo:
  • ¿Eras tú la que todos estos años ha estado espiándome?
Me quedé desconcertada, era muy cuidadosa y no entendía como podía haberme pillado. Sin contestar todavía lo observé unos instantes, era más atractivo de lo que me parecía y emitía una esencia tan poderosa que me atrapaba sin remedio. No parecía percatarse de mis alas ni de mi vestido que con toda seguridad debería resultarle muy extraño. Pensativa con intención de hacerlo, no supe que contestar y solo a acerté a seguir contemplándolo.
  • Ese silencio contesta a mi pregunta -volvió a hablarme con semblante divertido- ¿Quién eres? ¿y por qué vas así vestida? Ya lo sé, vienes de una fiesta de disfraces -afirmó sonriendo-.
  • ¿Acaso eres muda? -dijo mientras daba vueltas a mi alrededor-.
Me hallaba cohibida sin saber que contestar, algo que no era natural en mí, continuamente mi madre me reprendía por que no podía estar callada ni quieta, siempre cantando, bailando y haciendo el “ganso”.
  • ¿Vas a seguir callada o por fin me vas a permitir escuchar tu voz?
Pensé en huir, había sido un error, no entendía por que ese muchacho producía ese comportamiento en mi, clavada en el suelo sin emitir ni una palabra y muerta de vergüenza.
  • Está bien, comenzaremos de nuevo. Me llamo Joe y vivo en el pueblo -dijo mientras extendía la mano-. Ese gesto lo había visto en varias ocasiones, al parecer era habitual en ellos a modo de saludo.
  • Me llamo Maxcilara y soy un hada -contesté con brusquedad-. Listo, lo había dicho. Las consecuencias no las pensé, pero ya poco importaban.
Correspondí a su mano como ellos hacían, y él aunque extraño me la cogió con fuerza mirándome a los ojos.
  • Ya decía yo que esa belleza no podía ser natural.
  • ¿Natural? -pregunté enfadada, ahora si me había molestado-. ¡Yo soy tan natural como tú!
  • Perdona, no quería decir eso, me refería a que eres tan bonita como una divinidad, eres la chica más hermosa que he visto jamás.

Pasamos el resto de la tarde juntos, disfrutando de la compañía, y esa solo fue la primera de muchas tardes en las que comenzamos a expresar nuestros sentimientos dejándonos llevar por ese amor intenso y puro que sentíamos.

Y llegó el día, tendría que tomar una decisión, la de romper con él y seguir con la vida entre los míos, o quebrar las ataduras de mi pasado para iniciar un futuro junto a Joe. No dudé y después de contárselo a mi madre se convocó una reunión urgente en el poblado para decidir sobre mi futuro. Me hicieron mil preguntas, evaluaron la situación y mi petición. Finalmente después de dos horas llegó la conclusión. Aceptaban mi deserción y me dejaron bien claro que ya nunca podría volver. Tenía el resto del día para despedirme de todos y al llegar el amanecer sería despojada de mis alas y acompañada a las afueras de nuestra zona.

Despedirme de todos fue fácil, salvo de mi madre... Sus ojos inundados por las lagrimas me contagiaban mucha tristeza, la abracé con mucho amor asegurando que era lo que yo quería. Cogió con sus manos mi cara y después de llenarla de besos me miró a los ojos con mucha ternura y me dijo:
  • Busca tu futuro y tu felicidad pequeña, si tu eres dichosa en la vida, yo también lo seré. No te preocupes por mi, vive tu vida con ese hombre que tanto amas y recuerda siempre que en un trocito de tu corazón estaré yo presente.

En cuanto el sol despuntó en el horizonte, se hallaban todos esperando mi llegada junto a la piedra mágica “gornut” símbolo de nuestro pueblo. Mi madre me acompañaba abrazándome con fuerza y una vez allí se desprendió de mi dándome un último beso generoso. Me dirigí al centro del círculo mágico donde ya se encontraba el hechicero, pronunció las palabras del conjuro y muchas luces brillantes y pequeñas comenzaron a arremolinarse en torno a mí, después un dolor profundo me atravesó las entrañas haciéndome caer de rodillas al suelo, lágrimas de angustia y congoja resbalaron por mi rostro mientras las alas se despegaban de mi cuerpo cayendo al momento en una profunda inconsciencia.

Sin más recuerdos al respecto, desperté completamente desnuda muy cerca del rio. Aún aturdida y confusa sentí que Joe me llamaba. Lastimosa grité su nombre acudiendo enseguida a mi llamada cubriendo mi cuerpo desnudo con su chaqueta, abrazándome tan dulcemente, con tanto amor que todo careció de importancia.


Nos quedamos allí abrazados un largo rato, primero en silencio, después palabras de amor y promesas salían por su boca asegurando una vida feliz a su lado. Y escondida entre los árboles la vi, a mi madre sonriendo después de comprobar que lo que yo le había contado de Joe, era cierto...

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