sábado, 21 de septiembre de 2013

“MI PRIMERA VEZ”

Durante toda mi infancia había sido privada de la mayoría de cosas que tenían el resto de las niñas. Solo se me permitió tener una muñeca y un osito de peluche, lo demás -siempre me decían mis padres- era vicio. Mi pelo largo siempre debería estar sujeto en una coleta o una trenza, jamás suelto.

Mis vestidos eran sencillos, de telas lisas y colores oscuros confeccionados por mi madre -la manera en que visten las jóvenes despierta la lujuria de los hombres- les escuchaba decir continuamente. Además en casa estaban prohibidos los espejos no era bueno para mi observar mi cuerpo sobre todo ahora que me estaba desarrollando. Nunca debería traer amigas a casa, ni relacionarme demasiado con ellas. Cualquier regla que infringiese, suponía pasar más o menos horas, según la gravedad de la falta, encerrada en el sótano, algo que me angustiaba y aterraba mucho.

Mientras fui pequeña todo me parecía normal, pensaba que todas las familias eran iguales y dado que estudiaba en un colegio de chicas donde todas íbamos con uniforme, no me sentí distinta del resto.

Ahora con diecisiete años, veía a mis amigas con una ligera capa de maquillaje y planificando fiestas para el fin de semana y me daban envidia. Ya habían optado por no invitarme a ninguna, dada la cantidad de negativas que habían recibido hasta el momento. Los domingos cuando íbamos a la iglesia, -yo con mis vestidos sin forma que no hacían más que afear mi figura- y veía a mis compañeras radiantes y felices con bonitos conjuntos modernos y actuales, con el cabello suelto al aire charlando con los chicos del pueblo al acabar la ceremonia, hacía crecer en mí el resentimiento y el odio que sentía por mis padres. Algún domingo lo pasé encerrada en el sótano por haber mirado “lascivamente” -decían ellos- a algún muchacho. Hasta los veintiún años no podría mirar a ningún muchacho, y cuando lo hiciese debería hacerme respetar hasta el matrimonio, pero ni tan siquiera estaba permitido un roce y mucho menos un beso.

El camino de regreso a casa siempre lo hacíamos juntas mi amiga Luisa y yo, le contaba como era mi vida y ella se horrorizaba. Siempre me decía que tuviese paciencia, llegaría un día en el que lograría escapar de esa cárcel. Era buena amiga y muy fiel, nunca había contando a nadie como era mi día a día. Una tarde de primavera comenzaron a acompañarnos unos muchachos del instituto mixto del pueblo. Me causaba terror si mis padres llegaban a enterarse, así que comenzamos a hacer el recorrido a través del bosque.

Uno de los jóvenes siempre me miraba atentamente y dirigía sus palabras cariñosamente hacia a mí. Me daba mucha vergüenza, yo gozaba de una preciosa melena castaña muy brillante que se ocultaba tras una fea trenza y aunque tenía unos ojos azules intensos me faltaba el brillo que en esa edad debería poseer.

Con el paso de los días me acostumbré a su presencia, incluso echándolo de menos cuando en alguna ocasión no podía venir. Poco a poco perdí mi timidez hacia él, llegando a permitirle un beso. Ese día como si mis padres presintiesen algo, a mi regreso me sentaron en la cocina atosigándome a preguntas, parecían saber que ya no venía por el camino, sino que me adentraba por el interior para mi vuelta. Aunque me excusé diciendo que era un camino más entretenido para nosotras, no parecieron conformes y me castigaron durante cuatro horas en aquella oscuridad.

Me daba igual, no iba a dejar de ver a Carlos, así muriese en el intento... Nuestra relación fue creciendo y yo quería más... Quizás por culpa de sus prohibiciones y tabús habían hecho de mí una joven rabiosa de la vida, ansiosa por probarlo todo y entregarme cuanto antes a un hombre.

Acordamos que el viernes por la tarde con la disculpa de que tenía que ir a hacer un trabajo a casa de Luisa, nos quedaríamos un rato en la cabaña abandonada que había en el interior del bosque. Luisa cubriría mis espaldas.

Era la primera vez que estábamos a solas, me sentía tímida pero segura, con él me hallaba muy a gusto. Comenzamos a besarnos cada vez con más intensidad, sus manos comenzaron a tocarme primero tímidamente y al ver que yo no ofrecía resistencia, desabrochó mi blusa y deslizó sus manos para sobar mis duros y firmes pechos. Sentía su excitación y estaba comenzando a asustarme, ¿y si papá y mamá tenían razón y los hombres solo pensaban en eso? Su mano se guió ahora hacia mi muslo, subiendo lentamente por debajo de mi falda sin dejar de besarme, sus gemidos iban subiendo en intensidad y cuando iba a tocarme mi sexo, vinieron a mi cabeza los discursos de mis padres sobre lo pecaminoso e impío que era el acto sexual.

Salí corriendo de allí como una loca, Carlos me llamaba pero ni miré hacia atrás. Llegué a junto de mi amiga que me estaba esperando a la entrada del bosque, colorada y avergonzada, lo cual causo risa en mi amiga.

Al día siguiente acepté a hablar con él, me sentía abochornada por la situación del día anterior. Me pidió perdón muy galantemente haciéndome sentir mejor y sugiriendo ir más despacio, por nada del mundo pretendía perderme.

Pasaron los meses de encuentros fugaces donde no pasó nada, pero cada vez estábamos más unidos y compenetrados. Quedaban pocos días para mis dieciocho años y habíamos decidido que ese sería el gran día, yo ya estaba preparada.

El encuentro fue mágico, maravilloso y muy intenso, los jadeos vibraban por la vieja cabaña y tenía la sensación de que la magnitud de sensaciones que se estaban viviendo allí, podrían causar el derrumbe de la misma. Cuando acabamos, nos quedamos un rato acostados sobre la manta que Carlos había llevado, prometiendo nuestro amor para siempre.


Esa noche abandoné el hogar de mis padres, nunca había sido el mío. Mi amiga Luisa y sus padres, conscientes de mi situación en casa, me acogían en la suya. Seguiría estudiando y en cuanto Carlos acabase la universidad y encontrase trabajo, nos casaríamos. La infancia de mi vida nunca podría recuperarla, pero aun era joven y me quedaba mucho por vivir.

“PREMONICION”


Elena despertó de madrugada sudorosa y con el pulso acelerado, acababa de tener una pesadilla en la que su profesora de historia resbalaba al salir de la bañera, golpeando brutalmente su cabeza contra el lavabo causándole la muerte al instante.

Le costó volver a conciliar el sueño, y cuando lo hizo no fue capaz de descansar plácidamente, despertando por la mañana con una sensación de intranquilidad que le hacía sentir los nervios a flor de piel.

Cuando llegó al instituto estaba todo revolucionado, la gente vagaba alborotada por cualquier rincón del centro, y preguntando se enteró de la fatal noticia: “la joven profesora de historia había fallecido esa noche al salir de la ducha”.

Se sintió confundida y asustada, era la primera vez que tenía un sueño que parecía cumplirse. Después de comentar el episodio con Sara su mejor amiga, se sintió mejor, ella trató de tranquilizarla diciéndole que no había sido más que una triste casualidad.

Después de dos semanas ya se había olvidado del incidente, siguiendo con el curso de su vida. Esa noche otra pesadilla similar a la anterior la alarmó terriblemente pensando que quizá podría pasar como en la otra ocasión y cumplirse. En ese sueño no acertaba a descubrir la cara de la joven que perecía atropellada por un coche. Revivió una y otra vez esa visión a ver si era capaz de visualizar la cara de la fallecida, con el fin de alertarla antes de que ocurriese la tragedia.

Se fue al instituto afligida sin lograr saber a quien correspondía ese rostro, esperaba que no fuese de nadie conocido o no se lo podría perdonar jamás. Llegando ya al instituto cuando iba a acceder a los jardines, una voz la llamó desde la acera de enfrente. Era Sara, frenó la marcha para esperar a su amiga que se acercaba corriendo, cuando un coche que no la había visto cruzar, la atropelló haciéndola saltar por el aire y desplazándola dos metros más allá del vehículo, el impacto contra el suelo fue brutal ya que se cayó de cabeza dejando sembrada la carretera de sangre y masa cerebral. Elena sufrió un ataque de nervios y ansiedad tan fuerte, que la ambulancia tuvo que llevarla al hospital, pasó dos días sedada y medicada, y hasta que llegaron sus padres del extranjero no le dieron el alta. Debería estar vigilada seguir controles con su psiquiatra. Nadie supo en principio dar explicación a lo que le ocurrida. Le pareció detectar que los médicos pensaban que estaba desequilibrada...

La noche para ella era una tortura, le causaba mucha angustia e inquietud el pensar en dormir. Y no era de extrañar, en varias ocasiones soñó con la muerte de algún conocido, ejecutándose el acto como ella había presentido...

Una noche de invierno la visión fue sobre ella. Llovía torrencialmente y hacía un viento extremo. Dirigiéndose a clase en medio del temporal, la fuerza del aire cobró tal fuerza que arrancó uno de los árboles del paseo, cayendo encima de ella.

Acordó no ir a clase mientras durase el temporal, daba igual los días que durase, tal vez podría esquivar a la muerte. Mintió a sus padres diciendo que se encontraba mal, no quería preocuparlos más de lo que ya lo estaban.

Después de tres días sin pesadillas, el tiempo mejoró y comenzó a lucir el sol aunque la temperatura estaba baja. Se preparó para salir, se sentía animada, ya no llovía ni hacía viento y con toda seguridad había esquivado a su destino.

Recorrió el camino hacia el instituto tranquila y relajada, estaba un día precioso y el sol brillaba con fuerza. Escuchó un fuerte frenazo de un coche, pero no le dio tiempo a mirar hacia atrás, el mismo envistió con fuerza un árbol situado justo al lado de donde estaba Elena, cayendo y aplastando mortalmente a la joven. Mientras expulsaba su último aliento de vida, fue consciente de que cuando la muerte nos reclama ya no hay escapatoria...

"EL ARMARIO ENCANTADO”

La oportunidad había sido única, una preciosa y gran casa en las afueras a tan solo treinta minutos de la ciudad. La venta urgía por traslado laboral de los antiguos dueños, era algo inmediato y querían dejar zanjado lo de la casa antes de su partida.

Paul y Sofía habían aprovechado la gran oportunidad, dejando una señal en cuanto la vieron, no podían dejarla escapar. Se vendía sin muebles, salvo un armario antiguo de color azul, con las puertas pintadas a mano en beige en las que se apreciaba un dibujo ya difuso de un jarrón con flores, la parte de arriba era desigual haciendo dos arcos que se iban elevando desde las esquinas hasta encontrarse en el centro. No era muy bonito y aunque su primera idea era deshacerse de él, finalmente acordaron conservarlo en alguna habitación que no usasen, probablemente con el tiempo un anticuario pagase una jugosa cantidad por el mueble.

El primer día en la mansión fue agotador para los dos, cajas y muebles por todos lados, desorden generalizado y normal dada la situación, y aunque unos cuantos amigos se habían desplazado hasta allí para echarles una mano y dejar el máximo de cosas montadas y colocadas, a la noche todavía quedaban unas cuantas cajas por el medio.

Ya en cama agotados después de estrenar como era debido el dormitorio haciendo uso del matrimonio, se durmieron enseguida. A las tres de la madrugada Sofía despertó sobresaltada por un golpe retumbante, seguido de un sonido similar al de unas pisadas, Paul dormía tranquilamente así que desprendiéndose con cuidado del abrazo de su marido, se levantó de la cama, la temperatura había bajado notablemente, hacía frío y se notaba una corriente de aire. Vistiéndose la bata, salió al pasillo, quizás les había quedado alguna ventana abierta.

Revisó habitación por habitación, encontrando en cada una de ellas los ventanales cerrados. Llegó a la habitación que ocupaba el extraño armario y se encontró con las puertas del mismo completamente abiertas. Observó el interior por si algún pequeño animal hubiese penetrado en la casa y se colase dentro, pero no vio nada, tan solo acertó a descubrir una gran mancha en la base interior del armario. Al día siguiente intentaría limpiarla.

Después de revisar completamente las dos plantas de la casa sin encontrar nada, volvió a su dormitorio, pensando que su mente quizá le había jugado una mala pasada. Por la mañana le comentó el episodio a su marido sin darle mucha importancia y él tampoco pareció encontrársela.

En cuanto Paul se marchó a trabajar, Sofía subió al cuarto acompañada de un cubo con agua jabonosa para madera, con intención de eliminar ese pegote, era una pena, puesto que llegado el caso de querer venderlo, en perfecto estado valdría el doble. Después de intentarlo de mil maneras, la mancha se resistía, así que finalmente cedió en el intento.

Los días transcurrieron tranquilos en el nuevo hogar, terminando de colocar todas la cosas, hasta que una noche otro ruido esta vez más intenso despertó de nuevo a Sofía, su esposo dormía tan plácidamente que le daba envidia, ya podía caer la casa que el no se enteraría. Se mantuvo un rato acostada afinando el oído por si escuchaba algo más o si tal vez lo que había escuchado había sido producto de un sueño. Pero no, al poco rato unas pisadas parecían recorrer el pasillo, ahora estaba plenamente segura... Unas puertas se abrían y cerraban golpeándose suavemente, y la temperatura pareció bajar de golpe, la piel se le puso de gallina, no sabía si por el frio o por el temor que la amedrentaba.

Levantándose atemorizada se dejó guiar por lo sonidos que la llevaban a la habitación que contenía el armario. Allí la temperatura era muchísimo más baja y se estremeció. Las puertas del armario parecían tener vida propia yendo de un lado al otro sin descanso y cada vez más rápido y con más fuerza. Se quedó clavada en el suelo totalmente aterrada sin saber que hacer, quiso gritar para llamar a su marido, pero de su boca no salía ningún sonido. De repente, tras un golpe muy intenso, del interior del mismo salió un ente que se dirigía a ella, parecía corresponder a un niño de corta edad. Por fin consiguiendo despegar sus pies, dio media vuelta para huir golpeándose la cabeza contra el marco de la puerta.

Lo siguiente que recordaba era que estaba en la cama con un paño húmedo sobre su frente y el bueno de Paul la acariciaba preguntándole que le había pasado, puesto que al levantarse y no hallarla en la cama la buscó encontrándola inconsciente en el suelo.

Relató todo lo ocurrido intentando encontrar las palabras adecuadas, para que su marido no pensase que estaba trastornada. Paul se rio ruidosamente, diciéndole que parecía una niña pequeña, que seguramente se hallaba sugestionada por la nueva casa y el extravagante armario, y que probablemente sería buena idea venderlo ya para acabar con esas alucinaciones que la atormentaban.

Ante la incredulidad de su esposo, Sofía dejó el tema. La próxima vez lo despertaría para que contemplase con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo. Después de él se marchase al trabajo, bajó al sótano a ordenar unas cajas que habían amontonado. En medio de ellas, encontró una que no les pertenecía. La abrió con curiosidad hallando en su interior juguetes, algunos comics, una baraja de cartas infantil y una libreta con dibujos. El cuaderno tenía un nombre “Izhan Andrews”. Parecía un niño alegre y divertido por la cantidad de dibujos con infinidad de colores vivos que usaba, según avanzaba la libreta, los dibujos se tornaron tristes y con colores oscuros, y ella pensó en el pobre chiquillo ¿que le habría pasado para ese cambio de actitud?

Entonces la libreta saltó de sus manos golpeada por una fuerza invisible, a continuación la baraja de cartas disparó las mismas una a una, siguiendo después por los comics, el osito de peluche, los coches... Se puso de pié observando el espectáculo dantesco y entonces lo vio de nuevo. De pie delante de ella se hallaba el pequeño fantasma con forma de niño, con aspecto serio y enfadado.

Asustada se dirigió corriendo a las escaleras huyendo de allí, pero la puerta no parecía abrirse, estaba bloqueada, y el ente ahora se encontraba a su lado estirando su manita para tocarla. Ella gritaba golpeando la puerta con sus puños pidiendo ayuda...

En cuanto la tocó, comenzó a tener visiones: “Contempló a un hermoso niño rubio de seis años jugando con sus coches en el suelo de la sala muy animado y divertido, un hombre se acercó a él levantándolo por las orejas y comenzando a golpearlo lo arrastró hacia un armario cerrándolo con llave”. Era ese armario pensó Sofía, el armario azul... Se sentó en un escalón del sótano, intuyendo que el niño no había terminado de mostrarle todo.

Lo siguiente que le mostró el pequeño era muy claro. “Jugando en el jardín rompió con la pelota un pequeño tiesto decorado, y otra vez ese hombre se acercó a él y con una violencia extrema comenzó a zarandearlo y a azotarlo, conduciéndolo después al pequeño cuarto dónde se encontraba el armario. Una vez allí, siguió golpeándolo con saña hasta que la cabeza del niño se golpeó brutalmente contra el marco de la puerta, -igual que ella, pensó Sofía- cayendo desplomado al suelo completamente inconsciente lastimado en la cabeza, de cuya herida manaba una cantidad de sangre considerable”.

“El hombre -que supuso que era su padre- sin pizca de arrepentimiento ni compasión, cogió al niño y lo zapateó hacia el interior del armario, cerrándolo de nuevo bajo llave. Al cabo de unas horas cuando el hombre regresó para sacar al niño de su encierro, se lo encontró muerto, desangrado...”. Probablemente si hubiese recibido atención médica, habría sobrevivido.

La joven no pudo evitar sentir ternura hacia aquel pequeño que parecía haber quedado atrapado entre los dos mundos, probablemente a causa de una muerte precoz y violenta, con toda seguridad le estaba solicitando ayuda.

Con mirada triste ahora, el niño le enseño "como su padre cogiéndolo en brazos de cualquier manera, lo bajó al sótano. Después de picar la piedra en la esquina derecha del mismo a la altura de la ventana, escavó un par de metros y allí depositó el cuerpo de su hijo con gran indiferencia”.

Le hubiera gustado poder abrazarlo con fuerza, demostrándole cariño y tranquilidad, pero el pequeño ya no estaba allí. Se puso de pie y abandonó el sótano que ahora le abrió a la primera, y no pudo evitar sentir mucha tristeza por la vida que había llevado Izhan.

El resto se desencadenó enseguida, después de llamar a su marido y a la policía, desenterraron el cuerpo del niño. La autopsia demostró que el cadáver tenía seis años, y que llevaba muerto aproximadamente cuarenta años, la causa de la muerte había sido un traumatismo cranoencefálico.

El matrimonio se encargó de organizar un bonito funeral para el pequeño, y durante el entierro Sofía sintió una mano que cogía la suya, era él, que sonriendo murmuró un gracias muy sincero. El armario fue quemado en el jardín y a ella le irritaba mucho que el culpable no hubiese pagado su culpa en esta vida...

viernes, 20 de septiembre de 2013

"LA SANTA COMPAÑA”


La profesora de matemáticas se había puesto enferma repentinamente, así que los muchachos de la clase de último curso tenían la hora libre, podían dedicarla a lo que quisieran siempre y cuando fuese en silencio.

Sara, Juan, Luis, Tania y Lara se habían sentado encima de la tarima dispuestos a pasar el rato contándose historias de miedo, cada cuál peor, más parecían historias cómicas debido a las risas que emitían. Le tocó el turno a Juán, y poniéndose serio comenzó su relato asegurando que era una leyenda real de la mitología gallega:

“Cuenta la leyenda que la Santa Compaña, es una comitiva nocturna de dos filas de almas en pena, vestidos con túnicas blancas unos y negras otros, con la capucha puesta, envueltos en sudarios y con los pies descalzos, portando cada una de ellas una vela de luz blanca, que recorren errantes los caminos, para anunciar la muerte de alguien por la zona, o para reclamar el alma de un vivo. Caminan emitiendo rezos, cánticos fúnebres y tocando una pequeña campanilla. No siempre son visibles, sin embargo se percibe su presencia por el olor a cera y el viento que se levanta a su paso.

En cabeza portando una cruz y un cubo de agua bendita, un humano vivo, condenado a vagar entre ellos hasta encontrar en su camino a otro vivo al que entregará su cruz y su caldero, quedando liberado y pasando el segundo a ocupar su lugar. La persona viva que precede el paso, no recuerda durante el día lo ocurrido en el transcurso de la noche. Se podrá reconocer fácilmente debido a su extrema delgadez y palidez. Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez más exagerada. No se les permite descansar ninguna noche, por lo que su salud se va deteriorando a pasos agigantados hasta enfermar sin que nadie sepa las causas de tan misterioso mal. Están condenados a vagar noche tras noche hasta que mueran u otro incauto sea sorprendido.
Para librarse de esta obligación a la persona que se encuentre con la Santa Compaña se le aconseja no mirarlos nunca a la cara, trazar un círculo en el suelo alrededor de si mismo o bien acostarse en el suelo boca a bajo sin moverse aunque le pasen por encima y en última instancia salir corriendo. Si hay algún “cruceiro” cerca, el subirse a los peldaños garantiza protección”.

Quedaron todos anonadados, era la mejor historia que jamás habían escuchado. Aún así se mantuvieron incrédulos y acordaron el sábado a la noche después de las doce
reunirse para ir a dar una vuelta a través del bosque. El panadero estaba muy enfermo y se decía que le quedaban días, quizá viniesen a buscarlo y podrían encontrarse con la procesión. Tomándolo todos a risa menos Juán, quedaron el sábado a las once y media en la plaza del pueblo.

Llegó el día y se reunieron los cinco en la plaza, Juan estaba nervioso mientras sus amigos lo tomaron a risa y cachondeo. Se dirigieron hacia el interior del bosque por el sendero. Bromeaban con el tema a cada paso, y Juán se ponía cada vez más alterado, hasta que enfadado les sugirió un cambio de actitud o volvería a su casa.

Llegaron a una zona que de repente se volvió silenciosa, las aves nocturnas cesaron sus cantos, los perros aullaban en la lejanía, y un olor a cera se percibía cada vez más intenso. Juán estaba aterrado, y con su mirada buscó la salida del camino, creía recordar que había un “cruceiro” por allí cerca. Los chicos se reían de él, hasta que un sonido cada vez más penetrante comenzó a llegar a sus oídos, eran ruidos de cadenas y una pequeña campanilla. Salieron del sendero buscando la carretera, y según llegaron a ella, las vieron...

Ya los tenían muy cerca, según llegaron a la carretera las distinguieron, las dos filas de almas, con el vivo en la cabecera del grupo portando la cruz y el cubo. Todos salieron corriendo a toda velocidad, dirigiéndose hacia sus casas sin mirar atrás ni prestando atención a sus amigos tal era el miedo que los poseía.

Juan quedó inmóvil, paralizado por el miedo, y cuando quiso reaccionar ya los tenía delante, el sonido de sus rezos penetraba en sus oídos perforándolos, sus ojos comenzaron a llorar sangre y el corazón parecía dejar de latir por momentos. El que portaba la cruz y el cubo extendió sus brazos presentando su ofrenda, y él incapaz de retener sus brazos que no le obedecían, recogió el ofrecimiento.

Llegó la mañana sin que ninguno pudiese pegar ojo, y pasaron el domingo sin verse. El lunes cuando se vieron en el colegio no hablaron del tema, les causaba temor hacerlo. Y pasaron los días, Juan cada día estaba más cansado y pálido, y sus amigos comenzaron a sospechar lo que había podido pasar, ninguno parecía recordar si él también había salido corriendo la maldita noche. Temían que hubiese sido sustituido por el que presidía la procesión maldita, pero ninguno se atrevió a contar nada a nadie. Meses después Juan falleció sin que ningún médico fuese capaz de dar un diagnóstico del mal que acabó con su vida.



jueves, 19 de septiembre de 2013

"LA MALDICION”



Mi hija María había llegado a nuestra cita en el café radiante y feliz, y en cuanto tomó asiento a mi lado después de darme un beso, lo soltó sin más:
  • ¡Mamá, estoy embarazada!

Me cogió por sorpresa. Después de andar danzando de un chico a otro sin encontrar estabilidad, había conocido a Rubén, un visitador médico asiduo en la clínica dental donde trabajaba mi hija como auxiliar.

Ya había cumplido veinticinco años, -no es que fuese una cría-, pero no llevaban más que seis meses juntos y yo no creía que se conocieran lo suficiente como para tener un hijo. Finalmente, dada la felicidad que irradiaba mi hija, no me quedó más remedio que aceptarlo, realmente hacían muy buena pareja.

Habían organizado para el fin de semana una pequeña fiesta familiar para anunciar a todos la buena noticia, -opiné que me parecía un poco precipitado, pero la última palabra era la de ellos-.

Y llegó el día, mi hija lucía espectacular con el precioso vestido de raso blanco que había escogido para la ocasión, sus ojos relucían y transmitían esa dicha que ella sentía. Todo salió genial, y entre aplausos y silbidos rodearon a la joven pareja para felicitarlos personalmente.

Observé a mi tía Susana, se había quedado apartada en un lado, arrimada a uno de los árboles que apostaban en el jardín. Estaba seria y su cara dibujaba un gesto de disgusto. Me acerqué a ella con el ánimo de preguntarle que le pasaba, ella siempre había sido atenta y alegre con la familia.

Según me aproxime a ella sin darme tiempo a preguntar, me agarró de un brazo y me pidió que la acompañase a un sitio tranquilo. Observé a mi hija, estaba rodeada de familiares y amigos charlando animadamente, no me iba a echar de menos aunque me ausentase un rato.

Nos dirigimos a la trasera de la casa y nos sentamos en un banco situado delante del pequeño estanque, las ranas croaban encima de las hojas de los nenúfares, dando un aire relajante y calmado al ambiente. Le pregunté que es lo que pasaba y con semblante serio comenzó con su relato, pidiéndome antes de comenzar que no la interrumpiese para nada hasta el final.
  • Hace muchos años, muchísimo antes de que tu nacieras, la madre de tu tatarabuela siendo muy joven, se enamoro de un muchacho del pueblo. Por aquel entonces él tenía novia, aunque no tardó mucho en dejarla por comenzar una relación con ella. Eran muy felices juntos y anunciaron la boda enseguida. La otra muchacha presa de celos y de rabia, estando un día reunidos con amigos y vecinos en la plaza mayor, durante las fiestas del pueblo, le echó una maldición a ella por considerarla culpable de su ruptura. Todo el mundo pudo escucharla -¡a ti que me has quitado lo que yo más quería te maldigo, pero no solo a ti, a todas tus descendientes féminas, vosotras las de tu familia, en cuanto lleguéis a ser abuelas moriréis antes de un año, sin poder disfrutar de vuestros nietos” -dicho esto, abandonó la plaza y nunca más se le volvió a ver-.

Me quedé contrariada y pensativa, mi madre había fallecido cuando mi hija había cumplido dos meses, y creía recordar que mi abuela lo había hecho a los pocos días de mi nacimiento.
  • Tía, eso que me cuentas ¿es cierto? -pregunté aturdida por toda esa información tan extraña-.
  • Si -contestó seriamente-¿por qué crees que yo no he llegado a tener hijos? Tu madre ha sido una irresponsable por tenerte, yo se lo avisé, pero ella quería ser madre, no le importaba sacrificar su vida, le pedí que te lo contase todo y que tu decidieses si querías tener descendencia, pero me lo prohibió. Ahora te lo cuento, no te lo dije antes por que tu madre me lo hizo jurar, no sé por que le hice caso... -dijo entre dientes-.
  • Todas las descendientes han ido falleciendo al llegar su primer nieto, no hay escapatoria posible -dijo mientras se levantaba sollozando dirigiéndose al interior de la casa-.

Me quedé un rato allí, pensativa. No le iba a decir nada a mi hija, no podía romper su ilusión, pero seguro que algo podría hacer... todas las maldiciones tienen solución -pensé-.

A la mañana siguiente, quedé con mi amiga Isabel para tomar un café y contarle todo lo que mi tía me había explicado. Agradecí su silencio mientras yo relataba todo lo que sabía, y al acabar me abrazó aportándome un poco de consuelo y cariño. Ella tenía una amiga de nombre Queta que echaba las cartas, quizás con un poco de suerte podría ayudarme.

Reunidas las tres después de leerme las cartas y pedirme que le contase toda mi historia, me dijo:
  • Entiendo que os han arrojado un hechizo muy potente, pero debo de informarme y pedir consejo a mis colegas, mis medios son muy limitados, nunca me he visto envuelta en algo así. No te preocupes, encontraremos la manera de deshacer la maldición.

Pasó una semana sin tener noticias de Queta, aún había tiempo, pero la situación me causaba mucha ansiedad. Mi hija llegó a creer que el embarazo no me había hecho ilusión.
  • Si cariño, claro que me ha hecho ilusión, estoy feliz sobre todo por ti, por verte así de radiante, solo me encuentro cansada, quizás tenga algo de anemia, iré mañana al médico a hacer una revisión -mentí-.

Al cabo de tres semanas me llamó Isabel, teníamos una entrevista con la “medium”, estaría acompañada de una de sus colegas, la más anciana, considerada la bruja con más habilidades en el oficio. Mañana sería el encuentro.

A las cuatro de la tarde como nos habían citado, allí estábamos puntuales a la cita. El encuentro sería en el gabinete de la bruja Nadia, así se hacía llamar. Pero la expresión de las dos no parecía muy alentadora. Comenzando a hablar Queta me dijo:
  • No es posible deshacer el encantamiento, es demasiado fuerte y resistente, sólo hay una solución para romperlo, pero esa salida tiene un desenlace fatal para ti.
  • ¿Qué solución? -pregunté angustiada mientras Isabel me cogía una mano para transmitirme tranquilidad-.
  • Este hechizo es demasiado poderoso -continuó la vieja adivina- probablemente ha sido creado en un akelarre, una sola sería incapaz. Nosotras somos brujas buenas, solo ejercitamos magia blanca y aunque tenemos algunas nociones de magia negra, es un tema que se nos escapa de las manos. Aún así, encontramos el remedio para romper la maldición, como te decía Queta no tiene un buen final para ti, pero sí para tus descendientes femeninas. Deberás sacrificar tu vida, suicidándote antes del nacimiento de tu nieto, así se habrá roto el ciclo y se dará por finalizada vuestra condena. Sentimos no poder ayudarte, pero es lo único que se puede hacer...

El mundo se hundía a mis pies, yo no tenía salvación, de una forma o de otra había llegado mi final, la gran diferencia es que salvaría a mi hija y a sus descendientes aunque no llegase a conocer a su hijo, mi nieto.

De camino a casa le comenté mi decisión a Isabel, no se mostró sorprendida, lo intuía, y como madre que era me entendió. Le hice prometer que jamás revelería este secreto, debería llevarlo hasta la tumba. Me despedí de ella para siempre, lo iba a hacer ya, ¿para que alargar el sufrimiento? ¿cómo podría ver a mi hija y a mi marido sabiendo que sería la última vez? No, de ninguna manera, mejor no verlos y hacerlo ya.

Llegué a mi casa, y llené la bañera junto con aceite esencial de azahar, me sumergí acompañada de una copa de vino blanco. Introduje en mi boca un montón de pastillas sedantes y las hice resbalar por mi garganta acompañadas del líquido blanco.

Sentí como poco a poco el sueño me reclamaba, y visualicé un túnel con una inmensa luz al fondo donde me parecía apreciar dos figuras femeninas ¿quizás mi madre y mi abuela? Sin duda eran ellas, escuché una voz inconfundible, la de mi madre:
  • ¡Has sido muy valiente pequeña! ¡estoy orgullosa de ti! ¡tengo un regalo que seguro que te gustará...!
Y la vi... en el vientre de mi hija pude contemplar a mi preciosa nieta, y me sentí muy feliz, ahora podía descansar en paz...

"LOS ZURIAKS”



Nos habíamos trasladado de la ciudad al campo, antojo de mis padres que querían escapar del estrés y del ruido buscando paz y tranquilidad, pero ni yo ni mis hermanos habíamos estado conformes con el cambio.

Habíamos dejado a nuestros amigos de toda la vida con mucha pena, y eso que solo estábamos a una hora de camino, y aunque nuestros padres nos habían prometido acercarnos algún fin de semana que otro para visitarlos, sabíamos que poco a poco nos distanciaríamos.

Teníamos todo el verano por delante antes de comenzar las clases y conocer a nuestros nuevos compañeros. La casa se hallaba situada en las afueras del pueblo, con lo cual, lo de conocer otros niños, de momento parecía imposible.

Menos mal que eramos cuatro hermanos y nos lo pasábamos muy bien juntos. Estaban los dos mellizos de ocho años, Cindy y Jason, muy traviesos y divertidos, y como buenos gemelos inseparables. Después estaba yo, con once años, me pusieron el nombre de mi abuela, Sophie, y por último estaba Chris, el mayor con trece años, un chico muy inteligente y cariñoso, y sobre todo, muy protector con nosotros.

Los primeros días habían sido muy emocionantes, muchos sitios nuevos por descubrir que enseguida teníamos ya controlados. A las pocas semanas todo el alrededor de la zona donde vivíamos ya estaba más que visto, así que les pedimos permiso a nuestros padres para alejarnos un poco de la zona con afán de investigar y curiosear.

Aunque de primeras se mostraron un poco reacios logramos convencerlos, confiaban en nuestra responsabilidad, sabían de sobra que Chris nunca pondría nuestra vida en peligro.

A la mañana siguiente amanecimos entusiasmados, nos iríamos los cuatro de excursión sin nuestros padres. Mamá se encargó de prepararnos una mochila con unos bocadillos, unas chocolatinas y unos zumos. Después de untarnos bien de crema solar, se despidió de nosotros con un beso a cada uno, deseándonos una mañana emocionante y divertida, recordándonos que a la hora de comer deberíamos encontrarnos ya de vuelta.

Iniciamos nuestra salida hacia una montaña que se encontraba cerca, papá había dejado muy claro que no nos acercásemos a la vieja mina que se encontraba al pie del macizo, podría ser peligroso. Seguíamos nuestro camino muy felices, ésto parecía ser la parte buena de vivir en el campo, estando en la ciudad no nos dejaban salir solos ni hasta la vuelta de la esquina.

Por el camino encontramos bellas praderas llenas de árboles y flores de diversos colores y un pequeño lago del que desconocíamos su existencia que se hallaba al pie de la montaña. Nos sentamos a la sombra de un árbol a engullir nuestra merienda, estábamos hambrientos.

Llevábamos ya un ratito allí, jugando al pilla-pilla y haciendo piruetas, cuando Cindy pareció descubrir algo en la ladera de la montaña:
  • Mirad, allí en aquel lado -dijo señalando- ¡hay un niño pequeño escondido!

Dirigimos nuestras miradas hacia donde la pequeña nos indicaba, detrás de unos arbustos parecía apreciarse la forma de alguien, pero no conseguíamos distinguir nada:
  • ¿Estás segura de que es un niño? -pregunté- desde aquí yo no distingo nada...
  • Sí Sophie, es que ahora se ha escondido, pero antes lo vi perfectamente -aseguró Cindy-.
Juntos enfilamos el sendero que guiaba hacia allí, lo que fuese que estaba escondido seguía inmóvil, seguramente era un niño perdido y asustado.

Cuando estábamos ya muy cerca, a no más de dos metros, el pequeño salió de su escondite caminando hacia atrás un poco sorprendido...
  • Tranquilo, no temas, no te vamos a hacer nada -dijo Chris- ¿estás perdido? -continuó hablando mi hermano- nosotros podemos ayudarte.

Y paró sus pasos mirándonos con curiosidad. Nos acercamos despacio y pudimos apreciar que en su rodilla tenía un corte que no parecía muy profundo pero que sangraba abundantemente, embadurnando su pierna y su sandalia con este líquido viscoso. Era pequeño, no parecía tener más de tres o cuatro años, quizá menos, era muy bajito pero no tenía cara de bebé como para tener menos de esa edad.

Saqué de la mochila unas gasas y el frasco de yodo con intención de hacerle una cura, para mi asombro me dejó hacerlo, aunque en todo el proceso no emitió ni una sola palabra. Terminé colocándole una tirita y pareció complacido.
  • ¿Estás perdido? -preguntó Chris- eres muy pequeño para andar solo por aquí, ¿cuántos años tienes?
  • No -contestó el niño- ni estoy perdido, ni soy muy pequeño para andar por aquí, tengo doce años.
Nos quedamos mudos y confundidos observándolo, nos estaba tomando el pelo, estaba claro...
  • No puede ser -dije- yo tengo once años y tu llegas por la mitad de mi cuerpo, no puedes ser tan bajito, ¿dónde están tus padres?
  • Mis padres me van a matar cuando se den cuenta de que he roto una de las reglas más importantes de nuestro pueblo. Y te digo de nuevo que tengo doce años, los de mi clan son todos bajitos. Tengo observado a otros como vosotros en alguna ocasión más sin que nadie se enterase, pero es la primera vez que dejo que alguien me vea, creo que no representáis peligro para. Sois muy altos y muy raros, los de vuestra especie tenéis el cabello y los ojos de distintos colores, los míos tienen todos el pelo de color negro y los ojos castaños.

Nos sentamos muy cerca de la entrada de la mina buscando una sombra, hacía mucho calor, y allí continuó su conversación contándonos como vivía:
“Nos llamamos Zuriaks y nuestra raza se supone que es la más antigua que nunca ha existido, pero somos un pueblo pacífico no tenemos guerreros, y otras tribus en el pasado nos han perseguido y masacrado en infinidad de ocasiones. Así que finalmente en consenso tribal, decidieron amoldar nuestra vida en soledad en un espacio que nos mantuviese apartados de cualquier peligro que atentase hacia nuestro pueblo. La decisión tomada hace miles de años, fue el trasladarnos tierra adentro, sumergiéndonos por cuevas, buscando un espacio natural que permitiese la vida que nosotros llevamos puesto que somos básicamente agricultores y botánicos”.

Escuchábamos todo muy atentos, con la boca abierta, era más información de la que podíamos procesar en ese momento... Después de unos segundos de mutis, Chris le preguntó:
  • ¿Y como podéis vivir en oscuridad? Me parece increíble que halláis podido sobrevivir... y ¿sois agricultores? Perdona, pero me resulta inconcebible que pueda haber cualquier tipo de vida ahí abajo.
  • Te sorprendería ver dónde y cómo vivimos -replicó el muchacho- además, por lo que dicen los más viejos, nuestro ADN ha mutado para amoldarnos a la vida que tenemos, la naturaleza es sabía y se asegura de garantizar una protección a los más débiles.
Quedamos los cuatro sentados en silencio, entre confundidos y alucinados, tratando de identificar si nos estaba tomando el pelo.
  • Me llamo Sifnut -dijo el niño poniéndose en pie- entiendo vuestra incredulidad, así que jugándome un buen castigo, os voy a llevar a donde yo vivo.
  • ¡No! -grité yo asustada- ¡no podemos fiarnos de ti!
  • Bueno, como queráis, yo me tengo que ir, si queréis me acompañáis, y sino hasta otra -contestó con actitud desafiante, supongo que molesto por mi reacción-.
Viendo como se alejaba hacia la entrada de la mina, Chris dirigiéndose a mi de manera tranquilizadora me dijo:
  • Sophie, no creo que suponga ningún peligro ¿de verdad no tienes curiosidad? Sería algo muy importante, vaya descubrimiento...

Los mellizos que hasta ahora habían permanecido extrañamente callados, me miraron poniendo “caritas” para animarme a seguir al pequeño ser.
  • Está bien, pero como pase algo, ¡las consecuencias serán solo para ti Christopher! -dije molesta-.

Pegamos una carrera para alcanzar a Sifnut que acababa de de la acceder al interior de la mina, sonriéndonos nos guío por los túneles hasta llegar a un pequeño agujero.
  • Ahora entraremos por aquí y nos deslizaremos igual que si fuese un tobogán-dijo Sifnut- no temais, no hay peligro.

Fuimos entrando todos, uno detrás de otro a continuación de Sifnut. El viaje fue increíblemente divertido, el tobogán más largo por el que nunca nos habíamos deslizado. Después de llegar al final, nos dirigimos hacia otro túnel en el que se apreciaba claridad al fondo.

Lo que vimos se quedó grabado en nuestra memoria para toda la vida. Era el paisaje más extraño, rocambolesco y hermoso que hubiésemos imaginado. Desde lo alto donde nos encontrábamos, vimos un lago de agua verde inmenso, y todo a su alrededor era un poblado de casitas pequeñas de forma redondeada, cada una con su jardín y su plantación, por todos lados extraños árboles y plantas de miles de colores. La gente era menuda, y pequeña, no como los enanos en nuestro país que tienen esos rasgos tan peculiares. Ellos eran distintos, como un humano normal, pero en miniatura... Comenzamos el descenso por unas escaleras de piedra que se encontraban en el lado derecho de la salida del túnel.

Una vez abajo, comenzaron a acercarse a nosotros, cientos de esos pequeños seres bonachones, entre curiosos y divertidos. Uno de ellos, bastante viejo, se abrió el paso entre el resto para ponerse enfrente nuestra.
  • ¡Sifnut! -dijo enfadado- ¿eres tu el responsable de ésto?
  • Si señor -contestó mirando hacia el suelo- Pero son amigos, no nos harán daño -dijo cambiando de actitud mostrándose entusiasmado-.
  • ¿Cómo puedes estar seguro? Conoces la historia de nuestro pueblo, muchos han querido hacernos daño -manifestó el viejo-.
  • Lo sé -dijo seguro de sí mismo nuestro amigo Sifnut-.

Nosotros permanecimos todo ese rato quietos y en silencio. El viejo nos observó unos instantes:
  • Ahora que estáis aquí, no puedo hacer nada. Así que Sifnut, enseñales el poblado.

Y recorrimos acompañados de nuestro pequeño amigo y algunos zuriaks todo el precioso pueblo que resplandecía bajo un pequeño sol blanco. Era todo muy misterioso, pero estábamos tan fascinados y pasmados que no preguntamos nada.

En cuanto vimos todo, Sifnut nos acompañó a la casa del Jefe de la tribu, que era el que se había dirigido a nosotros nada más llegar, obviamente quería hablarnos antes de que nos marchásemos.
  • Pequeños -se dirigió a nosotros cariñosamente- supongo que ya os lo imaginareis, pero no podéis hablar de nosotros a nadie, somos el último pueblo zuriaks que existe, si alguien averigua nuestra existencia, vendrán a por nosotros, nos llevaran para estudiarnos a algún centro científico y finalmente nos extinguiremos.
  • Lo sabemos -dijo Chris- no debéis temer, no diremos nada a nadie, ni siquiera a nuestros padres. A cambio, ¿nos podéis permitir que vengamos de vez en cuando a haceros una visita?
  • No creo que sea buena idea ¿y si en alguna ocasión alguien os sigue?
  • Nos cuidaremos de eso, puede confiar en nosotros -repliqué yo-.
  • Tenéis nuestra vida en vuestras manos, ya no puedo hacer nada, solo os ruego que seáis precavidos y cuidadosos cuando os acerquéis hasta aquí.
  • Desde luego -contestamos al unísono Chris y yo-.

Nos despedimos y Sifnut nos acompañó a la salida, que era por otro lado distinto al que habíamos entrado. Ya fuera, nos separamos de Sifnut prometiéndole una visita pronto.

Apuramos el paso pués íbamos justos de tiempo, pero finalmente conseguimos llegar a tiempo para la hora de comer. Como habíamos jurado, no dijimos nada a nuestros padres de lo que habíamos encontrado a pesar del largo interrogatorio al que habíamos sido sometidos para querer saber lo que habíamos hecho y visto.

No volvimos a verlos, y quizá fue mejor así. Días después, hicieron volar la entrada de la mina, puesto que decían que corría peligro de derrumbe. Y aunque en ocasiones nos dejamos caer por allí, no vimos a ningún Zuriaks.


A veces, estando en casa asomada a la ventana, en la lejanía me parecía vislumbrar algún pequeño ser en medio de la vegetación.

martes, 17 de septiembre de 2013

"CDC ZOMBI”


Las vacaciones veraniegas no podían comenzar peor, apenas había comenzado a disfrutar. Solo hacía dos días que habían acabado las clases y mamá ya me había dejado al cuidado de mi hermanito pequeño.

Alguien la había llamado por teléfono y había salido disparada de casa pidiéndome que atendiese al pequeño y le diese su biberón en cuanto despertase. No me dio explicaciones de a donde iba y me pareció preocupada. Antes de marchar me prohibió ver la tele y me hizo prometérselo asegurándome de que a la vuelta me daría una explicación.

Ya hacía dos horas que había marchado. Le cambié el pañal a Yoel y le dí su biberón. Con él en brazos me asomé a la ventana, todo estaba tranquilo salvo unos cuantos helicópteros que sobrevolaban hacia el sur. Que extraño... mamá no solía retrasarse tanto cuando nos dejaba solos.

Me sentía muy intranquila, el tiempo pasaba... tuve que preparar otro biberón para mi hermano y ni tan siquiera había recibido una llamada de teléfono de mamá. Pensé en llamar a mi padre al trabajo, pero no quería preocuparlo.

Finalmente desobedeciendo a mi madre, encendí la tele, intuía que algo iba mal pues me sentía muy inquieta. Cambié de canal buscando las noticias, y lo que vi me aterró...

Había explotado el “Centro de Control de Enfermedades Infecciosas” en Atlanta, por causas que aún se desconocían. ¡Dios mío! En Atlanta vivimos nosotros, y papá llevaba doce años trabajando en ese centro, era microbiólogo y actualmente se encontraba procesando la vacuna para la “influenza H3N2” (variante de la gripe).

A pesar de mi corta edad, no tenía más que doce años, entendí que era una noticia catastrófica. Allí se encontraban las cepas más virulentas de las enfermedades infecciosas, incluso de muchas que habían dejado de existir y ahora se hallaban flotando libres en el ambiente, lo que podría desencadenar en el fin de la humanidad.

Hablaban de muchas víctimas, y estaba segura de que mi papá se hallaba entre ellos, el edificio había quedado totalmente arrasado a pesar de la firme construcción con la que había sido hecho. ¡Por eso mamá había salido de casa con esa prisa! Debió dirigirse inmediatamente hacia allí, para saber algo de papá. Con toda seguridad había escuchado algo por la radio, en cuanto abría los ojos por la mañana acostumbraba a encenderla para escuchar las noticias mientras se arreglaba.

Aconsejaban a todo el mundo que se refugiasen en sus casas o en sus trabajos, que nadie saliese del lugar donde se encontrase en ese momento. Aún no se sabían los daños que podría causar esta hecatombe, pero las expectativas no eran muy halagüeñas...

Escuché gritos en la calle, dejando a mi hermano en el corralito, me acerqué con miedo a la ventana. Lo que vi era lo típico en una película de zombis que tanto me apasionaban y que nunca habría pensado llegar a ver en la vida real. Un hombre y una mujer con sus ropas rasgadas y sucias, se estaban comiendo literalmente a mi vecina la Sra. Missy, mientras por todos lados comenzaban a aproximarse más de ellos atacando a todo el que encontraban por el camino y adentrándose en algunas de las casas.

Abandoné ese sitio y me dispuse a repasar todas las ventanas y puertas de la casa, asegurándome que estaban correctamente cerradas. Situada en la habitación de mis padres poniendo el pestillo a la ventana, vi a mamá con su bonito vestido azul que tanto estilizaba su figura, y bajé corriendo las escaleras con intención de abrirle rápidamente la puerta antes de que alguno de los seres que se hallaban allí fuera le hiciese daño.
Salí al exterior y la llamé fuertemente -mama ven, apresúrate- ella me miró y se acercó hacia mí, cuando la tenía a menos de dos metros, miré horrorizada su aspecto, estaba convertida, el terror me paralizó incapaz de despegar mis pies del suelo y de repente, alguien me agarró elevándome un poco y me arrastro al interior de mi casa cerrando todos los pestillos de la puerta.
  • ¿Pero que demonios estabas haciendo? Un hombre joven de unos treinta años me miraba enfadado- ¿no has escuchado las noticias?
Y comencé a llorar, por mi madre y por mi padre, y sobre todo por la situación en la que nos hallábamos inmersos.
  • Perdona pequeña, no quería asustarte, pero pusiste tu vida en peligro, ¿estás sola en casa? -dijo mientras me abrazaba cariñosamente-.
  • No, estoy con mi hermanito pequeño Yoel, no es más que un bebé de cinco meses, mi madre era la mujer del vestido azul, y mi papa... -quedé trabada comenzando a sollozar de nuevo- debe haber fallecido en la explosión, el trabajaba allí.
  • Siento decirte esto pequeña, los trabajadores del centro que no han quedado reducidos a cenizas a causa de la explosión, se han convertido en lo que acabas de ver ahí fuera, incluso los civiles que vivían alrededor del recinto. Una mutación de los virus que han quedado en el aire y que han sobrevivido a las altas temperaturas desatadas en el incendio, han causado que las personas alteren su adn convirtiéndose zombies.
  • Cómo puedes saber tanto del tema? -las lagrimas discurrían por mi rosto recordando la perdida de mis padres-
  • Acabo de llegar a Atlanta procedente del Centro Europeo para la prevención y control de enfermedades infecciones (E.C.D.C.) en Estocolmo, Suecia. Iba a reunirme con el microbiólogo puesto al cargo en la investigación de una vacuna de interés para nosotros.
  • ¿La influenza H3N2? -pregunté-.
  • Si, exactamente ¿como lo sabes?
  • Mi padre era el que estaba con ese estudio, con toda probabilidad te reunirías con él.
  • ¿Tu padre era el Dr. Willet? -pregunto sorprendido-. He tenido la ocasión y el privilegio de conocerlo personalmente, puedes estar orgullosa de él, era una gran persona y un gran profesional -dijo elevando mi orgullo hacia mi padre-.
Escuchamos las noticias y eran desalentadoras, los infectados se multiplicaban en segundos y se contabilizaban ya en miles, acercándose a los pueblos adyacentes al nuestro. La única noticia positiva era, que según los últimos análisis realizados en el Hospital General de Atlanta sobre muestras del aire, revelaban que el virus mutado a raíz del contacto y absorción de unos unos agentes infecciosos con otros, estaba muriendo, se calculaba que en menos de hora no quedasen virus activos, ahora mismo solo se hallaban concentrados en la zona de la catástrofe.

Comenzamos a escuchar infinidad de disparos que parecían sonar en distintas partes del barrio. El hombre que me había salvado de nombre Román, me escondió en el aseo dentro de la bañera junto a mi pequeño Yoel, que reía divertido ajeno a lo que estaba pasando fuera.

Asustada abrazaba fuertemente a mi hermanito. En poco rato Román entró y entusiasmado me contó lo que parecía una buena noticia:
  • Militares del ejercito de los Estados Unidos están por todas partes pequeña, disparando en la cabeza a los infectados, se que te parecerá una dura decisión pero es lo mejor que pueden hacer por ellos y por nosotros.
Estrechando a mi hermano en mis brazos, comencé a llorar de nuevo, nunca más vería a papá y a mamá, eramos muy pequeños todavía y los necesitábamos como el aire para respirar, que sería ahora de nosotros, casi hubiese preferido que nos hubiesen infectado a nosotros también...

Román pasó noche con nosotros en casa, cuidándonos y mimándonos, ayudándome a asimilar la triste pérdida. Además aún no había permiso de las autoridades para abandonar los domicilios y escondites.

Por la mañana las noticias eran más esperanzadoras, se nos permitía salir a la calle, puesto que después de varios análisis minuciosos ya no habían hallado el virus en ninguna de las muestras. Aún así, toda la zona nos hallábamos en cuarentena por algún imprevisto que pudiese surgir. Román se quedaría durante este proceso con nosotros, al fin y al cabo tampoco podía salir de Atlanta.

Pasado el tiempo, sin que nada revelase que el virus pudiese hallarse en estado aletargado en algún lugar, levantaron la cuarentena.

Cuando llegaron mis tíos a recogernos y tuve que despedirme de Román, sentí mucha pena, se había portado como un padre con nosotros y lo iba a echar mucho de menos. Me abracé a él pidiéndole que me prometiese que nos volveríamos a ver, a lo que él besándome cariñosamente lo hizo, y yo sabía que lo cumpliría.


Una nueva vida comenzaba para nosotros, lejos de toda esta tragedia, nos trasladábamos a vivir a Florida con mis tíos, sabía que tendríamos una buena vida, ya que ellos no podían tener esos hijos que tanto deseaban y ahora nosotros supliríamos.

"ABDUCCION"

Todos los fines de semana solíamos reunirnos los tres en alguna zona alta de la montaña. Éramos fieles seguidores de las historias de ovnis y extraterrestres, aunque nunca habíamos visto nada que nos hiciese pensar que podrían existir.

Siendo aún muy pequeños, nos juntábamos e inventábamos juegos y cuentos sobre naves espaciales y alienígenas. Entrados en la adolescencia comenzamos a investigar sobre este tema, guardando cada foto y recorte al respecto como si fuese un tesoro.

Nico se había casado el año pasado y estaba esperando su primer retoño en apenas dos meses. Tomás se casaría en un año. Y yo... simplemente no había encontrado a nadie que me aguantase, mis padres habían fallecido hacía cinco años víctimas de un accidente, así que no debía explicaciones a nadie. A pesar de tener nuestras vidas más o menos encauzadas y ocupadas, encontrábamos nuestro hueco para dedicar a lo que más nos apasionaba, y no perdíamos la ilusión de algún día encontrar alguna prueba de vida extraterrestre.

Siempre pensé que ese sueño que tantas veces se repetía en mi mente casi todas las noches, era producto de mi obsesión por el tema. Soñaba que me encontraba delante de un extraño mar de color violeta, la arena de la playa se hallaba llena de conchas de formas extrañas y colores brillantes, el cielo en vez de azul, era de un lila claro que contrastaba tremendamente con las nubes que sí eran blancas, y por encima un gran sol de color rojo. Caminaba hacia la vegetación dejando atrás el agua, y me encontraba con un increíble paraíso lleno de colores, los árboles vestían unas bellas hojas de color azul sobre unos gruesos troncos grises, las flores de diversos colores se confundían con las singulares mariposas que revoloteaban alrededor. Más adelante conseguía distinguir una gran ciudad llena de altos edificios acristalados de formas desiguales y originales. Apuraba mi paso para acercarme allí, pero cuanto más me apresuraba, más despacio me desplazaba y nunca conseguía acercarme lo suficiente para ver la ciudad y sus habitantes. Y siempre despertaba melancólico y nostálgico sin saber porqué.

Este fin de semana las chicas (por parte de ellos, claro está) nos lo daban enterito para nosotros, así que habíamos decidido ir a la montaña más alta que había por la zona, -quedaba solo a cuatro horas de la ciudad-, así que cargando nuestra tienda y demás equipaje para el fin de semana, el viernes nos dirigimos hacia allí esperando traer de vuelta alguna ilusión cumplida.

Cuando llegamos a nuestro destino, ya había anochecido. Montamos la tienda ayudados de unas linternas, en una zona llana que quedaba resguardada del viento. Después de cenar algo, decidimos subir al pico un rato. Solo estuvimos un par de horas, la semana pesaba encima nuestra y estábamos cansados, además la noche estaba oscura. Quizás mañana tendríamos más suerte y el cielo nos haría un regalito.

El sábado transcurrió tranquilo y divertido, después de una mañana de pesca, nos dispusimos a comer y a descansar un rato, queríamos aguantar por la noche lo máximo posible allí arriba.

Después de un día despejado y soleado, llegó una noche luminosa, la luna brillaba inmensamente en medio de un cielo de estrellas. Subimos de nuevo al pico, ahora preparados con nuestros telescopios y unas mantas por si refrescaba.

Tras un par de horas, tan solo habíamos conseguido ver un par de estrellas fugaces en medio de aquella inmensidad, cuando de repente una fuerte luz vino por el oeste deslumbrándonos, al momento perdimos el sentido, lo siguiente que recordaba era mi cuerpo elevándose mientras observaba a mis amigos desmayados en el suelo de la montaña completamente indefensos y temí por ellos, no por mí.

Según iba subiendo, comencé a distinguir la nave que me estaba abduciendo, era alargada con grandes e intensos focos de luz azul envolviendo toda su forma, la luz que me izaba a mí, era de un amarillo tan fuerte que daba la sensación de quemazón en los ojos. Una vez dentro y cuando mis ojos se habían acostumbrado a la poca luz del interior, distinguí la presencia de tres seres, que si no fuera por sus ropas diría que eran humanos. El de más edad se acercó  a mí y levantando su mano a modo de saludo me dijo:
  • Hola J365, hace mucho tiempo, pero no has cambiado mucho.
Esto era lo que siempre había querido encontrar, pero parecía que me conocían y eso no me gustaba...
  • ¿Quiénes sois? -acerté a preguntar titubeando-
  • Hace muchos años J365, cuando no eras más que una pequeña criatura, tus padres en afán de protegerte abandonaron “Piradiam” nuestro planeta, la guerra inminente causaría muchas bajas civiles, y gran cantidad de familias como la tuya buscaron destinos alternativos en zonas similares a nuestro planeta.
  • ¿Guerra? ¿Qué guerra? -quizás la cena me había sentado mal y estaba con alucinaciones-.
  • Un planeta vecino “Somitric” con el ansia de crear un gran imperio decidieron atacarnos con la idea de arrebatarnos lo que tantos años nos había llevado conseguir: un pueblo pacífico y moderno con todo a nuestro alcance, buena tierra, parajes maravillosos, mares increíbles y animales de lo más diverso. Acordamos que en cuanto todo acabase, recogeríamos a todas las familias repartidas por el universo. Y hoy es el día, la guerra ha acabado y nosotros hemos vencido, venimos a buscarte, sabemos que A757 tu madre y que N963 tu padre han muerto.
  • ¿Y como se que me decís la verdad? -pregunté intrigado-
  • Por tus sueños -me dijo el viejo-.

¿Cómo podían saber lo de mis sueños? Ni tan siquiera Nico y Tomás lo sabían, no se lo había contado a nadie más que a mis padres, los cuales sonreían felizmente cada vez que se los relataba. Ahora entendía esa felicidad.

Y sin pensarlo, partí con ellos, no sin antes bajar a despedirme de mis amigos rogándoles que no contasen la verdad a nadie, simplemente deberían decir que durante un baño nocturno, me había hundido en las frías aguas del río sin que nada pudieran hacer para evitarlo.


Prometiendo volver algún día, me despedí de mis amigos sintiendo felicidad por los tres, ya que habíamos encontrado lo que siempre habíamos soñado.