El
repentino fallecimiento de mis padres, me llevaba hacia un destino
por el que no me quería dejar llevar. Mis abuelos paternos habían
solicitado mi custodia, y el juez se la había concedido sin tener en
cuenta mis argumentos, ellos que jamás se habían preocupado por
nosotros ni por mi existencia, aparecían ahora como de la nada
reclamándome.
Supongo
que su buena situación económica, había tenido mucho que ver. Era
una familia rica, muy reconocida y con buena reputación. Mi tía
Laura, hermana de mi madre, había perdido el juicio de la custodia,
con gran pena para mi.
Aquí
en el pueblo lo tenía todo, la casa de mis padres, mis tíos y
primos, mi colegio, mis amigos, y sobre todo a Frank. Ya había
cumplido los diecisiete, un año más que yo, y era un muchacho
divertido, responsable y gran estudiante, sabía que si él quería
podría conseguir lo que se le antojase, poseía grandes cualidades
que le permitían desarrollar cualquier cosa que se propusiese.
Mis
últimos días con él, antes de la muerte de mis padres, habían
sido muy especiales, pasábamos mucho tiempo juntos y nuestra amistad
había llegado un poco más allá... un primer beso había sellado un
amor que hacía tiempo que sentíamos, sin que ninguno se hubiese
atrevido a hablar de ello hasta ese momento. Me hacía sentir
especial y muy dichosa, pero entonces fue cuando un terrible
accidente, hundió mi vida para siempre. Como si no fuese poco la
perdida de los seres más importantes de mi vida, ahora me
arrebataban todo lo que me quedaba.
Mañana
era el terrible día, mis abuelos me vendrían a buscar a primera
hora de la mañana, así que después de preparar mis maletas, corrí
veloz a encontrarme con Frank. Nos abrazamos sin decir nada,
comenzando a llorar a un son melancólico y rabioso. Me iba muy
lejos, Charleston se encontraba a quinientos kilómetros del pueblo,
lo que iba a dificultar el poder vernos a menudo.
Promesas
sinceras volaban en el aire, y le creía, su amor era mío, y
aguardaría ansioso nuestros breves encuentros. Parte de las
vacaciones escolares las pasaría en el pueblo, el juez consideraba
que no debían arrancarme de mis raíces, ni de mi gente, eso no
sería bueno para mi, así que permitió que mi tía disfrutase de
una custodia casi compartida, en la que ella llevaba la parte más
pequeña. Además él buscaría, en cuanto acabase sus estudios, una
universidad cerca de Charleston para así poder estar más cerca. Nos despedimos con gran dolor y amargura, a la espera de unos
días que con seguridad se nos harían eternos, prometí escribirle
en cuanto llegase, para poder tener un contacto aunque fuese mínimo.
La
mañana amaneció muy lluviosa, armonizando con el ambiente que allí
se respiraba. Mucha gente había venido a despedirme y entre ellos
estaba él, mi amor, mi futuro, mi desdicha...
Me despedí de todos de manera rápida e inicié mi partida, no soportaba el dolor que
sentía viendo a todos con lágrimas en los ojos, y más
especialmente a Frank. Me adentré en el gran coche de alta gama de
los abuelos, sintiendo tanto odio hacia ellos que pensé que lo
podrían percibir.
El
abuelo cogió mi mano intentando tranquilizarme, y sonriendo, expresó
palabras de ánimo, diciéndome que allí sería muy feliz, que no
dudase en pedir todo lo que me hiciese falta. Ellos me cuidarían
mucho, preocupándose de todas mis necesidades. La abuela sin
embargo, tenía una dura expresión en su rostro, que intuí que era
así por naturaleza, me miró un momento con desagrado y de manera
altiva me dijo que secase esas feas lágrimas de mis ojos, que no me
iban a llevar a ningún matadero. Me dolió su indiferencia, tan solo
era una cría de dieciséis años, que acababa de perder a sus padres
y a la que ahora cruelmente, arrancaban de su entorno.
Vivían
en una preciosa y gran mansión a las afueras de la ciudad, con un
gran terreno alrededor de la misma, en el que solía perderme para
llorar en silencio, la abuela me había prohibido terminantemente
llorar en su presencia. Era muy dura, y nunca demostró ni un ápice
de cariño hacia mí. Continuamente se ensañaba conmigo, diciéndome
que mi madre les había robado a mi padre, único heredero de la
empresa familiar y todos sus bienes, pensando que quizá había
arreglado su vida casándose con él, pero ellos lo habían
desheredado, por hacer caso omiso a sus consejos y a sus
advertencias, para ellos mi madre era una buscona aprovechada, y yo
callada, me tragaba mi dolor... no era así, se querían mucho y el
suyo, había sido un amor verdadero.
Me
inscribieron en un “colegio de señoritas”, donde debería
aprender buenos modales y a ser refinada, además de exigirme unas
buenas notas. No los defraudé, siempre había sido extraordinaria en
mis estudios y allí no iba a ser menos. No soportaba a esas chicas
presuntuosas y orgullosas, pero me respetaban por ser la nieta del
hombre más rico de la ciudad. Sus negocios navieros habían sido muy
provechosos, enriqueciéndolo en muy poco tiempo.
Nunca
me faltó de nada, preciosos vestidos colgaban en mi vestidor,
conjuntados con zapatos y botas variadas y de diversos colores. Pero
no era feliz, ansiaba estar con Frank, lo necesitaba a mi lado, mis
días pesaban como grandes losas de piedra maciza, y aún quedaban
dos meses para las vacaciones de invierno, de las cuales, una semana
la pasaría en el pueblo.
Nos
fuimos escribiendo, preciosas y románticas cartas en las que nuestro
amor se fue fortaleciendo a través de nuestras letras deseosas. Me
contaba sus vivencias en el instituto y lo que haríamos en cuanto yo
regresase. Yo le mentía, diciéndole que estaba bien, que los
abuelos eran muy buenos conmigo y que tenía muchas amigas. No quería
que se preocupase por mi bienestar, ya la situación en si, era
bastante tortura.
Pasaron
dos años así, con breves encuentros que aprovechábamos al máximo,
disfrutando de unos días felices, dando paso después a la amargura
de la despedida. Frank consiguió una beca en la Universidad de
Charleston, quería hacer arquitectura y yo sabía que tenía
cualidades de sobra para conseguirlo. Comenzamos a vernos más a
menudo, afianzando nuestra relación, con la firme promesa de
casarnos en cuanto el acabase la carrera y encontrase un puesto de
trabajo.
La
abuela seguía renegando de mí, haciendo caso omiso de cualquier
cosa que yo les contase, así que no sabía como poder hablarle de
Frank. El abuelo sin embargo, era cariñoso conmigo, y en alguna
ocasión me pidió que no guardase rencor hacia ella, había sufrido
mucho cuando mi padre se había ido de casa, convirtiéndola en una
dura mujer con malos sentimientos hacia los demás, pero que
realmente, me quería. Cosa que dudé, sus ojos no me decían eso,
más bien detectaba una tremenda rabia hacia mi. Le hablé a él, de
Frank, de nuestros sentimientos y nuestras vistas de futuro. El,
cogiéndome las manos, me dijo que él mismo se preocuparía de
decírselo a la abuela, pero que antes, quería conocerlo, no iba a
permitir que me casase con un muchacho cualquiera, tenían una
reputación que deberían de cuidar, gracias a Dios, la carrera que
había elegido, al abuelo le había complacido, y a través de sus
contactos en el futuro, podría conseguirle un buen puesto de
trabajo.
Concertamos
una primera visita para ese miércoles, la abuela tenía reunión,
como todas las semanas, con sus amigas, para jugar al bridge. Llegó
puntual a la cita, con aspecto intachable, sus modales eran correctos
y naturales, y pareció agradar al abuelo. Pasamos la tarde
charlando, primero de cosas instrascendentales, supongo que el
abuelo, quería cogerlo en algún punto flaco, cosa que no consiguió.
Después le preguntó que esperaba del futuro para él. Y
respondiendo con seguridad, le dijo que esperaba una vida conmigo,
cuidándome y protegiéndome, sin que nada me faltase. Para ello
buscaría un buen trabajo con un buen sueldo, quería la mejor vida
para nosotros. El abuelo entusiasmado, le dio un fuerte apretón de
manos, ¡le había dado el visto bueno! Sonreí hacia Frank,
intentando aportarle seguridad.
Lo
demás llegó de manera desencadenada, el abuelo se preocupó de
hablar con la abuela, dando un buen voto a favor de Frank, intuía un
buen futuro para los dos, asegurándole que no era un hombre
interesado. Finalmente ella aceptó nuestro compromiso. Pero la vida
es muy cruel en ocasiones, y nos enfrenta a duros tragos difíciles
de superar. La muerte se ceñía otra vez sobre mi vida. Un atraco
cerca del campus, dejó a Frank herido de muerte, cuando lo
encontraron, estaba con un soplo de vida, había perdido mucha sangre
y ya nada pudieron hacer por él.
La
tinieblas se cerraron sobre mi, sumiéndome en una tristeza abismal,
dejándome caer en una gran depresión. El abuelo preocupado, comenzó
a invitar a la casa, al hijo de un amigo, sabía que estaba
interesado en mi desde el primer día que me había visto y confiaba
en que él fuese capaz de sacarme de aquel agujero en el que me
hallaba sumida. Las primeras veces, no quise bajar a estar con ellos, me quedaba aislada en mi habitación con mis pensamientos, era lo único que me
apetecía hacer. La abuela sin embargo, jamás demostró un mínimo
sentimiento de lástima o de cariño hacia mi.
Una
tarde enfadado el abuelo, me obligó a bajar con ellos para tomar un
café. No podía seguir pasando mis días aislada del mundo, eso me
mataría, necesitaba rodearme de gente para intentar superar esa
pérdida que me torturaba.
A
desgana, bajé a la sala, y en cuanto lo vi algo nuevo brotó en mi
interior. Unos preciosos ojos azules, llenos de dulzura escrutaban
mis pasos vacilantes. Eran transparentes y denotaban una persona
romántica y llena de bondad. Se puso en pié cuando el abuelo nos
presentó, y cogiendo mi mano con cuidado, murmuró un encantado que
penetró en mis oídos recorriendo todo mi cuerpo.
Me
hizo sentir a gusto en su compañía, y al mismo tiempo me sentía
mal por Frank, pero sabía que él querría que buscase mi felicidad.
Comencé a frecuentar de su compañía cada tarde que venía a
nuestra casa, creando un lazo de amistad, que muy pronto creció
dando lugar a unos sentimientos que parecían mutuos.
Pronto
comenzamos a salir, y dejándome llevar por esos sentimientos que
comenzaba a sentir, descubrí a una gran persona, cariñosa y
detallista. En un año estábamos prometidos, poniendo enseguida
fecha para nuestra boda.
La
abuela parecía satisfecha con este compromiso, llegando incluso a
descubrir en su boca algo parecido a una sonrisa, la tarde que
estábamos preparando las invitaciones de boda.
La
vida parecía sonreírme ahora, aunque sabía, que Frank estaría
siempre en mi corazón, un trocito era para él...
Sufrió y sufrió, pero no renunció a la vida...tus finales vuelven a resurgir al lector en el camino de la lucha y esperanza.
ResponderEliminarBesos muchos ♥♥♥
jajajajaja, si es cierto, y así soy yo, luchadora hasta la médula, Un beso grande amiga!!!
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