jueves, 26 de septiembre de 2013

"EL OTRO YO"

Desde que tengo uso de razón he sido un infeliz, recuerdo a mi madre siempre ausente arrimada a una botella de vodka. Mi padre complementaba como podía las carencias de mi madre, pero sin llegar a sustituirlas, eso era imposible, ese vacío reposaba en mi alma dolorosamente.

El fue siempre atento y cariñoso conmigo, asistiendo a cada partido de fútbol que jugaba y presentándose puntualmente a las reuniones con mi profesora. Pero mi madre simplemente no estaba, me ignoraba cada nuevo día haciendo más grande la herida de mi corazón.

Mi padre siempre me pedía que no guardase rencor hacia ella. La muerte precoz de mi hermano mayor cuando no tenía más que cinco años, la había sumido en una gran depresión apartándola por completo de nosotros y de la vida real.

Compartíamos esa ausencia ya que con él era igual y eso nos había unido haciéndonos cómplices de una vida injusta y cruel. En multitud de ocasiones me pregunté por qué aguantaba esa situación y no la abandonaba, pero él la amaba intensamente y confiaba en que algún día volviese a ser su alegre y bella esposa de años atrás.

El día que me fui a la universidad, me sentí muy dichoso alejado de aquella casa llena de malos sentimientos. Solo me apenaba mi padre. Había conseguido la puntuación suficiente para hacer lo que siempre había soñado, arquitectura. Y allí la conocí a ella.

Era como un soplo de aire puro, alegre y vital, y con una belleza atractiva y peculiar. Me entregué a ella en cuerpo y alma, era la primera vez que recibía tanto amor por parte de una mujer. Un tupido velo no me permitió ver la cruda realidad, seguramente debido a las carencias afectivas que yo tenía. Solo fui un juguete para ella, uno más en su colección.

A partir de aquel día me desdoblé en dos personas, como el dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Por momentos predominaba en mi el hombre sensible y bueno necesitado de cariño, y en otros, una bestia salía a relucir sedienta de matar para calmar mi rabia hacia el sexo femenino.

Solo iba a por ellas, no me importaba la edad ni el color de su piel. Ser fémina era suficiente para que las torturase de mil maneras posibles, ensañándome brutalmente, disfrutando en cada asesinato sintiéndome pleno y satisfecho de mi hazaña.

Sabía que un día me encontrarían y la pena sería la peor, pero me daba igual, hasta ese momento seguiría matando para demostrar mi resentimiento.

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