jueves, 19 de septiembre de 2013

"LOS ZURIAKS”



Nos habíamos trasladado de la ciudad al campo, antojo de mis padres que querían escapar del estrés y del ruido buscando paz y tranquilidad, pero ni yo ni mis hermanos habíamos estado conformes con el cambio.

Habíamos dejado a nuestros amigos de toda la vida con mucha pena, y eso que solo estábamos a una hora de camino, y aunque nuestros padres nos habían prometido acercarnos algún fin de semana que otro para visitarlos, sabíamos que poco a poco nos distanciaríamos.

Teníamos todo el verano por delante antes de comenzar las clases y conocer a nuestros nuevos compañeros. La casa se hallaba situada en las afueras del pueblo, con lo cual, lo de conocer otros niños, de momento parecía imposible.

Menos mal que eramos cuatro hermanos y nos lo pasábamos muy bien juntos. Estaban los dos mellizos de ocho años, Cindy y Jason, muy traviesos y divertidos, y como buenos gemelos inseparables. Después estaba yo, con once años, me pusieron el nombre de mi abuela, Sophie, y por último estaba Chris, el mayor con trece años, un chico muy inteligente y cariñoso, y sobre todo, muy protector con nosotros.

Los primeros días habían sido muy emocionantes, muchos sitios nuevos por descubrir que enseguida teníamos ya controlados. A las pocas semanas todo el alrededor de la zona donde vivíamos ya estaba más que visto, así que les pedimos permiso a nuestros padres para alejarnos un poco de la zona con afán de investigar y curiosear.

Aunque de primeras se mostraron un poco reacios logramos convencerlos, confiaban en nuestra responsabilidad, sabían de sobra que Chris nunca pondría nuestra vida en peligro.

A la mañana siguiente amanecimos entusiasmados, nos iríamos los cuatro de excursión sin nuestros padres. Mamá se encargó de prepararnos una mochila con unos bocadillos, unas chocolatinas y unos zumos. Después de untarnos bien de crema solar, se despidió de nosotros con un beso a cada uno, deseándonos una mañana emocionante y divertida, recordándonos que a la hora de comer deberíamos encontrarnos ya de vuelta.

Iniciamos nuestra salida hacia una montaña que se encontraba cerca, papá había dejado muy claro que no nos acercásemos a la vieja mina que se encontraba al pie del macizo, podría ser peligroso. Seguíamos nuestro camino muy felices, ésto parecía ser la parte buena de vivir en el campo, estando en la ciudad no nos dejaban salir solos ni hasta la vuelta de la esquina.

Por el camino encontramos bellas praderas llenas de árboles y flores de diversos colores y un pequeño lago del que desconocíamos su existencia que se hallaba al pie de la montaña. Nos sentamos a la sombra de un árbol a engullir nuestra merienda, estábamos hambrientos.

Llevábamos ya un ratito allí, jugando al pilla-pilla y haciendo piruetas, cuando Cindy pareció descubrir algo en la ladera de la montaña:
  • Mirad, allí en aquel lado -dijo señalando- ¡hay un niño pequeño escondido!

Dirigimos nuestras miradas hacia donde la pequeña nos indicaba, detrás de unos arbustos parecía apreciarse la forma de alguien, pero no conseguíamos distinguir nada:
  • ¿Estás segura de que es un niño? -pregunté- desde aquí yo no distingo nada...
  • Sí Sophie, es que ahora se ha escondido, pero antes lo vi perfectamente -aseguró Cindy-.
Juntos enfilamos el sendero que guiaba hacia allí, lo que fuese que estaba escondido seguía inmóvil, seguramente era un niño perdido y asustado.

Cuando estábamos ya muy cerca, a no más de dos metros, el pequeño salió de su escondite caminando hacia atrás un poco sorprendido...
  • Tranquilo, no temas, no te vamos a hacer nada -dijo Chris- ¿estás perdido? -continuó hablando mi hermano- nosotros podemos ayudarte.

Y paró sus pasos mirándonos con curiosidad. Nos acercamos despacio y pudimos apreciar que en su rodilla tenía un corte que no parecía muy profundo pero que sangraba abundantemente, embadurnando su pierna y su sandalia con este líquido viscoso. Era pequeño, no parecía tener más de tres o cuatro años, quizá menos, era muy bajito pero no tenía cara de bebé como para tener menos de esa edad.

Saqué de la mochila unas gasas y el frasco de yodo con intención de hacerle una cura, para mi asombro me dejó hacerlo, aunque en todo el proceso no emitió ni una sola palabra. Terminé colocándole una tirita y pareció complacido.
  • ¿Estás perdido? -preguntó Chris- eres muy pequeño para andar solo por aquí, ¿cuántos años tienes?
  • No -contestó el niño- ni estoy perdido, ni soy muy pequeño para andar por aquí, tengo doce años.
Nos quedamos mudos y confundidos observándolo, nos estaba tomando el pelo, estaba claro...
  • No puede ser -dije- yo tengo once años y tu llegas por la mitad de mi cuerpo, no puedes ser tan bajito, ¿dónde están tus padres?
  • Mis padres me van a matar cuando se den cuenta de que he roto una de las reglas más importantes de nuestro pueblo. Y te digo de nuevo que tengo doce años, los de mi clan son todos bajitos. Tengo observado a otros como vosotros en alguna ocasión más sin que nadie se enterase, pero es la primera vez que dejo que alguien me vea, creo que no representáis peligro para. Sois muy altos y muy raros, los de vuestra especie tenéis el cabello y los ojos de distintos colores, los míos tienen todos el pelo de color negro y los ojos castaños.

Nos sentamos muy cerca de la entrada de la mina buscando una sombra, hacía mucho calor, y allí continuó su conversación contándonos como vivía:
“Nos llamamos Zuriaks y nuestra raza se supone que es la más antigua que nunca ha existido, pero somos un pueblo pacífico no tenemos guerreros, y otras tribus en el pasado nos han perseguido y masacrado en infinidad de ocasiones. Así que finalmente en consenso tribal, decidieron amoldar nuestra vida en soledad en un espacio que nos mantuviese apartados de cualquier peligro que atentase hacia nuestro pueblo. La decisión tomada hace miles de años, fue el trasladarnos tierra adentro, sumergiéndonos por cuevas, buscando un espacio natural que permitiese la vida que nosotros llevamos puesto que somos básicamente agricultores y botánicos”.

Escuchábamos todo muy atentos, con la boca abierta, era más información de la que podíamos procesar en ese momento... Después de unos segundos de mutis, Chris le preguntó:
  • ¿Y como podéis vivir en oscuridad? Me parece increíble que halláis podido sobrevivir... y ¿sois agricultores? Perdona, pero me resulta inconcebible que pueda haber cualquier tipo de vida ahí abajo.
  • Te sorprendería ver dónde y cómo vivimos -replicó el muchacho- además, por lo que dicen los más viejos, nuestro ADN ha mutado para amoldarnos a la vida que tenemos, la naturaleza es sabía y se asegura de garantizar una protección a los más débiles.
Quedamos los cuatro sentados en silencio, entre confundidos y alucinados, tratando de identificar si nos estaba tomando el pelo.
  • Me llamo Sifnut -dijo el niño poniéndose en pie- entiendo vuestra incredulidad, así que jugándome un buen castigo, os voy a llevar a donde yo vivo.
  • ¡No! -grité yo asustada- ¡no podemos fiarnos de ti!
  • Bueno, como queráis, yo me tengo que ir, si queréis me acompañáis, y sino hasta otra -contestó con actitud desafiante, supongo que molesto por mi reacción-.
Viendo como se alejaba hacia la entrada de la mina, Chris dirigiéndose a mi de manera tranquilizadora me dijo:
  • Sophie, no creo que suponga ningún peligro ¿de verdad no tienes curiosidad? Sería algo muy importante, vaya descubrimiento...

Los mellizos que hasta ahora habían permanecido extrañamente callados, me miraron poniendo “caritas” para animarme a seguir al pequeño ser.
  • Está bien, pero como pase algo, ¡las consecuencias serán solo para ti Christopher! -dije molesta-.

Pegamos una carrera para alcanzar a Sifnut que acababa de de la acceder al interior de la mina, sonriéndonos nos guío por los túneles hasta llegar a un pequeño agujero.
  • Ahora entraremos por aquí y nos deslizaremos igual que si fuese un tobogán-dijo Sifnut- no temais, no hay peligro.

Fuimos entrando todos, uno detrás de otro a continuación de Sifnut. El viaje fue increíblemente divertido, el tobogán más largo por el que nunca nos habíamos deslizado. Después de llegar al final, nos dirigimos hacia otro túnel en el que se apreciaba claridad al fondo.

Lo que vimos se quedó grabado en nuestra memoria para toda la vida. Era el paisaje más extraño, rocambolesco y hermoso que hubiésemos imaginado. Desde lo alto donde nos encontrábamos, vimos un lago de agua verde inmenso, y todo a su alrededor era un poblado de casitas pequeñas de forma redondeada, cada una con su jardín y su plantación, por todos lados extraños árboles y plantas de miles de colores. La gente era menuda, y pequeña, no como los enanos en nuestro país que tienen esos rasgos tan peculiares. Ellos eran distintos, como un humano normal, pero en miniatura... Comenzamos el descenso por unas escaleras de piedra que se encontraban en el lado derecho de la salida del túnel.

Una vez abajo, comenzaron a acercarse a nosotros, cientos de esos pequeños seres bonachones, entre curiosos y divertidos. Uno de ellos, bastante viejo, se abrió el paso entre el resto para ponerse enfrente nuestra.
  • ¡Sifnut! -dijo enfadado- ¿eres tu el responsable de ésto?
  • Si señor -contestó mirando hacia el suelo- Pero son amigos, no nos harán daño -dijo cambiando de actitud mostrándose entusiasmado-.
  • ¿Cómo puedes estar seguro? Conoces la historia de nuestro pueblo, muchos han querido hacernos daño -manifestó el viejo-.
  • Lo sé -dijo seguro de sí mismo nuestro amigo Sifnut-.

Nosotros permanecimos todo ese rato quietos y en silencio. El viejo nos observó unos instantes:
  • Ahora que estáis aquí, no puedo hacer nada. Así que Sifnut, enseñales el poblado.

Y recorrimos acompañados de nuestro pequeño amigo y algunos zuriaks todo el precioso pueblo que resplandecía bajo un pequeño sol blanco. Era todo muy misterioso, pero estábamos tan fascinados y pasmados que no preguntamos nada.

En cuanto vimos todo, Sifnut nos acompañó a la casa del Jefe de la tribu, que era el que se había dirigido a nosotros nada más llegar, obviamente quería hablarnos antes de que nos marchásemos.
  • Pequeños -se dirigió a nosotros cariñosamente- supongo que ya os lo imaginareis, pero no podéis hablar de nosotros a nadie, somos el último pueblo zuriaks que existe, si alguien averigua nuestra existencia, vendrán a por nosotros, nos llevaran para estudiarnos a algún centro científico y finalmente nos extinguiremos.
  • Lo sabemos -dijo Chris- no debéis temer, no diremos nada a nadie, ni siquiera a nuestros padres. A cambio, ¿nos podéis permitir que vengamos de vez en cuando a haceros una visita?
  • No creo que sea buena idea ¿y si en alguna ocasión alguien os sigue?
  • Nos cuidaremos de eso, puede confiar en nosotros -repliqué yo-.
  • Tenéis nuestra vida en vuestras manos, ya no puedo hacer nada, solo os ruego que seáis precavidos y cuidadosos cuando os acerquéis hasta aquí.
  • Desde luego -contestamos al unísono Chris y yo-.

Nos despedimos y Sifnut nos acompañó a la salida, que era por otro lado distinto al que habíamos entrado. Ya fuera, nos separamos de Sifnut prometiéndole una visita pronto.

Apuramos el paso pués íbamos justos de tiempo, pero finalmente conseguimos llegar a tiempo para la hora de comer. Como habíamos jurado, no dijimos nada a nuestros padres de lo que habíamos encontrado a pesar del largo interrogatorio al que habíamos sido sometidos para querer saber lo que habíamos hecho y visto.

No volvimos a verlos, y quizá fue mejor así. Días después, hicieron volar la entrada de la mina, puesto que decían que corría peligro de derrumbe. Y aunque en ocasiones nos dejamos caer por allí, no vimos a ningún Zuriaks.


A veces, estando en casa asomada a la ventana, en la lejanía me parecía vislumbrar algún pequeño ser en medio de la vegetación.

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