Me
acababan de detectar un cáncer de testículos y aunque me lo había
tomado de manera positiva, no dejaba de estar muy preocupado. Me
habían asegurado que tenía muchas posibilidades de superarlo si me
sometía a un tratamiento mixto de radioterapia y quimioterapia. Y en
una de esas sesiones, la conocí a ella.
Aunque
estaba ojerosa y delgada, y un color cenizo se distinguía en su
piel, pude adivinar un bonito rostro provisto de una dulzura
espectacular. Era increíble que yo, el mismo chico que siempre me
había rodeado de bellas mujeres con cuerpos espectaculares, fijase
ahora mis ojos en una muchacha enferma sin cabellos sobre su cabeza.
Supongo que el verme en esa sala llena de dolor, rodeada de gente
especial con unas ganas de vivir increíbles, cursó un cambio en mí.
Se
llamaba Blanca y comenzamos a coincidir en las sesiones, entablando
una gran amistad en poco tiempo. Nuestros encuentros se reducían a
esas horas que pasábamos en el hospital recibiendo el tratamiento, y
aunque yo había intentado quedar con ella fuera de allí para tomar
algo juntos, ella se negó ya que llevaba muy mal los efectos
secundarios, que la dejaban débil y con vómitos.
Nunca
hablábamos allí de nuestra enfermedad, era como si fuese un tema
“tabú”. Nuestras conversaciones transcurrían sobre libros,
películas, y como no, llegando a tocar el tema sentimental. Por eso
me enteré que en cuanto se puso enferma y durante su primera tandada
de sesiones, después de perder todo su hermoso cabello cobrizo, él
la había abandonado, demostrándole que no era nada más que
algo con lo que lucir sus días. Había pasado una época mala, no
solo por la enfermedad, sino también por el sentimiento de abandono.
Yo no le hablé demasiado de mí, no quería que pensase mal, así
que mi número incontable de conquistas lo dejé en el olvido, tan
solo relaté alguna pequeña relación que me había tomado más en
serio. No quería que se labrase una idea equivocada sobre mi.
Ansiaba
acabar con el duro tratamiento para tener la oportunidad de conocerla
fuera de allí, sabía que ella era más de lo que me demostraba en
ese momento. Me atraía irresistiblemente y cada noche me acostaba
pensando en Blanca, deseando que fuese ya por la mañana para poder
reunirnos en nuestro tratamiento diario.
Una
vez acabadas las sesiones, conseguí entablar una cita, era algo que
llevaba días deseando, y algo me decía que ella también.
La
llevé a cenar a uno de los ricos restaurantes donde yo era asiduo,
ni se me pasó por la cabeza que podría pasar por mostrarme en
público con ella, era lo que yo quería y me sentía orgulloso de su
compañía. Y me arrepiento, no por mí, sino por Blanca... se que lo
pasó mal y me sentí culpable, no quería que nada ensombreciera esa
preciosa mirada. Todos la miraban con repulsión, sentí asco por
rodearme con ese tipo de gente, personas inhumanas sin pizca de
sensibilidad, que ni siquiera fueron capaces de disimular su
desagrado.
Nos
fuimos sin tomar el postre, Blanca estaba incómoda y la verdad es
que no me extrañaba, yo mismo me sentía fuera de lugar. La llevé a
dar un paseo por la playa, y allí sentados en una roca, comenzamos a
hablar de nuestra enfermedad. Le expliqué cual era mi problema, y
que lo más seguro es que me quedase estéril, pero eso era lo que
menos me preocupaba con tal de recuperar mi salud.
Ella
sonrío con esa dulzura tan peculiar, diciéndome que eso no era
importante, había muchos niños solos buscando una familia, y
comenzó a hablarme de lo suyo.
Llevaba
diez años luchando contra el maldito cáncer, que no dejaba de
reproducirse en un lado y en el otro. Había comenzado en el útero y la habían vaciado, por lo que el tener niños ya era algo
impensable en ella, lo dijo de manera tan graciosa y natural que los
dos nos echamos a reír, -somos tal para cual- expresó ella. Después de
un tiempo cuando la enfermedad casi había quedado en el olvido, se
le presentó en el estómago, pasando terribles dolores y problemas
graves para poder alimentarse, y ahora lo tenía en sus dos pechos
tocando incluso los pulmones. Ahora los tumores eran más grandes y
peligrosos, pero no perdía la esperanza. Llevaba muchas sesiones de
quimioterapia que la habían desprovisto de pelo y la habían
debilitado mucho, pero el ánimo lo tenía alto. Quería superarlo.
Y
la besé, primero con miedo, pues no sabía cuál podía ser su
reacción, y al verme correspondido lo profundicé con mucha pasión
y ternura. Y sentí eso que relata mucha gente enamorada, y que yo
hasta el momento no había disfrutado de esa sensación en ninguna de
mis conquistas. Ese fluir de mariposas en el estómago que me lo
encogían y me ponían nervioso, nervios agradables y
plácidos.
A
partir de aquel día comenzamos una bonita relación que a pesar de
llenarme nunca tenía bastante. Nuestra primera relación sexual fue
mágica, en la que acariciando su cuerpo y besando sus cicatrices,
disfrute de un encuentro deleitoso pleno de sensaciones
extraordinarias que me hicieron gozar de manera sublime.
Mi
recuperación iba viento en popa, el tumor había desaparecido,
incluso cabía la posibilidad de recuperar mi función reproductiva.
Ya solo me quedaban revisiones anuales para asegurarnos de que no
volvía a presentarse, aunque esa era una probabilidad muy remota.
Sin
embargo Blanca, a mi pesar, empeoró, tuvieron que ingresarla y
extirparle los dos pechos y parte de un pulmón. Me sentía triste y
desmoralizado. No soportaba su sufrimiento y ni siquiera se me pasaba
por la cabeza la posibilidad de poder perderla, ¡eso no podía
pasar! Mis leales amigos que compartieron mi dolor, intentaban
prepararme para un probable desenlace fatal, pero yo incrédulo no
pensaba en eso pudiera llegar a pasar.
Una
vez recuperada de la operación, volvieron las duras sesiones de
quimioterapia de las que yo me preocupé en llevarla y recogerla.
Cada vez que volvíamos a casa, era como si una muñeca de trapo me
acompañase en el recorrido hasta nuestro hogar. La acostaba en la
cama y la acariciaba con mucha ternura, acercándole el cubo cada vez
que una nueva náusea la hacía vomitar.
Se
iba apagando día a día, sus ojos ya no brillaban, lo único
inamovible en ella, era esa bella dulzura que siempre la acompañaba.
Me mentalicé por fin, sabía que su final estaba próximo, y el mío
también.
Cogí
unos días en la empresa, para poder disfrutar de ella hasta el
último segundo de su vida. Era injusto, quizá un castigo por mi
vida promiscua llena de vicios, pero me iban a arrebatar lo más
hermoso y lo más querido que tenía, sabía que jamás encontraría
una como ella, solo esperaba que existiese la posibilidad de un
reencuentro en otra vida, o la reencarnación o lo que fuese que
existiese, un amor tan puro y verdadero no podía permanecer en el
olvido...
Una
bonita mañana de primavera me pidió que le hiciese el amor por
última vez, necesitaba que la poseyese y sentirme dentro de ella. Y
lo hicimos, y cierto fue que no hubo más... se quedó en mis brazos
al acabar, mientras musitaba un gracias y un te querré siempre...
Mi
vida ya nunca fue igual, ya no quise compañía femenina, ninguna le
llegaba ni a las suelas de los zapatos a mi dulce Blanca, y hasta
nuestro encuentro final, seguí mi triste vida, trabajando e
intentando sobrevivir a tanta pena...
Vuelvo a la noche, demasiado intenso, lo leere despacito.
ResponderEliminarBesos ♥♥♥
ok, gracias amiga. Un besote grande!!!
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