Fuera
estaba todo blanco, la gran nevada caída durante toda la noche había
cubierto completamente la ciudad. Los árboles lucían grandiosos en
el parque con sus ramas cargadas de nieve.
Atrás
quedaba la triste Navidad, este año me graduaría y me sentía
dichoso, pues por fin traería conmigo a mi madre.
La
melancolía volvía cada vez que recordaba el triste día en que
tuvimos que separarnos, en mi cabeza rebotaban los gritos
desgarradores de mi madre cuando me arrancaron de sus brazos. La
situación económica, siempre pésima en casa, había empeorado
desde el día que mi padre falleció.
Pero
la suerte estaba conmigo. Me había adoptado una familia cariñosa y
adinerada, que puso todos los medios posibles para que me sintiese
feliz y me labrase un futuro.
Como
guinda final, mi regalo de graduación -además de comenzar a
trabajar con mi padre adoptivo en su empresa- sería un piso para que
pudiese traer a mi madre biológica a vivir conmigo, me daban la
independencia total, ellos sabían lo importante que era eso para mi,
y yo siempre lo tendría en cuenta, ellos también eran mis padres,
me lo habían demostrado desde el primer día. Y llegué a una
conclusión, la vida en ocasiones nos regala malos momentos para
lograr un futuro prometedor...
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