sábado, 28 de septiembre de 2013

"INSOMNIO"

Llevaba varios días sin pegar ojo por la noche, no recordaba ni cuantos. Hasta ese momento nunca había sufrido de este trastorno que ahora se me había presentado de manera inmediata y parecía que de forma indefinida.

Ni siquiera la infinidad de pastillas que había probado, habían surtido efecto y aunque me había marcado una rutina horaria no conseguía conciliar el sueño.

Me sentía ansiosa y nerviosa, se me olvidaban las cosas y ni recordaba lo que había hecho el día anterior, todo debido probablemente a mis neuronas que estaban atrofiadas por la falta de descanso nocturno. Llegó un punto en el que temía que llegase la noche, me predisponía a no dormir y eso me causaba pavor. La noche podía ser muy larga cuando uno no consigue refugiarse en el abrazo de los sueños.

Me miraba en el espejo y no me reconocía, había perdido peso, mi pelo lucía sin brillo y mis ojos se habían hundido, alrededor de los cuales se habían dibujado unos oscuros círculos negros, dándome un aspecto enfermizo.

Mis días discurrían con poco ánimo y cansada, acostada en el sofá viendo la tele o leyendo un libro. Se me habían ido también las ganas de comer. Todo era un cúmulo de cosas encadenadas que unas llevaban a otras. Me sentía morir de manera lenta y agónica.

Sufría de alucinaciones, o eso pensé, de repente me parecía ver alguna persona por casa charlando y de repente ya no estaba. En otros momentos recordaba estar en una habitación y sin saber cómo aparecía en otra. Me estaba trastornando y no sabía como podría evitarlo. ¿Cuanto puede resistir una persona sin dormir? -me preguntaba preocupada-, dos meses, tres...

Una mañana hallándome en el sofá viendo las noticias, sentí a alguien a mi lado, que me rozaba con suavidad. En cuanto la vi me resulto familiar, la conocía, pero ¿de qué? ¿Era tal vez alguien que había venido a visitarme y ya no me acordaba? Ya no podía fiarme de mi mente, me jugaba malas pasadas. Si era alguna conocida entonces conocería mi mal, así que no dudé en preguntarle quién era.
  • ¿De verdad no me reconoces? -preguntó-.
  • No, no me acuerdo, sino no te lo preguntaría, ¡ya sabes como estoy últimamente! -respondí con seguridad-.
  • Llevo mucho tiempo esperando tu llegada, y no se por qué no has venido...
  • ¿Mi llegada? ¿Es que había quedado en visitarte? -pregunté intrigada-.
  • Pequeña, ¿en serio que no sabes quién soy? ¡Soy tu madre!
  • ¿Mamá? -No recordaba exactamente, pero juraría que había fallecido-.
  • Si hija, soy mamá, y creo que estás bastante confundida, este ya no es tu sitio...
  • ¿No? ¿Que quieres decir mamá? Estoy loca y debo ingresar en un psiquiátrico ¿verdad? -afirmé, realmente debía de ser eso-.
  • No cariño, verás... hace un par de meses sufriste un accidente, y como consecuencia de ello perdiste la vida. Confundida tu alma te trajo de vuelta a tu casa, por eso no dormías ni comías, es algo que ahora ya no necesitas. Pero tu sitio no es aquí, algo mejor te está esperando...
No me lo podía creer, ¿estaba muerta? Lo que esa mujer que decía ser mi madre me contaba, podría ser posible, pero ¿como saber la verdad? Tal vez yo me hallaba loca de remate.

La mujer me cogió de la mano y me señaló con el dedo hacia un lado. Una gran luz comenzó a deslumbrarme y cuando conseguí habituarme a ella, distinguí una especie de pasillo largo y al final lo que parecía un gran prado verde, y había personas, algunas paseando por él, otras, estaban esperando al final del túnel. Comencé a caminar seguida de mi madre y entonces lo supe a ciencia cierta, estaba muerta y ahora la inmortalidad me esperaba en el Edén.

"RETENIDA"

Abrió los ojos aturdida, un dolor de cabeza muy intenso rebotaba en su cabeza. Su visión en principio borrosa, se fue aclarando poco a poco pudiendo apreciar que se hallaba en un pequeño cuarto bastante oscuro. Un reducido ventanuco en lo alto de una de las paredes apenas dejaba pasar un resquicio de claridad. La habitación solo constaba de una mesa y una silla además de la cama donde ella se hallaba encadenada a la misma por una de sus muñecas.

¿Dónde se encontraba? Se sentía asustada, lo último que recordaba era que se dirigía al aparcamiento después de salir del trabajo y alguien la asaltó por detrás golpeándola fuertemente en la cabeza dejándola inconsciente.

Olía intensamente a humedad, las paredes se veían sucias, ennegrecidas y cubiertas de moho por lo que dejaba apreciar su vista que poco a poco se iba acostumbrando a la poca luz que allí había.

¿Quién podía tenerla allí retenida? Su familia no tenía dinero. Era gente trabajadora y humilde. Y ella no era más que una publicista en una importante empresa de publicidad, eso sí, y salvo que la persona que la tuviese secuestrada pidiese un rescate a la empresa no encontraba sentido alguno a la situación.

En cuatro días tenía que presentar un proyecto publicitario para una gran empresa, la más importante a nivel mundial, si conseguía ese cliente, lograría subir un escalón labrándose entonces un gran futuro y con toda probabilidad obtendría un ascenso. Lo que siempre había soñado y ahora, se encontraba allí encerrada...

Pasó las siguientes horas en duermevela, hasta que alguien entró en el cuartucho. No podía apreciar quien era, ya que llevaba un pasamontañas puesto y solo le podía ver los ojos y para eso de forma difusa... Le dejó algo de comer y de beber encima de la mesa y sin articular palabra marchó con rapidez.

Sentía debilidad pero no tenía ganas de comer, aún así se obligó, debería estar fuerte por si se presentaba alguna oportunidad de poder escapar. Se levantó entumecida, la cabeza parecía que le iba a estallar. ¿Daría la cadena el suficiente margen para acercarse a la mesa? No estaba muy alejada y seguramente su captor lo habría previsto, así que dolorida se acercó y comenzó a comer sin hambre la ensalada y el filete que él le había traído, acompañado de un poco de zumo de naranja para beber.

Había pensado en todo, debajo de la cama había un cubo de acero inoxidable y un rollo de papel higiénico, con lo cuál el cubo no era para echar desperdicios de la comida, era para otra cosa. ¡Qué asco! -pensó la joven-.

Pasaron los días, recibiendo la visita esporádica del hombre sin que hubiese un cruce de palabras. Lo único llamativo en él, era la manera en que llevaba sus dos manos a la cabeza con animo de rascarse de manera nerviosa. Ese gesto le recordaba a alguien, pero no caía en cuenta de a quién.

Los días le pesaban como una losa, generando una ansiedad que la crucificaba, necesitaba aire puro, el sol, rodearse de gente, su vida... Él nunca contestaba sus preguntas, entraba y salía como el aire por una ventana y rehuía su mirada lo que le hizo pensar que quizá se conocían, tanto tiempo encerrada le había dado mucho tiempo para reflexionar.

Ya llevaba por lo menos un mes encerrada, no tenía espejos donde mirarse, pero con toda seguridad tendría un aspecto horroroso, cosa que ahora mismo no le importaba mucho. Había perdido su oportunidad laboral, con todo lo que había trabajado en el nuevo proyecto dedicando horas extras, y ahora alguien se habría llevado el esperado ascenso. Y lo que más le preocupaba, su familia que estarían muy angustiados por la incertidumbre de saber cómo y dónde se encontraba. Seguramente llevaban tiempo buscándola y esperaba que pronto la localizasen. Le costaba mucho dormir y sufría de frecuentes taquicardias producto de la ansiedad que le causaba el encierro. Estaba casi segura que la intención no era de matarla, pues ya lo habría hecho, aún así estaba aterrada.

Y llegó el día, sintió golpes muy fuertes y seguido de ellos, entró la policía en el cuarto. En cuanto se acercaron a ella y la desencadenaron, comenzó a llorar presa de los nervios y la angustia generada de tanto tiempo allí abandonada.

La llevaron al hospital, y después de pasar dos días haciéndole todo tipo de pruebas, la mandaron a casa. Durante un tiempo se iría a casa de sus padres, necesitaba compañía y cariño, no soportaba estar sola, seguramente con el tiempo esa sensación de abandono remitiría.

Después de un año de baja laboral y sin haber encontrado a la persona que la había secuestrado ni pista alguna, se encontró lo suficientemente fuerte para incorporarse a su antiguo puesto.

Por lo que sabía, Andrés, compañero y firme competidor, había logrado en los pocos días que quedaron desde la desaparición de ella hasta la presentación, un proyecto publicitario lo suficientemente bueno como para que la multinacional firmase un contrato con la empresa.

Con rapidez se había integrado de nuevo en el trabajo. Ahora a Andrés lo veía poco, ya que gracias a su ascenso, se había trasladado a uno de los despachos del piso superior. Sin embargo cada vez que coincidían comenzó a fijarse en un gesto que él repetía cada vez que ella estaba presente. Esa manera de rascarse la cabeza con las dos manos... era él, ¡su raptor!

Denunció sus sospechas en la policía y abrieron una investigación al respecto, hallando en su casa el pasamontañas que ella reconoció. Después de detenerlo para tomarle declaración, acabó confesando. Todo había sido por conseguir el ascenso y un reconocimiento en la empresa. Finalmente, por nada... poco tiempo lo había disfrutado.

viernes, 27 de septiembre de 2013

"LLANTO DESESPERADO"

Era una bonita tarde de primavera, volvía del colegio satisfecha, los últimos controles habían sido exitosos sacando una buena nota, lo que enorgullecería a mi padre una vez más.

Cuando entré por la puerta, los encontré a los dos, a mamá y a papá, sentados en el sofá de sala con semblante muy serio. Mis primeros pensamientos volaron hacia los abuelitos, esperaba que no les hubiese ocurrido nada... Me hicieron sentar a su lado, en medio de los dos, lo que predecía no muy buenas noticias.

Comenzó él con voz seria y difusa, costándole articular las palabras; Agarrándome la mano con ternura, me comenzó a hablar del matrimonio, “en ocasiones las cosas no salen como uno espera y hay que tomar una decisión dolorosa pero necesaria...”. Sabía por donde iban los tiros, pero no lo quería creer, tal vez estaba equivocada y los que se iban a separar eran otros.

Observé a mamá, estaba triste con sus preciosos ojos humedecidos, aún así me sonrió con dulzura intentando restar importancia a la situación. Papá continuó hablando, confirmándome mi temor. Se separaban... ¡No podía ser! jamás los escuché discutir ni tan siquiera malas caras o gestos feos.

Me levanté despacio y aturdida sin decir nada, ella me llamó, preguntándome a dónde iba y si me encontraba bien. Me giré hacia los dos y mintiendo les dije que sí, que todo estaba bien, que la decisión que ellos tomasen bien hecha estaba y que me iba a la habitación a hacer los deberes. Escuché a mi padre que le decía, -déjala tranquila, tiene que asumirlo-.

Asomada a la ventana los odié, muchas veces les clavé puñales imaginarios en su corazón para que llegasen a sentir solo una mínima parte de lo que yo sentía dentro de mí. Como se atrevían a romper así nuestra familia, yo los quería a los dos juntos, no por separado... Era injusto que no pudiese volver a hacer cosas con los dos a la vez. Gracias que mi hermana era aún muy pequeña, apenas un bebé y no iba a sufrir los daños de su separación.

Y la detesté más a ella, a mi madre, por no ser capaz de retener a un hombre tan maravilloso a su lado, que seguramente ya había caído en los brazos de alguna mujer, intuí pensando en lo tarde que llegaba a casa últimamente. Las lagrimas comenzaron a discurrir por mi rostro y sentí que mi vida se hundía, no podía ser verdad, no era más que una pesadilla...

Después de un buen rato de llanto angustioso, me senté en la cama secando mis lagrimas y tomando una decisión. Nunca me casaría y si lo llegaba a hacer no tendría hijos, no podía permitir que llegasen a sentir lo que yo estaba sintiendo, una separación no es cosa de dos, es cosa de tres, de cuatro... Los hijos sufrimos mucho más de lo que puedan llegar a padecer ellos, rompen nuestra vida, nuestras ilusiones, nuestra paz, nuestro futuro...


jueves, 26 de septiembre de 2013

"EL OTRO YO"

Desde que tengo uso de razón he sido un infeliz, recuerdo a mi madre siempre ausente arrimada a una botella de vodka. Mi padre complementaba como podía las carencias de mi madre, pero sin llegar a sustituirlas, eso era imposible, ese vacío reposaba en mi alma dolorosamente.

El fue siempre atento y cariñoso conmigo, asistiendo a cada partido de fútbol que jugaba y presentándose puntualmente a las reuniones con mi profesora. Pero mi madre simplemente no estaba, me ignoraba cada nuevo día haciendo más grande la herida de mi corazón.

Mi padre siempre me pedía que no guardase rencor hacia ella. La muerte precoz de mi hermano mayor cuando no tenía más que cinco años, la había sumido en una gran depresión apartándola por completo de nosotros y de la vida real.

Compartíamos esa ausencia ya que con él era igual y eso nos había unido haciéndonos cómplices de una vida injusta y cruel. En multitud de ocasiones me pregunté por qué aguantaba esa situación y no la abandonaba, pero él la amaba intensamente y confiaba en que algún día volviese a ser su alegre y bella esposa de años atrás.

El día que me fui a la universidad, me sentí muy dichoso alejado de aquella casa llena de malos sentimientos. Solo me apenaba mi padre. Había conseguido la puntuación suficiente para hacer lo que siempre había soñado, arquitectura. Y allí la conocí a ella.

Era como un soplo de aire puro, alegre y vital, y con una belleza atractiva y peculiar. Me entregué a ella en cuerpo y alma, era la primera vez que recibía tanto amor por parte de una mujer. Un tupido velo no me permitió ver la cruda realidad, seguramente debido a las carencias afectivas que yo tenía. Solo fui un juguete para ella, uno más en su colección.

A partir de aquel día me desdoblé en dos personas, como el dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Por momentos predominaba en mi el hombre sensible y bueno necesitado de cariño, y en otros, una bestia salía a relucir sedienta de matar para calmar mi rabia hacia el sexo femenino.

Solo iba a por ellas, no me importaba la edad ni el color de su piel. Ser fémina era suficiente para que las torturase de mil maneras posibles, ensañándome brutalmente, disfrutando en cada asesinato sintiéndome pleno y satisfecho de mi hazaña.

Sabía que un día me encontrarían y la pena sería la peor, pero me daba igual, hasta ese momento seguiría matando para demostrar mi resentimiento.

"DESAMOR"

Soledad, abandono, sentimientos rotos... Esa ilusión que un día alumbraba mi vida se había evaporado, convirtiéndome en una especie de autómata vagando sin rumbo hacia la desolación.

Noches de risas, copas de vino y amantes gozosos, ahora no son más que negras tormentas de miedo que atenazan mi cuerpo embriagándome de amargura.

No encuentro el camino hacia el Edén y seguramente nunca lo hallaré, se me ha prohibido vetando la entrada para mí.

Todo lo dí y nada recibí, me pregunto si han valido la pena esos instantes placenteros disfrutando de su compañía, pero es tanto el dolor que me desgarra por dentro que estoy convencida de que nunca debí de haberlo conocido. Y si todo tiene un porqué, ¿dónde está el mío que no lo encuentro? Si volviera a cruzarse en mi camino huiría de él sin contemplaciones.

Falsas promesas, mentiras piadosas que se clavan como cuchillos. Heridas sangrantes que jamás sanarán. Buena amiga “equivocada” confidente de ese amor tan profundo, que acabó traicionando nuestra amistad duradera en el tiempo y ahora ya olvidada.


Ya solo queda esperar a que se calme este pesar que me devora por dentro y quizá algún día, alguien llegue y sea capaz de remendar este corazón roto en mil pedazos...

"RENUNCIA"

Desde mi infancia siempre había sido una rebelde. Acostumbraba a escaparme a las zonas prohibidas y allí agazapada espiaba a los humanos. Me llamaban poderosamente la atención, aunque físicamente eran como nosotros no tenían alas y eso los hacía muy extraños a la vista. Mamá siempre me precavía contra ellos, diciéndome que eran muy peligrosos, no sabían vivir en paz y armonía, y algo tan natural como la felicidad, un estado emocional habitual en nuestro pueblo, era algo puntual y pasajero para ellos.

Decían que la culpa había sido de Pandora, una mujer creada por el Dios Zeus, con el ánimo de castigar a Prometeo que le había robado el fuego al Dios entregándoselo a los hombres puesto que vivían en oscuridad, de esta manera abrieron los ojos y alcanzaron la sabiduría. Entregó una caja a la joven para que se la diese a Epimeteo, hermano de Prometeo, sabiendo que en sus manos no se conservaría cerrada. Pandora en cuanto se reunió con él presa de la curiosidad, abrió la caja que poseía todos los males posibles: envidia, avaricia, odio, enfermedades, dolor, pobreza..., sembrando la tierra de todos ellos, privando a los hombres de la inmortalidad.

Nuestro mundo era distinto, a pesar de vivir en la tierra nuestra magia nos protegía de las maldades que existían en la tierra, y salvo en ocasiones muy concretas y limitadas, no nos estaba permitido ayudar a los hombres.

En mis múltiples escapadas acostumbraba a vigilar a unos muchachos que con frecuencia se bañaban en el río, concretamente a uno de grácil sonrisa y mirada limpia y transparente de un azul tan intenso como el arrollo del poblado. Su rostro transmitía bondad y nobleza, cualidades que lo hacían distinto del resto. En ocasiones me parecía percibir que sentía mi presencia, buscando en medio de los árboles y de la vegetación.

Cuando llegaba el invierno todo se tornaba aburrido, no me dejaban salir del poblado, y aunque hubiese podido, sabía que no iba a encontrar a los jóvenes objeto de mi curiosidad. Esperaba con ansia los días de primavera en los que el sol comenzaba a calentar con fuerza y volvían los baños alegres y divertidos en el río.

Pasaron los años convirtiéndome en un hada muy hermosa, por lo que decían todos, pretendida por muchos en el poblado, pero no hallaba ninguno que me complaciese lo suficiente. Mi mente volaba hacia el humano que me cautivaba con su sola presencia.

El tiempo también había hecho mella en mi amor idealizado, ya que no venía tan a menudo como antes. Pasaba tristes días esperando su presencia hasta que algún día me sorprendía, en muchas ocasiones acudiendo solo al lugar.

Un día de esos en los que se había presentado sin compañía, salí de mi escondite, el castigo podría ser terrible si alguien se enteraba, sería desahuciada por mi raza arrancándome mis alas y desterrada. Pero verlo más de cerca y hablar con él merecía ese riesgo.

Estaba sentado en la orilla pensativo, tirando pequeñas piedras al río provocando ondas en cadena. Me acerqué sigilosa con intención de observarlo, no iba a hablarle, no era mi objetivo en ese momento, pero al segundo se giró.

Me quedé paralizada sin saber como reaccionar, pero levantándose con rapidez se acercó a mí. Parecía sorprendido y al mismo tiempo aliviado y con total confianza me dijo:
  • ¿Eras tú la que todos estos años ha estado espiándome?
Me quedé desconcertada, era muy cuidadosa y no entendía como podía haberme pillado. Sin contestar todavía lo observé unos instantes, era más atractivo de lo que me parecía y emitía una esencia tan poderosa que me atrapaba sin remedio. No parecía percatarse de mis alas ni de mi vestido que con toda seguridad debería resultarle muy extraño. Pensativa con intención de hacerlo, no supe que contestar y solo a acerté a seguir contemplándolo.
  • Ese silencio contesta a mi pregunta -volvió a hablarme con semblante divertido- ¿Quién eres? ¿y por qué vas así vestida? Ya lo sé, vienes de una fiesta de disfraces -afirmó sonriendo-.
  • ¿Acaso eres muda? -dijo mientras daba vueltas a mi alrededor-.
Me hallaba cohibida sin saber que contestar, algo que no era natural en mí, continuamente mi madre me reprendía por que no podía estar callada ni quieta, siempre cantando, bailando y haciendo el “ganso”.
  • ¿Vas a seguir callada o por fin me vas a permitir escuchar tu voz?
Pensé en huir, había sido un error, no entendía por que ese muchacho producía ese comportamiento en mi, clavada en el suelo sin emitir ni una palabra y muerta de vergüenza.
  • Está bien, comenzaremos de nuevo. Me llamo Joe y vivo en el pueblo -dijo mientras extendía la mano-. Ese gesto lo había visto en varias ocasiones, al parecer era habitual en ellos a modo de saludo.
  • Me llamo Maxcilara y soy un hada -contesté con brusquedad-. Listo, lo había dicho. Las consecuencias no las pensé, pero ya poco importaban.
Correspondí a su mano como ellos hacían, y él aunque extraño me la cogió con fuerza mirándome a los ojos.
  • Ya decía yo que esa belleza no podía ser natural.
  • ¿Natural? -pregunté enfadada, ahora si me había molestado-. ¡Yo soy tan natural como tú!
  • Perdona, no quería decir eso, me refería a que eres tan bonita como una divinidad, eres la chica más hermosa que he visto jamás.

Pasamos el resto de la tarde juntos, disfrutando de la compañía, y esa solo fue la primera de muchas tardes en las que comenzamos a expresar nuestros sentimientos dejándonos llevar por ese amor intenso y puro que sentíamos.

Y llegó el día, tendría que tomar una decisión, la de romper con él y seguir con la vida entre los míos, o quebrar las ataduras de mi pasado para iniciar un futuro junto a Joe. No dudé y después de contárselo a mi madre se convocó una reunión urgente en el poblado para decidir sobre mi futuro. Me hicieron mil preguntas, evaluaron la situación y mi petición. Finalmente después de dos horas llegó la conclusión. Aceptaban mi deserción y me dejaron bien claro que ya nunca podría volver. Tenía el resto del día para despedirme de todos y al llegar el amanecer sería despojada de mis alas y acompañada a las afueras de nuestra zona.

Despedirme de todos fue fácil, salvo de mi madre... Sus ojos inundados por las lagrimas me contagiaban mucha tristeza, la abracé con mucho amor asegurando que era lo que yo quería. Cogió con sus manos mi cara y después de llenarla de besos me miró a los ojos con mucha ternura y me dijo:
  • Busca tu futuro y tu felicidad pequeña, si tu eres dichosa en la vida, yo también lo seré. No te preocupes por mi, vive tu vida con ese hombre que tanto amas y recuerda siempre que en un trocito de tu corazón estaré yo presente.

En cuanto el sol despuntó en el horizonte, se hallaban todos esperando mi llegada junto a la piedra mágica “gornut” símbolo de nuestro pueblo. Mi madre me acompañaba abrazándome con fuerza y una vez allí se desprendió de mi dándome un último beso generoso. Me dirigí al centro del círculo mágico donde ya se encontraba el hechicero, pronunció las palabras del conjuro y muchas luces brillantes y pequeñas comenzaron a arremolinarse en torno a mí, después un dolor profundo me atravesó las entrañas haciéndome caer de rodillas al suelo, lágrimas de angustia y congoja resbalaron por mi rostro mientras las alas se despegaban de mi cuerpo cayendo al momento en una profunda inconsciencia.

Sin más recuerdos al respecto, desperté completamente desnuda muy cerca del rio. Aún aturdida y confusa sentí que Joe me llamaba. Lastimosa grité su nombre acudiendo enseguida a mi llamada cubriendo mi cuerpo desnudo con su chaqueta, abrazándome tan dulcemente, con tanto amor que todo careció de importancia.


Nos quedamos allí abrazados un largo rato, primero en silencio, después palabras de amor y promesas salían por su boca asegurando una vida feliz a su lado. Y escondida entre los árboles la vi, a mi madre sonriendo después de comprobar que lo que yo le había contado de Joe, era cierto...

miércoles, 25 de septiembre de 2013

"ASIGNATURA PENDIENTE"

Todos guardamos algún muerto en el armario, secretos inconfesables que de saberse pondrían en peligro nuestra estabilidad, nuestros amigos o nuestro matrimonio. La línea que divide la bondad de la maldad es tan difusa que a veces, cuando la razón y los sentimientos chocan y se interfieren, la pisamos sin darnos cuenta y sin querer; a veces no se puede luchar contra la naturaleza y como decía Oscar Wilde, la mejor manera de librarse de la tentación es sucumbir a ella.

Conocí a Sandra en un chat hace ya muchos años, cuando internet todavía era inocente y buceábamos en la red en busca de nuevas formas de comunicación. Me gustaba escribir, contar historias y piropear y halagar a las mujeres; estar detrás de una pantalla me desinhibía hasta hacer desaparecer mi timidez. Hay que decir que me manejaba bien y que tenía a unas cuantas chicas pendientes de todas aquellas bonitas cosas que sabía decirles.

Era un juego que no iba más allá de la simple diversión, no conocía a nadie en persona, ni siquiera en fotografía, solo existíamos aquellos minutos en los que nos conectábamos al chat. Luego cada uno tenía su vida y desaparecíamos de la de los demás hasta el día siguiente.

Sandra era la reina del “saloon”, sabía contar historias de encuentros fortuitos con hombres de los que se enamoraba, de amores de bar en los que una mirada acababa llevándola a la cama o de lujuriosos trayectos en el asiento de atrás de un coche mientras el taxista espiaba por el retrovisor; escribía con estilo e imaginación sabiendo muy bien dónde estaba la línea que ponía límite al erotismo.

Fue ella la que me asaltó en privado no recuerdo con qué excusa, conversaciones banales que servían para entretener las horas muertas de la tarde. Luego fui yo el que, unos días más tarde, hizo lo mismo para evitar el bullicio del canal general y buscar un poco de tranquilidad. Al cabo de un tiempo, casi sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en confidentes el uno del otro y desahogábamos allí nuestros problemas y nuestras inquietudes, nos hicimos amigos, nos conocimos sin vernos ni saber uno del otro más que la descripción que cada uno quiso hacer de sí mismo, aunque llegados a aquel punto lo físico era lo de menos. Pero teníamos curiosidad.

Un par de meses más tarde nos intercambiamos unas fotos y fue cuando comprendimos que al otro extremo del hilo había una persona real, de carne y hueso, completamente diferente de lo que nuestra imaginación nos había hecho creer. Sandra lucía una media melena rubia y una piel morena tostada por el sol, unos ojos oscuros y aquellos labios carnosos que yo jamás había imaginado; esbelta y escotada, parecía estar posando para mí. Sin embargo estoy seguro de que de no haber sido tan guapa me habría gustado lo mismo.

Ahora me paro a pensar y creo que en aquel momento no era consciente del camino que estaba siguiendo, simplemente jugábamos; del consuelo y las confidencias, del teclado y de las fotos, pasamos al teléfono y a la excitación, las conversaciones fueron caldeándose como en un devenir natural, como si todos aquellos pasos que íbamos dando estuvieran programados de antemano. Hablábamos por las tardes, cuando yo quedaba libre de mi turno en la fábrica y mi mujer iba a recoger a los niños a la escuela, nos contábamos lo que nos haríamos el uno al otro el imaginario día en que estuviésemos juntos; ambos sabíamos que los más de mil kilómetros que nos separaban eran un seguro contra cualquier clase de tentación real.

La fogosidad del principio, el descubrimiento de aquella extraña relación secreta, duró unos meses, quizá medio año, para luego ir enfriándose poco a poco, distanciando las llamadas, ocupándonos de otras cosas, de la vida, de la realidad… A pesar de ello y de algunos años transcurridos, jamás perdimos el contacto y de tarde en tarde, como buenos amigos que éramos, nos llamábamos para ponernos al día de nuestras vidas o nos cruzábamos de vez en cuando en algún otro chat para recordar aquellos días en los que hacíamos arder los cables del teléfono con nuestras palabras encendidas de deseo.

La vida da muchas vueltas y al doblar la esquina te mira con ironía a los ojos y se ríe de ti y te ofrece en bandeja de plata lo imposible. Quizá cinco o seis años después de aquello recibí un día una llamada de Sandra que no esperaba, estaba saliendo de la fábrica y me sorprendió.
  • ¿No crees que va siendo hora de que nos conozcamos? -me dijo- Estoy de vacaciones en tu ciudad con mi familia, puedo escaparme una hora, ¿me invitas a un café?
El teléfono me quemaba en las manos, estaba sucediendo lo imposible, ¿Qué iba a pasar, nos defraudaríamos el uno al otro, sería Sandra la misma Sandra con quien había compartido confidencias y sexo telefónico o en persona sería diferente? Asentí, claro que me iba a tomar ese café con ella, salí corriendo a casa a darme una ducha, a comer algo y a esperar.

Sandra, con la excusa de ver a un viejo amigo de estudios, había dejado a la familia viendo un museo y quedamos en una cafetería céntrica fácil de encontrar. Cuando llegué me esperaba sentada en una mesa del fondo y a pesar de mis dudas, reconocí aquella sonrisa nada más verla. Nos saludamos temerosos, con dos castos besos en la mejilla y un abrazo, charlamos de los viejos tiempos tanteándonos el uno al otro tratando de comprender si ahora, cara a cara y varios años después, seguíamos sintiendo algo de aquel deseo del que tanto habíamos hablado.

La hora acordada pasó en un suspiro, ¡teníamos tanto de que hablar y tan poco tiempo! Sandra era ahora menos rubia, tenía el pelo más largo, pero conservaba aquellos ojos y la hermosura de un cuerpo firme que no correspondía a su edad. Yo estaba más viejo, las canas y una reciente y larga crisis matrimonial me habían derrotado, me encontraba triste y confuso con la vida en una encrucijada de la que no sabía cómo salir.

Al marchar, cuando salimos de la cafetería, pasé tímidamente un brazo por su hombro y ella me correspondió abrazando con el suyo mi cintura; entramos en el coche, nos miramos y sin hablar nos lanzamos el uno sobre el otro en una serie de besos desesperados que parecían no tener fin. Una hora no es nada, pero fue suficiente para que ambos pudiéramos comprobar que no había apenas diferencia entre la imagen que nos habíamos hecho el uno del otro y cómo éramos en realidad. Seguíamos deseándonos.

Arranqué, estábamos cerca del museo pero antes de llegar al punto de destino, donde le estaba esperando la familia, paré el coche otra vez.
  • Quiero besarte, quiero tocarte aunque sea unos segundos, sabes que esta puede ser la última vez que nos veamos... -le rogué melancólicamente-
Volvimos a besarnos, nuestras manos recorrieron a tientas nuestros cuerpos, el suyo era firme, suave, caliente… Apenas uno o dos minutos y la dejé a unos metros del lugar donde la esperaban; saludé sin bajarme del coche y me fui.

Después de aquel encuentro furtivo la vida volvió a la rutina, al trabajo y a aquella sensación de vacío que me asfixiaba desde las últimas discusiones en casa; era como si ya nada tuviera sentido, como si solo me quedara arrastrarme el resto de mi vida como me había arrastrado para salvar una familia. Lo malo de hacerlo una vez es que luego ya nunca más puedes levantarte. Quizá había sido un error, el último error, pero ya era tarde para rectificar. No sé si aquel estado me sirvió de excusa o si todo el sufrimiento y el sacrificio de tantos meses soportando insultos, desprecios y vejaciones psicológicas cambiaron mi forma de pensar; deseaba a otra mujer y no sentía ningún remordimiento.

Mantuvimos el contacto como antes de nuestro encuentro, nos enviábamos correos electrónicos de vez en cuando, casi siempre recordando aquel día, aquellos besos, el temor que ambos tuvimos de decepcionarnos, la alegría de ver que éramos como creíamos que éramos, los momentos de aquella pequeña pasión en el coche… En casa las cosas volvían casi a la normalidad después de más de un año de crisis, nos queríamos otra vez, pero mi conciencia ya no volvió a ser la misma; pensé que si pasas por delante de una pastelería y te comes un pastel no tiene por qué afectar a quien no lo sepa. Ojos que no ven…

Si la primera vez fue el destino, la segunda vez fue el diablo el que se puso de nuestra parte. Meses después recibí otra llamada inesperada:
  • Mi empresa me envía toda la semana a Madrid a un curso de reciclaje, tenemos una asignatura pendiente, ¿Cómo andan las conexiones de trenes desde tu ciudad?
  • Creo que me puedo escapar el fin de semana, mi mujer está en el pueblo con los niños...

  • Si vienes soy tuya en cuerpo y alma...








martes, 24 de septiembre de 2013

"AFLICCIÓN"

La pena desbordaba su alma herida como si un cuchillo afilado se hubiese clavado en ella dejándola destrozada. Un dolor atenuaba su pecho oprimiéndolo de tal manera que no podía respirar. Sentía tanta tristeza que pensó que nunca volvería a ser la misma chica divertida y alegre de antaño. La aflicción era tan grande que en los últimos días no había quedado con sus amigas, encontrando la disculpa en una supuesta gripe.

No había vuelto a ver a Sam desde el fin de semana, y ya estaban a jueves. Sus llamada de teléfono y  sus mensajes no recibían respuesta, ni tan siquiera parecía hallarse conectado en ninguna de las redes sociales donde él era habitual. Nos se había atrevido a presentarse en su puesto de trabajo pues le parecía una intrusión en toda regla, ya que no llevaban juntos más que un mes y aún no conocía a sus compañeros, para nada era procedente el aparecer allí. Hasta ese fin de semana pensaba que habían conectado de una manera increíble, incluso en la cama la conexión era mágica.

Pero estaba claro, para él no había sido más que una diversión, una chica más en su colección de la que reírse con sus compañeros. Que crueles pueden llegar a ser los hombres en su ambición por las conquistas.

Lloró tanto durante esos días que seguramente sus ojos ya se hallaban secos, estaban hinchados y sin brillo, detonando la tremenda amargura que poseían.

El teléfono que todos estos días había sido su compañero en la cama, llegando a dormir con él al lado por si una llamada revelaba alguna noticia sobre Sam, de repente sonó. Saltó en la cama, deseando fervientemente que fuese él.

Pero no, no era así, una voz femenina peguntaba por su nombre. Asintiendo le sobrecogió la noticia que le estaban relatando.

Era la madre de Sam que le contó lo que había ocurrido durante esos días. Después de dejarla en casa el domingo pasado, había sufrido un grave accidente, quedando inconsciente hasta ese día. Nada más despertar su primera palabra fue !Cathy¡ ¿Dónde está Cathy?

Después de todo, no estaba tan equivocada, el correspondía a sus sentimientos, también sentía ese vínculo que los unía. En una hora la madre de él la recogería en casa, para acompañarla al hospital.

Cuando lo vio allí acostado lleno de golpes y magulladuras, con la cabeza vendada y su cara hinchada,  sintió tanta ternura y amor, que supo que nunca jamás podría separarse de él, además su linda mirada también se lo confirmaba, era algo mutuo.






"LA MADRE DEL MAS ALLÁ"


El día del nacimiento de su primer hijo, fue el día más feliz de sus vidas. Habían estado dos años buscando un embarazo que parecía no llegar. Y ahora Alfonso y Sonia regresaban a su hogar con el pequeño bebé recién nacido. En casa esperaban ansiosos todos sus amigos y familiares que habían organizado una gran fiesta de bienvenida para el pequeño Yago.

Los primeros días fueron un poco caóticos, biberones, pañales y esos molestos gases que parecían acentuarse durante la noche sin dejar dormir a nadie. Todo era un período de adaptación de los padres hacia el hijo, y del hijo hacia la nueva vida.

Cuando el bebé tenía dos semanas Sonia despertó sobresaltada, había alguien en la habitación del pequeño, a través del interfono le pareció distinguir una voz femenina que susurraba algo sin llegar a entenderse. Se levantó rápidamente aproximándose a la habitación de su hijo, pero allí no había nadie. Yago descansaba plácidamente, seguramente había sido alguna interferencia...

Sin dar importancia al episodio continuaron con su vida cotidiana, hasta que una tarde la joven madre se acercó a la habitación para comprobar como estaba el rey de la casa. Dormía felizmente, pero algo le llamó la atención, la mecedora antojo de su esposo, se movía delicadamente como si alguien estuviese acunándose, pero no había ninguna ventana abierta ni nada que pudiese facilitar ese movimiento.

Esa misma noche, los interfonos trajeron de nuevo las palabras de una mujer que ahora más claramente tarareaba el cántico de una nana. En esta ocasión se dirigieron los dos corriendo al cuarto infantil. El pequeño Yago estaba despierto sonriendo con su vista fija en un punto hacia lo alto de la cuna. Sonia lo cogió en sus brazos detectando que algo no iba bien en aquella habitación. Era algo inexplicable, llevaban cinco años viviendo en esa casa y nunca habían percibido nada extraño. Esa noche el bebe la pasó en la habitación de sus padres.

Al día siguiente era sábado y habían decidido trasladar la habitación del niño al cuarto de invitados. Mientras Alfonso se encargaba de la pequeña mudanza. Sonia después de llamar por teléfono a la agencia que les había vendido la casa, consiguió una cita con el agente que había llevado la gestión asegurando que era un tema urgente que apremiaba.

Se habían citado en una hora en un café que había muy cerca de su casa. Una vez reunida con él, le contó al detalle todo lo ocurrido. Solo quería saber quienes habían sido los que con anterioridad -desde su construcción hacía quince años- habían habitado en ella. El joven agente no sabía mucho del tema, la casa les había entrado nueva cuando ellos la habían adquirido, y los anteriores eran una pareja joven sin hijos que se habían deshecho de ella ya que les iba muy grande. Aún así muy atento quedó en hacer averiguaciones al respecto, y con urgencia y a la mayor brevedad posible les diría algo.

El sábado transcurrió un poco agobiante para la pareja, Yago no dejó de llorar en todo el día, y solo parecía tranquilizarse cuando se acercaban a lo que hasta ahora había sido su habitación. Hicieron una prueba adentrándose en la misma, y el niño no solo se calmó, sino que comenzó a sonreír con la mirada perdida a ninguna parte. Acordaron que dada la hora que era, esa noche la pasarían en casa, pero al día siguiente se trasladarían a la casa de los padres de Alfonso hasta que todo se aclarase, no era que creyesen en temas paranormales, pero estaba claro que algo fuera de lo normal estaba ocurriendo allí.

El conseguir dormir a Yago en su nueva habitación fue una tarea ardua, y cuando lo consiguieron ya era tardísimo y estaban agotados, así que se fueron a la cama sin olvidarse de conectar el intercomunicador del bebe. A las cinco de la mañana las risas de su hijo los despertó, escucharon atentamente durante unos segundos cuando una voz dijo -ven con mama mi pequeño-. Se levantaron tan velozmente que Sonia tiró la lamparita de su mesilla.

Cuando llegaron no había nadie, se acercaron a la cuna con la idea de llevarse de nuevo al pequeño junto a ellos, pero... ¡no estaba allí!

Las horas siguientes fueron angustiosas, Sonia sufrió un ataque de nervios tal, que tuvieron que sedarla para que descansase un poco. La policía no halló huellas ni nada que hiciese entrever el posible intrusismo de alguien en el hogar familiar. Todo estaba perfectamente cerrado y la alarma conectada. ¿Cómo podría haberse colado alguien? Era inconcebible y misterioso. La policía abandonó la casa sin pistas posibles, abriendo un expediente para iniciar la investigación. Para cuando se fueron, ya se encontraban en casa los padres de Alfonso.

Les relató minuciosamente todo lo que había ocurrido desde la llegada de Yago. Asegurando que nunca hasta ese momento habían notado nada siniestro en el hogar. Eran las seis de la mañana y la desesperación se palpaba en el ambiente. Rosa su madre, que había escuchado con especial atención todo el relato de su hijo, se levantó del sillón en silencio, acercándose a su bolso que había dejado apoyado en la meseta de la cocina. De nuevo con ellos acompañada de su móvil, explicó a su hijo que conocía una persona que con toda seguridad podría ayudarlos. Era una buena amiga desde que eran pequeñas, y había encaminado su vida hacía la parapsicología, siendo muy reconocida en ese sector, la llamaría ahora mismo.

Alfonso pensó que nada tenían que perder, era un mundo que desconocía por completo, seguramente por que nunca había creído en esos temas. Pero se sentía impotente ante la desaparición de su hijo, y no podía estar esperando sin más a que la policía averiguase algo.

En una hora, Salomé la amiga de su madre llamaba a la puerta. Sonia seguía dormida, los del servicio médico que la había atendido en casa, habían asegurado que dormiría del tirón siete u ocho horas. Lo que les dejaba un tiempo por delante para saber que estaba ocurriendo allí.

En cuanto se adentró en la vivienda, su cara primero sonriente se mutó en un gesto de desaprobación e incomodidad. Después de los saludos pertinentes y de volver a contar la historia. Salomé se dirigió a la primera habitación del niño.
  • Percibo mucho dolor y amor en este espacio -dijo contrariada-. Sentándose en la mecedora quedó como en trance, con los ojos cerrados y meciéndose en la misma.

Su cara iba dibujando distintos gestos, desde una gran sonrisa, a un ceño fruncido con la boca torcida. Musitaba palabras incomprensibles mientras no dejaba de balancearse.

Después de unos minutos de silencio, pareció salir de ese estado de concentración total. Levantándose se dirigió hacia el joven padre asustado y nervioso, cogiéndole las manos transmitiéndole serenidad, comenzó con su explicación.
  • El mal no está en la casa mi querido amigo, el mal está en la mecedora, ¿de dónde la habéis sacado?
  • Yo la compré en un anticuario -dijo confundido- pero no se a quien ha pertenecido...
  • Eso da igual, los muebles antiguos en ocasiones, guardan terribles secretos, y no solo eso, a veces albergan la esencia o el espíritu de su dueño, si es que por algún motivo algo los ha ligado. En este caso, perteneció a una joven madre que pasaba horas arrullando a su bebe en esta mecedora, hasta que la fatalidad hizo que el pequeño enfermase, falleciendo a las pocas horas. La pena golpeó atrozmente a esta mujer, y ya nadie fue capaz de separarla de este asiento que llegaría a ser su tumba. Aquí murió acunando a un niño que ya era invisible en sus brazos.

Alfonso se asustó muchísimo, si ya la vida daba miedo en ocasiones, lo desconocido resultaba atroz. Según la medium, ese fantasma había cogido a su hijo trasladándolo a otra dimensión. La única salida era conseguir que Sonia saliese de ese trance en el que ahora se hallaba sumida, y se mostrase lo suficientemente lucida como para dirigirse a ese ente con el fin de que les devolviese a su hijo. De madre a madre habría más posibilidades de llegar a buen fin.

Acordaron dejarla dormir un poco más, lo ideal sería que despertase por ella misma, pero no podían esperar tanto. Cabía la posibilidad de que el espíritu se alejase tanto de allí adentrándose profundamente en la nada, que la comunicación pudiera llegar a ser imposible.

Al cabo de dos horas, la ansiedad ya podía con ellos. Alfonso despertó con cuidado y con mucho amor a su esposa. Estaba un poco ida pero parecía centrada, consciente de la realidad. Salomé le explicó la situación muy claramente, dejando evidente que en ella estaba el poder recuperar a Yago.

Se situaron todos en la habitación. Sonia en la mecedora y el resto apartados hacia la entrada del cuarto. Como le había explicado la espiritista, comenzó a hablar al espectro que había raptado a su pequeño.
  • Se que tú mejor que nadie me puede entender, has sido madre y la desgracia se cebó en ti arrebatándote a tu hijo. No hay dolor más grande para una madre que la perdida de un hijo, es un dolor insuperable peor que si te arrancaran las entrañas en vida. Tu tienes a mi hijo, y yo me estoy muriendo de pena. No permitas que otra persona pase lo mismo que tu pasaste. Entrégame a mi hijo, y busca tu camino para encontrarte con el tuyo. Te está esperando en algún lugar, pero tu pena no te ha permitido avanzar para poder reunirte con él, dejándote conectada a esta mecedora.

Un grito atroz retumbó por toda la casa acompañado de un llanto quejumbroso y apenado. Era tanta la tristeza y el dolor que transmitía que los allí reunidos lo sintieron dentro de ellos.


Una luz brillante e intensa iluminó la habitación y de repente apareció una mujer que portaba en sus brazos a Yago, entregándolo a su madre angustiada y llorosa que extendió sus manos para recibirlo con todo el amor del mundo, musitando un gracias muy sincero.

Salomé se dirigió al fantasma intentando aconsejarla para que hallase su camino, solo descansaría en cuanto tuviese a su bebe en sus brazos. ¡Busca la luz! -decía ella- ¡y al final del camino estará esperándote tu hijo!

El alma de la mujer, que por momentos parecía ser más bella, sonrió agradecida y se esfumó. Salomé extenuada se sentó en el suelo, explicándoles que por fin había hallado el camino, y que se hallaba próxima a su hijo.

Quemaron inmediatamente la mecedora en el jardín, y las cenizas las echaron en el mar, tal y como les había aconsejado Salomé. El informe policial quedó cerrado, aunque no parecían creer la historia que les habían contado, menos mal que la parapsicóloga había colaborado en alguna ocasión con ellos y dando una declaración minuciosa parecieron quedar conformes.

La vida continuó tranquila viendo crecer al pequeño Yago.

lunes, 23 de septiembre de 2013

"EL AMOR VERDADERO" - Reflexión -

Sentimientos entrelazados y correspondidos, ¿es eso el amor?

Partiendo de la base que hay muchos tipos de amor, desde el de unos padres hacia sus hijos, el cual nunca se acaba y no tiene límites, además de que no nos supone ningún prejuicio los sacrificios que pueda acarrearnos este tipo de sentimiento.

El amor a la familia en general, que sabemos que está ahí, aunque no hagamos demasiado uso de él, y que es un amor fiel en la mayoría de los casos.

El amor a los amigos que en muchas ocasiones demostramos y recibimos más que con respecto a la familia, pero dudo que sea cien por cien verdadero, mas bien interesado.

Existen otros tipos diferentes, pero no tienen relevancia en el tema que quiero desarrollar, así que lo dejaremos para otra ocasión.

Donde yo me quiero centrar, es en ese amor sentimental y sexual que sentimos hacia nuestra pareja. Platón sostenía que el amor verdadero es el amor al conocimiento, a la sabiduría y a la belleza, que es donde está el origen del mismo fuera de toda realidad pasional. En sus diálogos Sócrates afirmaba que el amor, es desear que la persona amada sea lo más feliz posible.

Mi opinión al respecto dice mucho más, puedo estar de acuerdo en lo que han dicho estos personajes históricos, pero no me parece suficientes razones para afirmar que eso es el amor verdadero.

1º Lo ideal sería dar con la persona adecuada, como se suele decir "nuestra otra mitad", estoy absolutamente convencida que cada uno de nosotros tiene a la persona que complementa su vida en algún lugar, aunque no siempre conseguimos dar con ella.

2º Es muy importante compartir gustos y aficiones con nuestra pareja, y dedicar todo el tiempo que podamos a fomentar el amor, en ocasiones complicado en cuanto llegan los hijos, y ahí es donde muchas relaciones se evaporan. Sobre todo las madres tendemos a volcarnos demasiado en nuestros hijos, desatendiendo a nuestros hombres, grave error. No cuesta nada de vez en cuando, echar mano de algún familiar para que nos quede con los pequeños, y así disfrutar de los dos a solas.

3º El suplemento más vital en cualquier pareja, son las relaciones sexuales, claro que si se da el primer punto, en la mayoría de los casos está garantizado. Conectar en la cama es más importante de lo que podemos pensar, (es como el cordón umbilical invisible que une a una madre con su hijo), creará un hilo de solidez en la pareja infranqueable. Siempre hay la excepción claro está, esta se haya en la promiscuidad, pero la persona que es así, nunca encontrará el amor.


Para finalizar, solo deciros que cuidéis a vuestra pareja, llenándola cada día de cariño y frases bonitas, lo material también agrada pero no es lo que más llena. Esos besos y demostraciones de afecto diariamente, deberían ser suficientes para solidificar una relación para que nunca envejezca.

“MELANCOLIA”

Llevaba una semana sin verlo y sin hablar por teléfono. Lo que en principio fue un alivio, se tornó en una mezcla de sentimientos rotos que me causaban nostalgia y tristeza.

Todo había comenzado con una tonta pelea, las más intensa hasta ahora, lo demás habían sido pequeños enfados sin importancia y que ni siquiera era algo habitual en nosotros. Quizás por ello la bronca había causado tal resultado.

Ahora era consciente de lo que amaba a ese hombre y de lo mucho que lo necesitaba. Extrañaba sus besos, sus abrazos, sus caricias. Melancólicamente recordaba nuestros encuentros sexuales tan placenteros y el hacerlo me excitaba sutilmente.

El enfado había sido un absurdo. Después de una romántica cena, cuando nos hallábamos esperando a que nos sirvieran el café, descubrí en una de las mesas del fondo a mi ex-pareja Nico. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que disculpándome un momento de Luis, me acerqué a su mesa con ánimo de saludarlo. Habíamos estado ocho años juntos y aunque la relación no cuajó sentía por él mucho cariño, era buena persona y siempre me había tratado muy bien. Lo que en principio iban a ser unos minutos, se volvió casi  media hora.

Cuando regresé a la mesa, pude atisbar una expresión de disgusto en el rostro de Luis. Pidiendo la cuenta me sugirió el irnos para casa. Ya en el coche comenzaron los reproches, dejando caer que estaba liada con Nico. Una vez en casa ya fue insostenible, gritos e insultos por ambos lados, lo que acabó con mi decisión de romper con él invitándolo a que abandonase el domicilio conyugal. Sin mediar palabra preparó una maleta con algunas de sus pertenencias diciéndome que en unos días ya pasaría a recoger el resto, y se marchó...

Desde ese día no volví a saber nada de él, me sentía muy apenada y afligida. Decidí llamarlo por teléfono, tomaría el paso puesto que Luis se había ido de nuestra casa porque yo lo obligué.

Descolgué el teléfono y marqué su número, comunicaba. Volví a intentarlo y el resultado fue el mismo. Colgué pensando tristemente que quizá estaba hablando con alguna chica, yo lo había apartado de mi lado.

Me refugié en el sofá envuelta en una manta, no porque hiciese frío, simplemente ese "acocho" me hacía sentir un poco mejor en compañía de esa soledad que me torturaba.

Alguien llamó a la puerta y cuando abrí, estaba Luis allí plantado, tan guapo y atractivo como de costumbre. Un simple “hola” fue su saludo y yo le respondí invitándolo a pasar.

Mi corazón iba a mil, a pesar de que él parecía indiferente y ausente. No me miraba y eso me dolía amargamente. Me preguntó mirando hacia el suelo como me encontraba y mi respuesta fue un “mal” muy lastimoso.
  • Vengo a recoger mis cosas -me dijo- y también estoy mal -continuó en un susurro- ¡Te echo de menos Tania! ¿qué es lo que nos pasó? ¡Eramos la pareja perfecta!
  • Te quiero Luis -no pude menos que decir- y me está volviendo loca esta situación ¡no puedo vivir sin ti! -dije mientras unas lagrimas resbalaban por mis mejillas-.


Ahora sí me miró a los ojos, con mucha dulzura secó con sus dedos las lagrimas de mi rostro, y me besó con tanta ternura y tanto amor que me hizo estremecer, era como si nada hubiese pasado. Elevándome en sus brazos me dirigió a nuestro dormitorio, y allí me poseyó con una pasión arrebatadora haciéndome sentir que realmente estábamos hechos el uno para el otro, conectados ya de por vida.

“OTRA DIMENSIÓN”


Había ido el viernes a casa de mi hermana Paula y su marido Jorge, al día siguiente teníamos pensado ir a visitar unas cuevas que había a diez kilómetros de donde ellos vivían, así saldríamos juntos de casa. Mi hermana y yo siempre habíamos sido muy aficionados a la espeleología y había tenido la suerte de conocer un chico al que también apasionaba este mundo.

El sábado muy temprano, después de un buen desayuno y de cargar el coche con todo el equipo, dispusimos nuestra marcha. El viaje fue muy animado, la música nos envolvía animosamente mientras tarareábamos las canciones. El olor a eucalipto flotaba en el ambiente, ese territorio estaba lleno de estos árboles. Llegada a una zona ya no pudimos seguir en coche, así que cargando las mochilas a la espalda, seguimos caminando la ruta que nos llevaba hasta las cuevas.

Hacía muchos años que no las recorríamos y no recordábamos el itinerario, pero no eran peligrosas, así que con decisión después de encender las linternas de los cascos, nos adentramos hacia el interior. Teníamos cuatro kilómetros y medio de recorrido repartido en distintas salas y galerías, intentaríamos salir por el otro lado. Por encima de las cuevas, en lo alto de la montaña se encontraba un pequeño pueblo en el que se podía localizar otra entrada a la cueva de ciento cincuenta metros de profundidad, siempre era más fácil salir por allí que entrar.

La temperatura dentro era baja sobre ocho grados y esto sumado al porcentaje de humedad que era del noventa por ciento, hacía que la sensación térmica pareciese más baja de lo que era en realidad. Llevábamos la mitad del camino cuando nos encontramos con dos galerías ¿cuál seguir? Ninguno de los tres estábamos seguros, así que sin tener nada que perder salvo el retroceder, cogimos el de la derecha.

Yo iba en cabeza en ese momento, no entiendo aún como con tantos años de experiencia pude cometer tal error. Tenía que haber estado pendiente del suelo, pero en ese momento Jorge estaba contando chistes, y entre risa y risa, no vi un agujero que había en el suelo. Me sumergí en él sin poder evitarlo, mientras Paula y Jorge gritaban mi nombre.

La caída fue importante, varios metros al vacío... tenía la sensación de que no terminaba de llegar al fondo...

Lo siguiente que recordaba era que me hallaba en medio de un bosque fantástico lleno de bellos colores, y una preciosa joven de ojos rasgados del color de miel que me observaba muy atenta. Ostentaba esplendorosa un vestido largo y vaporoso de color granate: ¿Estás bien? Preguntó.

Observé mi entorno, era el paisaje más extraño que nunca había visto ¿podía existir algo así? -Probablemente me había muerto y esto era el Edén- ¿Dónde estoy? Pregunté sin responder su pregunta.

Estás en la tierra de las tres lunas -contestó la bella mujer-. Te hallé inconsciente aquí dónde estas, pero no se que te ha pasado.

Después de explicarle mi accidente y mi desconocimiento por encontrarme allí, pude comprobar que era un ángel, lucía mágicamente unas alas transparentes y brillantes, definitivamente me había muerto. Giré mi cabeza para comprobar si mi espalda lucía unas iguales. Ella se rió entendiendo la situación.

No estás muerto si es eso lo que estás pensado -comentó divertida-, yo soy un hada, éste no es un país de muertos, éste es el país de la magia -dijo señalándome hacia el cielo, donde pude distinguir un castillo flotando entre las nubes-.

Cogiéndome de la mano, me guió bosque abajo, hasta que llegamos a un acantilado desde el que podía apreciar un gran mar sobre el que se apostaba el inmenso castillo flotante. El cielo disponía de tres lunas, cada cual más magnífica y portentosa, lo que daba al conjunto un aire de cuento de hadas.

Bajamos hacia el pueblo, estaba embriagado por el aroma de la preciosa hada que decía llamarse Annabella, emitía una esencia que me cautivaba. Su risa cantarina me elevaba a un sin fin de sentimientos que hasta ahora yo desconocía, me sentía muy a gusto y al mismo tiempo me percataba de que ese no era mi sitio, lo cual me entristecía.

El poblado era increíble, lleno de pequeñas casas redondeadas con tejados hechos de un material parecido a la paja, pero más sólido. Los habitantes eran afables y bondadosos, ofreciéndome todo tipo de alimentos y bebidas. Estaba tan absorto por la compañía, que ni siquiera pensé en la preocupación que podrían sentir mi hermana y mi cuñado.

Bajando a la playa me dijo que aquel lugar no era para mi, debía buscar la manera de regresar a mi mundo. Nos sentamos en la arena, recogí una pequeña concha distinta a cualquiera de las de mi mundo, y jugueteando con ella la miré encandilado, era tal la belleza que parecía una diosa, acarició mi rostro con su mano y selló un beso en mis labios. Nunca hasta ahora había recibido un beso con tanta ternura.

Todo se volvió negro... cuando abrí mis ojos, me hallaba en el hospital. Paula y Jorge estaban a mi lado con expresión preocupada. Pensé que todo habría sido un sueño producto del fuerte golpe, pero sentí algo en mi mano y cuando la abrí, allí estaba la pequeña concha y me prometí que buscaría la forma de volver para encontrarme con Annabella.