La
bella doncella despidió a su amado caballero con lágrimas en los
ojos, mientras se fundían en un tierno y sólido abrazo del que les
costaba desprenderse. Miles de promesas flotaban en el aire a la
espera de un futuro incierto del que esperaba le trajese de vuelta a
su prometido, para así poder cumplir cada una de ellas...
Un
reino aliado había solicitado ayuda en una batalla en la que se
había visto envuelto, puesto que no tenía hombres suficientes para
defender a su pequeño país. Así que el Rey David, había
solicitado que se alistasen jóvenes y fuertes muchachos para
prestar ayuda a su buen amigo el Rey Simón. Un terrible dolor
embargaba a la joven de rojos cabellos mientras observaba desde lo
alto de las rocas la marcha de su amante junto a la tropa.
Pasaron
los días sin recibir noticia alguna, mientras una pesada
incertidumbre hacía acopio de ella. El no saber que estaba
ocurriendo en le campo de batalla la sumía en una inquietud abismal,
en la que una y otra vez veía a su amado caer gravemente herido. Un
terrible presentimiento la embargaba sin ser capaz de borrarlo de su
mente; jamás habían estado separados y tal vez esa ausencia había
hecho nacer en ella ese desasosiego que tanto la angustiaba.
Ante
tanta intranquilidad, decidió hacer una visita a la bruja que vivía
en una vieja casa muy cerca de la laguna errante. No temía el
camino, la desazón que la poseía era mucho más fuerte que
cualquier peligro que pudiese hallar en el camino. Así que
decidida, emprendió la marcha en busca de alguna respuesta.
Había
salido por la mañana temprano, y un bonito día parecía que la iba
a acompañar, se había despertado con un precioso amanecer, en el
que unos tímidos rayos de sol habían acariciado su rostro. Sin
embargo, cuando al medio día se adentró en el frondoso bosque, una
lluvia constante la acompañó durante el resto de trayecto, pequeñas
alimañas se habían cruzado en su camino, que observándola la
habían dejado pasar sin acercarse. Una zona muy espesa, llena de
zarzas y grandes raíces que le dificultaban el caminar, le indicaban
el final de su trayecto, detrás de aquella frondosidad debería
estar la casa de la vieja hechicera.
En
cuanto salió de allí, un pequeño claro le presentaba la cabaña.
Había estropeado completamente su vestido, que caía roto y
enganchado por los grandes espinos con los que se había encontrado.
Golpeó tímidamente la puerta, nunca la había visto, aunque si
había escuchado hablar de sus grandes poderes curativos y adivinos,
prestando su ayuda ante cualquier problema que se le pudiera
presentar a los vecinos del poblado, no pedía dinero, pero si
agradecía comida y apreciaba mucho los buenos licores. Y eso es lo
que le traía, licor de cereza hecho por ella misma.
La
voz de la anciana sonó dulce al otro lado de la puerta, invitándola
a pasar. Empujó la misma adentrándose en una cálida oscuridad,
iluminada tan solo, por la luz que desprendía la hoguera de la
chimenea. La casa era pequeña, un único cuarto daba cabida a todo,
sus ojos le dejaron descubrir una cama hacia el lado derecho, en la
izquierda una mesa con dos sillas y un mueble aparador con distintos
utensilios de cocina adornaban la estancia, ella estaba sentada en
una raída mecedora hacia un lado de la chimenea, donde también
descubrió unos estantes con distintos botes que supuso contenían
hierbas y esencias para sus hechizos.
- ¡Pasa muchacha!, ¡no te quedes ahí plantada! -le dijo sonriendo mostrando una boca desdentada.
Se
acercó con lentitud, intentando descubrir en el rostro de la vieja
algún vago gesto de desagrado por su presencia. Pero no fue así, a
pesar de sus arrugas y su encrespado pelo largo y blanco, transmitía
mucha calma y mucha paz.
- ¿Qué necesitas? ¿por qué has venido a mi hogar? -preguntó con amabilidad-.
- Mi prometido se fue a la batalla, y una triste premonición me atormenta, -contestó afligida la bella joven-.
La
anciana se levantó con dificultad, los huesos le dolían
terriblemente a causa del reuma, y agarrando a la doncella por una
mano la llevó hacia la mesa haciéndola sentar en una de las sillas,
cogió un bote de lata que estaba en el aparador, y sentándose en
frente, vació el contenido del mismo encima de la mesa.
- Estas runas nos dirán el estado y el futuro de tu hombre, -comentó-.
Mientras
hablaba, removió las piedras durante un instante, después del cual,
se quedó absorta mirando para ellas, mientras un gesto de
desaprobación se dibujaba en su rostro, lo cual asustó
irremediablemente a la preciosa joven.
- No estás equivocada muchacha, tu noble prometido se encuentra en peligro, la muerte lo acecha esperando el momento para arrancarle su alma...
- No puede ser... -sollozó- ¿hay algo que podamos hacer? -preguntó suplicante-.
- Si, claro que lo hay -contestó la vieja y continuando dijo- ¿y cuánto estás dispuesta tu a ofrecer por la vida de tu amado?
- Todo -contestó con seguridad- hasta mi propia vida -aseguró-.
- Si eso es cierto, puedo ayudarte, pero no está en mi el precio de este favor.
- ¿Qué quiere decir anciana? -pregunto-.
- Su única salvación es que le enviemos al ángel protector, él lo ayudará cuando llegue el momento y te lo traerá de vuelta. Ahora bien, el precio que se cobrará por ésto no te lo puedo decir muchacha, quizá te pida tu alma, o te quite la vista, o incluso te prive del placer de ser madre, solo él lo sabe y te lo dirá cuando llegue el momento...
- No me importa lo que me pueda pedir, estoy dispuesta a todo con tal de que Dereck vuelva a casa con vida, por favor... ¡tiene que ayudarme! -suplicó desesperada-.
- Está bien, está bien... -le dijo mientras golpeaba su mano cariñosamente-. Ahora vete para tu casa, yo trabajaré toda la tarde y toda la noche para invocarlo y muy pronto tendrás a tu amado contigo. Después de eso, a los pocos días, recibirás la visita del ángel para cobrar su favor.
La
batalla era más dura de lo que había imaginado, siempre se había
considerado un hombre fuerte, pero el ver caer a sus compañeros
incluso a sus enemigos le causaba una gran desazón y un gran dolor;
-humano contra humano, que absurdo disparate, algún día pagaremos
todo el mal que estamos haciendo-. Estaba herido en un hombro, pero
no era nada importante, un pequeño rasguño pero que le dificultaba
a la hora de asir y empuñar su espada y mucho más a la hora de
golpear contra sus enemigos. Había pensado en desertar, pero le
parecía un acto muy cobarde. Anabel viajaba por su mente
constantemente, ansiaba el momento de reunirse de nuevo con ella,
aunque fríamente dudaba de que ese día llegase. Se sentía además
de abatido y derrotado en su mente, cansado de manera extrema y
dudaba mucho de que sus fuerzas le hiciesen aguantar un día más de
lucha.
Mientras
absorto pensaba en su amada, algo lo golpeo por detrás, caído en el
suelo giró con rapidez aferrando su espada con fuerza protegiendo
su pecho, un fuerte impacto le hizo rebotar su arma, saliendo
despedida por el aire, rodó por el suelo intentado esquivar los
encontronazos del frio acero de su contrincante, cuando uno de ellos
se clavó en su pecho. Al momento un compañero suyo clavó su espada mortalmente a su adversario, lo que le dio tiempo para ir a
refugiarse en medio de la vegetación. Allí, resguardado comprobó
que le había atravesado el pulmón derecho, lo que le estaba
dificultando la respiración, caminó sin saber hacia donde ir,
cayendo desplomado encima de un riachuelo.
Hacía diez días que Dereck había marchado. La desesperación hacia acopio de ella, esperaba que funcionase lo que la bruja le había dicho. Todas las mañanas se asomaba a la ventana de su habitación, que se hallaba en el piso superior, desde la que tenía una amplia visión del camino y del mar. Y cada noche, se acostaba llorando, sintiéndose impotente ante tal situación...
Hacía diez días que Dereck había marchado. La desesperación hacia acopio de ella, esperaba que funcionase lo que la bruja le había dicho. Todas las mañanas se asomaba a la ventana de su habitación, que se hallaba en el piso superior, desde la que tenía una amplia visión del camino y del mar. Y cada noche, se acostaba llorando, sintiéndose impotente ante tal situación...
En
muchas ocasiones bajaba hacia el acantilado encontrándose con la
fría lluvia que la transportaba a bellos momentos pasados con su
amado, calmando su ansia y llenándola de paz.
Aquella
mañana se había despertado con una agradable sensación dentro de
ella, se había esmerado en peinar sus largos y rojos cabellos, y se
había puesto un precioso vestido, el que más le gustaba a Dereck.
Después de almorzar, subió corriendo a su habitación y se apostó
en la ventana. Una bella paloma se posó en la ventana, y cogiéndola
en sus manos con delicadeza, intuyó que eso era un buen presagio,
sin duda Dereck estaba llegando...
No
tuvo que esperar mucho cuando lo descubrió muy cerca de las rocas,
dirigiéndose hacia allí. Bajó corriendo y encontrándose con él,
se fundieron en un ansiado y desesperado abrazo.
Ya
tranquilos en el castillo, Dereck le contó que herido, se había
ocultado en el bosque caminando sin control, y en un momento dado,
cayó desplomado... Lo demás era confuso, pero en su mente creía
recordar a una bella joven con forma de ángel, que dándole a beber
alguna medicina, lo había hecho mejorar de manera fugaz, se había
quedado con él un día, tiempo suficiente para su total
recuperación, y antes de que él recuperase su consciencia por
completo, había desaparecido...
Ella
sabía lo que había ocurrido, aunque ocultó esta información a su
amado, solo esperaba que si el precio era su vida, la dejase
disfrutar al menos un tiempo con él. Dispusieron su boda para la
semana siguiente. Ella sentía que el tiempo apremiaba y toda prisa
era poca.
La
boda fue de ensueño, un precioso día los había acompañado, después de una tierna e íntima ceremonia, dieron paso a una gran celebración que la
hizo sentir la mujer más afortunada y feliz del mundo. La noche
llegó sin tardanza y recluidos en su aposento, la tomó con amor y
una pasión muy tierna.
Los
días pasaron entre tanta felicidad, que Anabel olvidó por completo
el favor que tenía pendiente. Cuando una noche, mientras Dereck
dormía, una presencia bella y luminosa apareció en su cuarto.
- ¡Hola Anabel! ¿sabes quién soy? ¡vengo a cobrarte! -dijo una voz extremadamente dulce-.
- Si, lo sé -contestó temerosa-.
- No temas bella joven, el vuestro es un amor tan intenso y verdadero, que yo no soy quien de sacar nada que pueda enturbiar vuestra relación. Aún así -continuó- tengo que pedirte algo.
- Por supuesto -dijo Anabel sintiéndose alivida-. ¡Pídeme lo que sea!
- Verás, en el pueblo hay un pequeño niño, que ha perdido a sus padres, y deambula perdido por el poblado, comiendo de la basura que tiran y durmiendo en los rincones. Me consideraría pagada, si acogieseis al pequeño como hijo vuestro.
Lo
que le pidió la hizo muy feliz, y es que no consideraba el hacerse
cargo del niño como un castigo por la protección prestada a Dereck.
Jamás toleró sufrimiento alguno en la infancia, y de haberlo sabido
antes, con seguridad ya hubiese hecho algo. Así que le pedía un flaco favor
para ella como pago por el beneficio tan grande que había conseguido
con su ayuda.
Ese
mismo día buscó al niño para traerlo junto a ellos, a su hogar.
Haciendo que la felicidad habitase en cada rincón del precioso
castillo, complementando esa dicha, el nacimiento de Emma seguido
después por Daniel. Una bonita y feliz familia, habitaba en el
castillo del acantilado...
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