Solo
habían pasado tres meses desde su boda, y en dos semanas Pedro
debería volver a embarcar hacia los mares del norte. Serían seis
meses fuera de casa, cuando regresase aún quedarían dos meses para
el nacimiento de su primer hijo.
Le
había prometido a su mujer que sería el último viaje, buscaría un
trabajo estable en la ciudad, para no separarse jamás de su familia.
Y
llegó el día, la dulce Marisa llevaba llorando desde días atrás,
no conseguía asimilar la partida inminente de su esposo. Después de
besos y abrazos tiernos y desesperados, Pedro consiguió tranquilizar
lo suficiente a su esposa, como para desprenderse de sus brazos.
Subió
a bordo del pesquero y no pudo evitar sentir intranquilidad por
Marisa, ahora estaba embarazada y era el doble de frágil de lo
habitual. Situado a babor, lanzó un último beso a su esposa y se
adentró en el interior del barco, no soportaba verla en ese estado.
Sabía que sus suegros y sus padres cuidarían de ella, que no la
dejarían sola, y eso calmaba un poco su preocupación.
Pasaron
los meses, Marisa sufría tanto por la separación de su esposo, que
no estaba llevando bien el embarazo, apenas cogía peso y le habían
dado reposo total, lo que le causaba mucha ansiedad.
Faltaba
una semana para que él regresase. Marisa parecía haber revivido,
tenía mejor color incluso había cogido algo de peso, quería estar
radiante para la vuelta de su marido.
Por
la tarde, alguien llamó a la puerta, Marisa estaba descansando en su
habitación, así que su madre abrió, después de avisar a su marido
y mantener una pequeña conversación con alguien, se dirigieron
juntos al encuentro de su hija.
Había
ocurrido un grave accidente, el barco pesquero se había encontrado
de camino con una gran tormenta que había hundido el mismo... no
había supervivientes...
Marisa
sintió como se le hundía la vida... sintió a su bebe encongerse en
su vientre y pensó que quizá no era más que una pesadilla...
Una
semana después, tuvieron que ingresarla en el hospital para poder
tratar esa depresión tan profunda en la que se hallaba sumida, que
no la dejaba comer, ni tan siquiera vivir... Ya estaba de ocho meses
y la vida del bebe corría peligro debido al estado en el que se
encontraba. Así que programaron una cesárea, ella se hallaba muy
débil para soportar un parto natural, aunque tampoco fue buena idea,
después de ver y tocar a su hija, Marisa partió para encontrarse
con su esposo.
Esa
misma tarde, una llamada de teléfono anunciaba la llegada de Pedro,
un pequeño barco de recreo lo había encontrado inconsciente encima
de unas maderas.
Cuando
volvió a casa y cogió a su pequeña hija en brazos, lloró tanto y
tan amargamente que pensó que se volvería loco.
Que
cruel puede llegar a ser la vida -pensó- solo tenía que haber
aguantado un poco más y estaríamos juntos... Y se dijo a si mismo,
que si su bella esposa había soportado hasta dar a luz a su hija, lo
menos que él podía hacer, era seguir adelante por la “pequeña
Marisa”.
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