Era
una bonita tarde de primavera, volvía del colegio satisfecha, los
últimos controles habían sido exitosos sacando una buena nota, lo
que enorgullecería a mi padre una vez más.
Cuando
entré por la puerta, los encontré a los dos, a mamá y a papá,
sentados en el sofá de sala con semblante muy serio. Mis primeros
pensamientos volaron hacia los abuelitos, esperaba que no les hubiese
ocurrido nada... Me hicieron sentar a su lado, en medio de los dos,
lo que predecía no muy buenas noticias.
Comenzó
él con voz seria y difusa, costándole articular las palabras;
Agarrándome la mano con ternura, me comenzó a hablar del
matrimonio, “en ocasiones las cosas no salen como uno espera y hay
que tomar una decisión dolorosa pero necesaria...”. Sabía por
donde iban los tiros, pero no lo quería creer, tal vez estaba
equivocada y los que se iban a separar eran otros.
Observé
a mamá, estaba triste con sus preciosos ojos humedecidos, aún así
me sonrió con dulzura intentando restar importancia a la situación.
Papá continuó hablando, confirmándome mi temor. Se separaban...
¡No podía ser! jamás los escuché discutir ni tan siquiera malas
caras o gestos feos.
Me
levanté despacio y aturdida sin decir nada, ella me llamó,
preguntándome a dónde iba y si me encontraba bien. Me giré hacia
los dos y mintiendo les dije que sí, que todo estaba bien, que la
decisión que ellos tomasen bien hecha estaba y que me iba a la
habitación a hacer los deberes. Escuché a mi padre que le decía,
-déjala tranquila, tiene que asumirlo-.
Asomada
a la ventana los odié, muchas veces les clavé puñales imaginarios
en su corazón para que llegasen a sentir solo una mínima parte de
lo que yo sentía dentro de mí. Como se atrevían a romper así
nuestra familia, yo los quería a los dos juntos, no por separado... Era injusto que no pudiese volver a hacer cosas con los dos a la vez.
Gracias que mi hermana era aún muy pequeña, apenas un bebé y no
iba a sufrir los daños de su separación.
Y
la detesté más a ella, a mi madre, por no ser capaz de retener a un
hombre tan maravilloso a su lado, que seguramente ya había caído en
los brazos de alguna mujer, intuí pensando en lo tarde que llegaba a
casa últimamente. Las lagrimas comenzaron a discurrir por mi rostro
y sentí que mi vida se hundía, no podía ser verdad, no era más
que una pesadilla...
Después
de un buen rato de llanto angustioso, me senté en la cama secando
mis lagrimas y tomando una decisión. Nunca me casaría y si lo
llegaba a hacer no tendría hijos, no podía permitir que llegasen a
sentir lo que yo estaba sintiendo, una separación no es cosa de dos,
es cosa de tres, de cuatro... Los hijos sufrimos mucho más de lo que
puedan llegar a padecer ellos, rompen nuestra vida, nuestras
ilusiones, nuestra paz, nuestro futuro...
Ana wapa tu blog le hemos concedido un premio pasate por el blog y recibelo: http://anescris.blogspot.com.es/2013/09/blog-anescris-premio-liebster-award.html
ResponderEliminarque me dices!!!! muchas gracias!!! ahora voy!!!
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