Desde
mi infancia siempre había sido una rebelde. Acostumbraba a escaparme
a las zonas prohibidas y allí agazapada espiaba a los humanos. Me
llamaban poderosamente la atención, aunque físicamente eran como
nosotros no tenían alas y eso los hacía muy extraños a la vista.
Mamá siempre me precavía contra ellos, diciéndome que eran muy
peligrosos, no sabían vivir en paz y armonía, y algo tan natural
como la felicidad, un estado emocional habitual en nuestro pueblo,
era algo puntual y pasajero para ellos.
Decían
que la culpa había sido de Pandora, una mujer creada por el Dios
Zeus, con el ánimo de castigar a Prometeo que le había robado el
fuego al Dios entregándoselo a los hombres puesto que vivían en
oscuridad, de esta manera abrieron los ojos y alcanzaron la
sabiduría. Entregó una caja a la joven para que se la diese a
Epimeteo, hermano de Prometeo, sabiendo que en sus manos no se
conservaría cerrada. Pandora en cuanto se reunió con él presa de
la curiosidad, abrió la caja que poseía todos los males posibles:
envidia, avaricia, odio, enfermedades, dolor, pobreza..., sembrando
la tierra de todos ellos, privando a los hombres de la inmortalidad.
Nuestro
mundo era distinto, a pesar de vivir en la tierra nuestra magia nos
protegía de las maldades que existían en la tierra, y salvo en
ocasiones muy concretas y limitadas, no nos estaba permitido ayudar a
los hombres.
En
mis múltiples escapadas acostumbraba a vigilar a unos muchachos que
con frecuencia se bañaban en el río, concretamente a uno de
grácil sonrisa y mirada limpia y transparente de un azul tan intenso
como el arrollo del poblado. Su rostro transmitía bondad y nobleza,
cualidades que lo hacían distinto del resto. En ocasiones me parecía
percibir que sentía mi presencia, buscando en medio de los árboles
y de la vegetación.
Cuando
llegaba el invierno todo se tornaba aburrido, no me dejaban salir del
poblado, y aunque hubiese podido, sabía que no iba a encontrar a los
jóvenes objeto de mi curiosidad. Esperaba con ansia los días de
primavera en los que el sol comenzaba a calentar con fuerza y volvían
los baños alegres y divertidos en el río.
Pasaron
los años convirtiéndome en un hada muy hermosa, por lo que decían
todos, pretendida por muchos en el poblado, pero no hallaba
ninguno que me complaciese lo suficiente. Mi mente volaba hacia el
humano que me cautivaba con su sola presencia.
El
tiempo también había hecho mella en mi amor idealizado, ya que no
venía tan a menudo como antes. Pasaba tristes días esperando su
presencia hasta que algún día me sorprendía, en muchas ocasiones
acudiendo solo al lugar.
Un
día de esos en los que se había presentado sin compañía, salí de
mi escondite, el castigo podría ser terrible si alguien se enteraba,
sería desahuciada por mi raza arrancándome mis alas y desterrada.
Pero verlo más de cerca y hablar con él merecía ese riesgo.
Estaba
sentado en la orilla pensativo, tirando pequeñas piedras al río
provocando ondas en cadena. Me acerqué sigilosa con intención de
observarlo, no iba a hablarle, no era mi objetivo en ese momento,
pero al segundo se giró.
Me
quedé paralizada sin saber como reaccionar, pero levantándose con
rapidez se acercó a mí. Parecía sorprendido y al mismo tiempo
aliviado y con total confianza me dijo:
- ¿Eras tú la que todos estos años ha estado espiándome?
Me
quedé desconcertada, era muy cuidadosa y no entendía como podía
haberme pillado. Sin contestar todavía lo observé unos instantes,
era más atractivo de lo que me parecía y emitía una esencia tan
poderosa que me atrapaba sin remedio. No parecía percatarse de mis
alas ni de mi vestido que con toda seguridad debería resultarle muy
extraño. Pensativa con intención de hacerlo, no supe que contestar
y solo a acerté a seguir contemplándolo.
- Ese silencio contesta a mi pregunta -volvió a hablarme con semblante divertido- ¿Quién eres? ¿y por qué vas así vestida? Ya lo sé, vienes de una fiesta de disfraces -afirmó sonriendo-.
- ¿Acaso eres muda? -dijo mientras daba vueltas a mi alrededor-.
Me
hallaba cohibida sin saber que contestar, algo que no era natural
en mí, continuamente mi madre me reprendía por que no podía estar
callada ni quieta, siempre cantando, bailando y haciendo el “ganso”.
- ¿Vas a seguir callada o por fin me vas a permitir escuchar tu voz?
Pensé
en huir, había sido un error, no entendía por que ese muchacho
producía ese comportamiento en mi, clavada en el suelo sin emitir ni
una palabra y muerta de vergüenza.
- Está bien, comenzaremos de nuevo. Me llamo Joe y vivo en el pueblo -dijo mientras extendía la mano-. Ese gesto lo había visto en varias ocasiones, al parecer era habitual en ellos a modo de saludo.
- Me llamo Maxcilara y soy un hada -contesté con brusquedad-. Listo, lo había dicho. Las consecuencias no las pensé, pero ya poco importaban.
Correspondí
a su mano como ellos hacían, y él aunque extraño me la cogió con
fuerza mirándome a los ojos.
- Ya decía yo que esa belleza no podía ser natural.
- ¿Natural? -pregunté enfadada, ahora si me había molestado-. ¡Yo soy tan natural como tú!
- Perdona, no quería decir eso, me refería a que eres tan bonita como una divinidad, eres la chica más hermosa que he visto jamás.
Pasamos
el resto de la tarde juntos, disfrutando de la compañía, y esa solo
fue la primera de muchas tardes en las que comenzamos a expresar
nuestros sentimientos dejándonos llevar por ese amor intenso y puro
que sentíamos.
Y
llegó el día, tendría que tomar una decisión, la de romper con él
y seguir con la vida entre los míos, o quebrar las ataduras de mi
pasado para iniciar un futuro junto a Joe. No dudé y después de
contárselo a mi madre se convocó una reunión urgente en el poblado
para decidir sobre mi futuro. Me hicieron mil preguntas, evaluaron
la situación y mi petición. Finalmente después de dos horas llegó
la conclusión. Aceptaban mi deserción y me dejaron bien claro que ya
nunca podría volver. Tenía el resto del día para despedirme de
todos y al llegar el amanecer sería despojada de mis alas y
acompañada a las afueras de nuestra zona.
Despedirme
de todos fue fácil, salvo de mi madre... Sus ojos inundados por las
lagrimas me contagiaban mucha tristeza, la abracé con mucho amor
asegurando que era lo que yo quería. Cogió con sus manos mi cara y
después de llenarla de besos me miró a los ojos con mucha ternura y
me dijo:
- Busca tu futuro y tu felicidad pequeña, si tu eres dichosa en la vida, yo también lo seré. No te preocupes por mi, vive tu vida con ese hombre que tanto amas y recuerda siempre que en un trocito de tu corazón estaré yo presente.
En
cuanto el sol despuntó en el horizonte, se hallaban todos esperando
mi llegada junto a la piedra mágica “gornut” símbolo de nuestro
pueblo. Mi madre me acompañaba abrazándome con fuerza y una vez
allí se desprendió de mi dándome un último beso generoso. Me
dirigí al centro del círculo mágico donde ya se encontraba el
hechicero, pronunció las palabras del conjuro y muchas luces
brillantes y pequeñas comenzaron a arremolinarse en torno a mí,
después un dolor profundo me atravesó las entrañas haciéndome
caer de rodillas al suelo, lágrimas de angustia y congoja resbalaron
por mi rostro mientras las alas se despegaban de mi cuerpo cayendo al
momento en una profunda inconsciencia.
Sin
más recuerdos al respecto, desperté completamente desnuda muy cerca
del rio. Aún aturdida y confusa sentí que Joe me llamaba. Lastimosa
grité su nombre acudiendo enseguida a mi llamada cubriendo mi cuerpo
desnudo con su chaqueta, abrazándome tan dulcemente, con tanto amor
que todo careció de importancia.
Nos
quedamos allí abrazados un largo rato, primero en silencio, después
palabras de amor y promesas salían por su boca asegurando una vida
feliz a su lado. Y escondida entre los árboles la vi, a mi madre
sonriendo después de comprobar que lo que yo le había contado de
Joe, era cierto...
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