En mi cabeza rebotaban las palabras del que pensé que era el hombre de mi vida. Jamás pensé poder llegar a sentir tanto dolor, lo amaba intensamente, mi vida era él...
Aquella bonita tarde de primavera, después de recogerme en el trabajo, me llevó hacia el parque que estaba junto al muelle, quería hablar algo importante conmigo, e intuí que no era nada bueno. Sentados en un banco que nos regalaba una vista hermosa del atardecer, comenzó con sus hirientes y dolorosas palabras:
"Te prometí un futuro feliz, una vida siempre juntos, mi amor para siempre... Se que estoy faltando a mi palabra, pero no era mi intención, me gustaría haber podido cumplir con todo lo que te he jurado. Te he dicho en miles de ocasiones, que eras la dueña de mi corazón, la reina de mi vida, mi tesoro más valioso, que lo eras todo para mi. Pero no pienses que te mentí, en realidad, todo eso lo pensaba y estaba seguro que envejecería junto a ti.
Pero la vida es caprichosa y el amor mucho más, y lo que hoy parece que es lo mejor, mañana podría no serlo. No por eso soy un malvado, ni un ser mezquino, ni siquiera un rompecorazones, esa definición la llevan otra serie de individuos.
Me duele esta ruptura, porque no la mereces, pero debo ser honesto, por ti y por mi.
Te quise con locura y te amé con todo mi corazón, de eso puedes estar segura, pero no puedo luchar contra lo que ya no siento... y lo nuestro se acabó, por lo menos por mi parte, el amor se evaporó y no puedo obligarme a quererte.
No llores, no sufras, lo siento sinceramente... Solo espero que algún día seas capaz de entenderme y por lo tanto, perdonarme..."
No me lo podía creer, el hombre de mi vida me había fallado, ya no me quería... Me quedé muda, incapaz de articular palabra, solo abundantes lagrimas expresaban mi desdicha. Me acompañó hasta casa, los dos en silencio y con un simple beso en la mejilla, se despidió de mi.
El hacerme a la idea me llevó mucho tiempo, sufría en silencio, mi madre estaba enferma y no quería atormentarla con mi pena, no encontraba desahogo en mi vida. Mis amigos se volcaron en mi, pero no había nada que aliviase mi sufrimiento, era tan extraña la vida sin él a mi lado...
Entonces lo conocí. Habíamos ido al cine a ver una película de terror, eran mis favoritas, pero las vivía tanto que lo pasaba fatal. En un momento dado en una escena que la que nos daban un gran susto, en mi sobresalto, abracé a la persona que tenía a mi derecha, tardé unos segundos en darme cuenta que no era nadie de mi pandilla. Azorada, le pedí disculpas, mientras el joven me sonrió restando importancia al episodio. El resto del tiempo lo pasé más pendiente de él que de la propia película, observándolo cada vez que en alguna escena la sala se oscurecía, o bien por el rabillo del ojo, y cuando terminó, me dio pena, no por haberme perdido el final, ya que ni me había enterado en mi entusiasmo por contemplar al chico sentado a mi lado, sino porque probablemente jamás volvería a verlo.
Las luces se encendieron y mis amigos tiraron de mi para salir de allí, antes de que el cúmulo de gente se acumulara en la salida. Eché un último vistazo al joven, y ahora con luz pude distinguir un rostro dulce y atractivo, me sonrió mientras mis pasos guiados por mis amigos, me sacaban de aquella sala.
En la calle caminé pensativa, mientras todos comentaban los detalles de la película. Entonces sentí que alguien me tocaba la espalda. Era él, y algo saltó en mi corazón haciéndome vibrar con una energía que hacía tiempo que no sentía. Me invitó a tomar algo juntos, así que dejando a nuestros amigos, nos encaminamos a un café cercano los dos solos.
Esa fue solo la primera de nuestras inmensas citas, y no pude menos que agradecer el que mi ex me hubiese dejado, de no ser así, no se si tal vez hubiese conocido a Carlos. Ya no sentía odio hacia él, es más, ahora entendía las palabras que tan cariñosamente me había dicho aquel fatal día. Lo que sentía ahora, era de un nivel superior a lo había sentido por mi ex, era algo mágico, era una necesidad diaria de saber de él y de buscar su presencia, era el necesitar sus besos y sus abrazos. El sexo, el tan solo dormir juntos, el salir a pasear, la risa, la música, una película, las palomitas... todo era distinto con Carlos.
La vida me regalaba una segunda oportunidad, inmensamente mejorada y de más calidad, entonces recordé lo que mi padre siempre decía, "cuando algo malo pasa, es porque algo mejor te espera en el camino".