El
día en el trabajo había sido muy duro. Presupuestos urgentes, el
teléfono que no paraba y el jefe de mal humor.
Menos
mal que era viernes, pensarlo me hacía liberar esa sensación de
estrés que tenía dentro de mí. Necesitaba relajarme y algo que lo
conseguía era caminar, así que decidí ir andando hacia casa.
Esa
noche había quedado con mis amigas Patri, Laura y Pili, nos
acercaríamos a la nueva discoteca que se inauguraba esa noche en las
afueras de la ciudad. Así que después de cenar algo comencé a
prepararme. Escogí para esa noche una minifalda negra que se ceñía
sobre mí como una segunda piel y un top con forma de mariposa en la
parte delantera, con la espalda totalmente descubierta salvo por las
cintas que lo sujetaban.
A
las doce puntuales estaban mis amigas recogiéndome. Acordamos ir
directamente hacia allí, suponíamos que más tarde se formaría una
gran cola para entrar y cabría la posibilidad de que quedásemos
fuera.
Cuando
llegamos, acababan de abrir las puertas y no había apenas gente. Era
extremadamente grande, constaba de tres plantas con una gran pista de
baile en cada una de ellas.
Decidimos
quedar un rato en la planta principal donde sonaba música dance con
gran volumen. Nos acercamos a la barra y pedimos unos combinados,
demasiado temprano para ir a la pista a bailar, aún no había mucha
gente.
Junto
a la barra, había una puerta que ponía “dirección”, me supuse
que ahí tendría su oficina el dueño del local. La puerta se abrió
y salió un chico joven, muy atractivo, su camiseta ceñida dejaba
entrever sus músculos marcados. Se acercó a la barra y pidió una
cerveza, no podía dejar de mirarlo, una fuerza invisible me obligaba
a fijar mi atención en él. Mientras mis amigas charlaban y reían
divertidas ajenas a mí en ese momento.
Me
sorprendió mirándolo y turbada esquivé su mirada retomando la
conversación con mis amigas. Patri me estaba mirando seria, dándose
cuenta de la situación que yo acababa de vivir.
Sentía
la mirada de él y me estremecí. Nunca había sentido nada parecido,
una atracción convulsiva esta haciendo acopio de mi, recorriendo mi
cuerpo y mi mente. Patri me agarró por un brazo y me pidió que la
acompañase al aseo.
- Nerea cielo, olvídate de ese hombre, tiene mala reputación, no es para ti -mi amiga parecía realmente preocupada-
- ¿Por qué me dices eso Patri? No ha pasado nada.
- No ha pasado nada ahora -dijo enfadada- pero podría pasar, mantente alejada de él, he escuchado cosas no muy agradables.
- ¿Quién es él? -pregunté curiosa-
- Es el dueño del local como te habrás dado cuenta, pero nadie lo conoce realmente, no tiene familia, no tiene amigos... se rodea siempre de bellas mujeres pero sin quedarse con ninguna. Las usa a su antojo y después las abandona. No te mezcles con él, he visto como lo mirabas y no me gustó, te puede hacer mucho daño Nerea.
Asentí
confundida, la gente tenía la mala costumbre de hablar mucho,
personalmente nunca me he dejado llevar por lo que opinen los demás,
me guío por mi propio criterio.
Volvimos
a la barra, el seguía allí observándome, me intimidó su sola
presencia. La pista ya estaba aglomerada de gente, jóvenes dejándose
llevar por la música disfrutando de la noche. Nos dirigimos hacia
allí, el seguía en el mismo sitio mirándome lascivamente -intuí-
y encontrado un buen hueco comenzamos a bailar, podríamos pasar toda
la noche bailando sin aburrirnos.
La
música entraba por mis oídos atravesando mi cuerpo llevándome a
otra dimensión. Me sentía extrañamente excitada, como en estado de
trance. De repente lo tenía a mi lado clavándome sus bellos ojos de
color indeterminado. Mis amigas seguían bailando a mi lado sin
reparar en la presencia del joven.
Sentí
como sus manos recorrían cada centímetro de mi cuerpo, llevándome
a un estado de impaciente fogosidad que no conocía en mí. Cerré
los ojos dejándome llevar, sentí cosas que jamás había
experimentado mientras susurraba en mi oído bellas y amorosas
palabras.
No
sé que pasó, en un momento sin que yo fuese realmente consciente de
como había sido, me estaba guiando en medio de la gente,
dirigiéndome hacia su despacho, cerrando con llave y acomodándome
en un gran sofá de color blanco de tela aterciopelada situado en un
lado del cuarto.
- Tú eres la elegida -dijo mirándome a los ojos- he tardado muchos años en encontrarte, pero por fin estás aquí y ya nada ni nadie podrá separarnos.
Mi
estado era como de embriaguez, pensé que estaba loco por las cosas
que me decía, pero al mismo tiempo me sentía complacida y deseosa
de que me tomase.
Hicimos
el amor de la manera más brutal y dulce que jamás hubiese
imaginado, llegando al éxtasis tantas veces que pensé que podría
desmayarme.
Cuando
acabamos, quedamos un instante abrazados en silencio, me miraba con
ternura y sus besos me elevaban hacia otra dimensión.
- Ha llegado el momento -dijo rompiendo el silencio-
- ¿El momento de qué? -pregunté extrañada-
- De tu conversión -su boca recorría mi cuerpo elevándome otra vez el nivel de excitación- Relájate, solo dolerá un momento.
Me
sentía aturdida y confundida ¿de qué estaba hablando? No me dio
tiempo a reaccionar, se subió sobre mí llevando su boca hacia mi
yugular sorbiendo mi sangre. Ahora lo entendía.
Sentí
un dolor agudo indescriptible, la vida se me iba y no podía hacer
nada por evitarlo. Cuando pensé que llegaba el final, se volvió a
acostar a mi lado sin dejar de acariciarme.
- Tranquila mi reina, enseguida pasará el dolor y te sentirás muy bien.
Quedé
traspuesta unos minutos, cuando volví en mí él me miraba
amorosamente. Me sentía bien, muy bien, llena de vitalidad sintiendo
todo lo que tenía por delante. Me había regalado la inmortalidad a
su lado, y creí conocerlo... tal vez en otra vida, pero era mi amor
verdadero.
Todo
ésto tenía un precio, pero no me importaba. Debería apartarme de
mi entorno y de toda mi gente. Nos trasladaríamos a
otra ciudad donde nadie me conociese. Tenía negocios por todas
partes y a personas como nosotros que se los gestionaban.
Toda
una nueva vida por delante, con la persona que siempre deseé tener a
mi lado.
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