lunes, 16 de diciembre de 2013

"VIDA"

Dicen que hay que ser agradecido a la vida, y estoy de acuerdo, siempre he escuchado eso, pero... cuando la vida se porta mal con nosotros y nos arrebata lo que más amamos en el mundo... ¿Quién nos escucha? ¿A quién le reclamamos? 

La vida nunca había sido justa conmigo, desde mi infancia recuerdo a mis padres siempre atosigados con los gastos, sin encontrar la manera de salir adelante. Mi hermano pequeño había nacido con una enfermedad genética, en la que los duros tratamientos a los que debía someterse los tenían que costear ellos, ya que no los cubría el seguro. Finalmente cuanto no tenía más que once años, se fue... para descanso de él y de nosotros.

Por triste que parezca, mis padres comenzaron a vivir su vida, yo ya era una adolescente próxima a la mayoría de edad, con un futuro casi labrado. Después de estudiar administrativo, conseguí trabajo en una gran empresa en expansión, lo que me hizo ir subiendo puestos en poco tiempo.

Fue entonces cuando conocí a Abel. Era una empresa joven, así que no me extrañó que contratasen a un chico tan "pimpollo" como solía llamarlo yo, como jefe de Recursos Humanos. Enseguida conectamos, saliendo juntos a tomar el café de la mañana y en poco tiempo nos unía algo más que amistad...

Lo que comenzó fue una bonita relación, y el hecho de trabajar juntos no enturbiaba para nada lo que estábamos construyendo. Pasaron tres años plenos de felicidad, hasta que ante la ausencia del período la prueba de embarazo confirmó mis sospechas...

Cuando se lo dije a Abel, no se lo tomó bien como yo suponía, una mueca de desagrado se dibujó en su rostro, pero a pesar de todo, aceptó mi decisión de seguir adelante con el embarazo y por supuesto, con nuestra relación, no esperaba menos de él...

El embarazo transcurrió bien y no noté cambios en Abel con respecto a mi, siguió atento y cariñoso, incluso en ocasiones parecía dejar entrever algo de interés en la nueva vida que se estaba formando dentro de mi, al fin y al cabo, también era parte de él...

Para cuando llegó el parto, ya estábamos viviendo juntos y la verdad que me sorprendió la buena convivencia que teníamos, parecía todo perfecto, ¡por fin mi vida parecía plena!

Después del parto y con nuestro bebe en casa, llegaron los problemas, Abel no soportaba los llantos, las noches sin dormir y los madrugones de los fines de semana. No aceptó al pequeño Daniel y eso me dolía en el alma, cuando nuestro hijo no tenía más que dos meses, decidió irse de casa. Me pidió perdón por una actitud tan inmadura, pero no se veía preparado para ser padre, sus palabras fueron que" le iba grande ese papel, necesitaba tiempo, sin el niño y sin mi. Nuestro hijo lo había sobrepasado..."

Seguí adelante sin él, luchando por mi pequeño, y aunque Abel pasó un tiempo sin vernos, ya que además pidió traslado de ciudad en el trabajo, finalmente cuando Dani ya iba a cumplir un año, un día se presentó en casa. Simplemente me pidió poder verlo de vez en cuando, el vivir sabiendo que tenía un hijo no le dejaba dormir por las noches, quería intentar ser padre, un buen padre, y yo no era quien para negárselo.

Jamás fue un padre de verdad, pero sabe Dios que lo intentó, nunca se lo llevó a dormir, "no estoy preparado todavía" me decía, pero lo llevaba a pasear, al cine, al zoo, hacía muchas cosas con él, y nuestro hijo llegaba a casa radiante después de cada salida con su padre.

Aquella mañana, cuando me levanté estaba todo blanco, una gran nevada había caído durante la noche, vistiendo la ciudad de una belleza invernal deslumbrante. Bajé a la cocina para hacer unas tostadas y antes de que subiese a despertar a Dani, apareció él con su precioso pijama de franela con dibujos de Mickey Mouse que tanto le gustaba, -Mami, mami, ha nevado- me dijo risueño.

Lo cogí en mis brazos, abrazándolo suavemente, aspirando su dulce aroma, cuanto lo quería... mi vida entera era él... -Mami, ¿vamos a jugar al jardín? -preguntó entusiasmado- mientras lo llenaba de besos.

-Cariño, tienes que ir al cole- le dije mientras lo mecía en mis brazos, -cuando regreses por la tarde, te prometo que iremos a jugar un rato con la nieve ¿vale?- le dije mientras lo bajaba para hacerle cosquillas.

-¡Vale mami! -dijo mientras corría hacia su cuarto para vestirse, y de camino gritaba -¡Hoy lo vamos a pasar genial en el cole con tanta nieve, yupiiiiii! Solo tenía cuatro años, pero gozaba de una madurez pasmosa y verlo cada día, me recordaba a su padre... era tanto el parecido...

Ya en el trabajo, después de dejar a Dani en el colegio, me sorprendieron con una reunión sorpresa, unos nuevos inversores parecían interesados en nosotros y querían formar parte del comité de socios. Debería preparar la documentación en menos de una hora. Aún no había terminado, cuando recibí una llamada, la llamada...

Era del colegio de Dani, al parecer un compañero lo empujó contra una de las mesas y había llevado un fuerte golpe en la cabeza. Una ambulancia lo estaba trasladando en ese momento al hospital, así que dejé todo mi trabajo y salí disparada mientras llamaba a Abel y a mis padres...

Cuando llegué allí, las noticias no podían ser más desoladoras... Dani estaba en coma, la gravedad del golpe no había sido tanto por la fuerza del impacto, como por la zona donde se produjo. Estaba en coma y después de las primeras pruebas realizadas, no hallaban respuesta cerebral ninguna...

No podía creerlo... mi niño, mi vida, mi razón de ser... se iba... Era todo tan irreal, no podía ser cierto, no era más que una terrible pesadilla... Pero las horas pasaban y fui consciente de que era algo real... Para cuando llegaron mis padres y Abel, nuestro niño ya estaba con tan solo un hilo de vida... Y rogué que me dejasen estar con él para acompañarlo en sus últimos momentos.

Cuando entré en su habitación, no lo conocí, lleno de tubos y agujas por todos lados... En la sien derecha se apreciaba un tremendo hematoma que le llegaba al ojo. Cogí su mano y apoyé mi cabeza sobre su pecho, sintiendo su respiración artificial... -No te vaya cariño... quédate con mami...- y lloré, lloré más de lo que había llorado en toda mi vida junta... No podía perderlo... no era justo... lo abracé desesperada intentando agarrar su vida y que no se escapara... enseguida llegaron las enfermeras e intentaron separarme de él, y para cuando lo consiguieron, él se fue... y grité con una impotencia tan grande que me obligó a abalanzarme sobre mi hijo, pero en esta ocasión me dejaron... Lo acuné por última vez en mis brazos durante no se cuanto tiempo... pero mucho... Dejaron pasar a Abel, con el ánimo de que él fuese capaz de despegarme de mi pequeño, y para cuando lo consiguió, estábamos los dos llorando presas de una gran desesperación. 

Lo demás ya no fue vida... Yo no tenía más que veintiséis años y un alma destrozada... Abel me pidió perdón por su cobardía, y se mostró realmente arrepentido por no haber sido capaz de aprovechar el regalo que se le había ofrecido y que él egoistamente había rechazado. Ahora... echaba de menos tanto tiempo y tantos momentos sin vivir con su hijo, y eso era algo que jamás podría recuperar...

Me rogó una oportunidad, me amaba y ahora se veía preparado para ejercer de esposo y de padre, juntos podríamos soportar la vida que nos quedaba, y quizás un nuevo hijo, ayudaría a soportar tanto dolor...

Ahora fui yo la que le pidió tiempo, tanta pena no me dejaba pensar con claridad, necesitaba centrar mi vida ahora tan alejada de mi hijo, y todavía no sabía lo que sería mejor para mi... Ya no confiaba en la vida, ni el futuro, solo el tiempo me diría lo que hacer...