Mañana
sería un gran día, el día más esperado de toda mi vida. Es
curioso como la vida en ocasiones, te desvía del camino que llevabas
tan felizmente, guiándote hacia un destino que no termina de
complacerte, para finalmente volver a llevarte hacia tu origen.
Tenía
ocho años cuando mis padres y yo tuvimos que hacer las maletas y
escapar a otra tierra a labrarnos un futuro. Una mala gestión por
parte de mi padre, nos había llevado a la ruina, perdiendo todo lo
que habíamos conseguido hasta el momento.
Vivíamos
en un pequeño pueblo de pescadores y recordaba con añoranza los
baños en la playa con mis amigos, los días de colegio, y las
fiestas de Navidad con la familia. Pero lo que más melancolía me
causaba, era una niña dos años más pequeña que yo, pecosa y casi
siempre con coletas. No era habitual en la pandilla, pero sólo Dios
sabe la razón de aquella nostalgia hacia ella.
Y
llegó el día, embarcamos desde Alemania con destino a Santiago de
Compostela, no me gustaba viajar en avión, pero nunca desee tanto el
estar subido en este aparato. En Santiago ya nos estaban esperando un
montón de familiares deseosos de vernos y abrazarnos. Acomodándonos
en el coche cogimos destino a Marín, mi tierra.
Estaba
todo muy cambiado, pero la casa de mis abuelos parecía seguir igual,
ahora sería nuestro hogar. Miré hacia el puerto y ahí estaba ella,
creo que la habría reconocido aunque pasasen quince años mas. Esas
pecas y ese pelo ahora sin coletas eran inconfundibles. Ella me miró
sonriéndome y caminando hacia ella sabía que Dios la había
dispuesto para mi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario