viernes, 13 de septiembre de 2013

EL VIAJE DEFINITIVO

Solo habían pasado tres meses desde su boda, y en dos semanas Pedro debería volver a embarcar hacia los mares del norte. Serían seis meses fuera de casa, cuando regresase aún quedarían dos meses para el nacimiento de su primer hijo.
Le había prometido a su mujer que sería el último viaje, buscaría un trabajo estable en la ciudad, para no separarse jamás de su familia.

Y llegó el día, la dulce Marisa llevaba llorando desde días atrás, no conseguía asimilar la partida inminente de su esposo. Después de besos y abrazos tiernos y desesperados, Pedro consiguió tranquilizar lo suficiente a su esposa, como para desprenderse de sus brazos.

Subió a bordo del pesquero y no pudo evitar sentir intranquilidad por Marisa, ahora estaba embarazada y era el doble de frágil de lo habitual. Situado a babor, lanzó un último beso a su esposa y se adentró en el interior del barco, no soportaba verla en ese estado. Sabía que sus suegros y sus padres cuidarían de ella, que no la dejarían sola, y eso calmaba un poco su preocupación.

Pasaron los meses, Marisa sufría tanto por la separación de su esposo, que no estaba llevando bien el embarazo, apenas cogía peso y le habían dado reposo total, lo que le causaba mucha ansiedad.

Faltaba una semana para que él regresase. Marisa parecía haber revivido, tenía mejor color incluso había cogido algo de peso, quería estar radiante para la vuelta de su marido.

Por la tarde, alguien llamó a la puerta, Marisa estaba descansando en su habitación, así que su madre abrió, después de avisar a su marido y mantener una pequeña conversación con alguien, se dirigieron juntos al encuentro de su hija.

Había ocurrido un grave accidente, el barco pesquero se había encontrado de camino con una gran tormenta que había hundido el mismo... no había supervivientes...

Marisa sintió como se le hundía la vida... sintió a su bebe encongerse en su vientre y pensó que quizá no era más que una pesadilla...

Una semana después, tuvieron que ingresarla en el hospital para poder tratar esa depresión tan profunda en la que se hallaba sumida, que no la dejaba comer, ni tan siquiera vivir... Ya estaba de ocho meses y la vida del bebe corría peligro debido al estado en el que se encontraba. Así que programaron una cesárea, ella se hallaba muy débil para soportar un parto natural, aunque tampoco fue buena idea, después de ver y tocar a su hija, Marisa partió para encontrarse con su esposo.

Esa misma tarde, una llamada de teléfono anunciaba la llegada de Pedro, un pequeño barco de recreo lo había encontrado inconsciente encima de unas maderas.

Cuando volvió a casa y cogió a su pequeña hija en brazos, lloró tanto y tan amargamente que pensó que se volvería loco.

Que cruel puede llegar a ser la vida -pensó- solo tenía que haber aguantado un poco más y estaríamos juntos... Y se dijo a si mismo, que si su bella esposa había soportado hasta dar a luz a su hija, lo menos que él podía hacer, era seguir adelante por la “pequeña Marisa”.

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